sábado, 13 de octubre de 2007

Y me venís a hablar de la vida












Y me venís a hablar de la vida, como si vos supieras más que el resto. Me venís a decir lo que es bueno y malo, cuando tu vida no fue mejor q la mía. Querés explicarme lo que es vivir, sin darte cuenta que eso no se puede explicar, sino que viene sólo, con el tiempo. Querés protegerme para que yo no cometa los mismos errores que vos, pero lo que no sabés es que si no hago los mismos, voy a hacer otros. Creés que por ser quien sos, sos mejor que el resto, y por eso te sentís obligado a enseñarle al resto lo que es tu saber. Pero la vida no se puede corregir, sólo mejorar.

Vos nunca me mirás a los ojos cuando me hablás. Nunca te quedás sentado un minuto para charlar tranquilos. Cuando filosofás sobre la vida, estás siempre en movimiento, yendo para todos lados, sin mirar a nadie ni a nada. Porque estás tan metido en tus explicaciones, que no te das cuenta lo que pasa alrededor tuyo. Vos das tus explicaciones, el resto que se arregle y solucione su vida a base de eso.

Vos jamás te metes con nadie, decís. No querés saber sus problemas, no querés que ellos te usen cuando te necesitan. Por eso, vos no estás para nadie. Pero siempre pretendés que todos estén para vos, para escucharte hablar sobre la vida, para dejar que les ayudes. Pero vos nunca me mirás a los ojos. No debes saber ni qué color tienen ni cómo fueron perdiendo su brillo. Vos siempre hablás diciendo que me conocés, que sabés como soy, que me entendés. Pero no sabés el color de mis ojos. Pero a vos eso no te importa porque total, “lo que realmente importa es otra cosa”. Siempre lo que importa es otra cosa. Nunca es importante lo que tenés frente a vos. No te das cuenta cuando me corto el pelo, ni cuándo me maquillo y cuándo no. Vos decís que lo que vale es lo interior, lo que uno hace por el otro, eso es para vos lo importante. “Los hechos” decís “son los que valen, no boludeces como un corte de pelo”.

Vos en realidad sos una buena persona. Siempre buscando solucionar mis problemas, porque sabés que sos más capaz que yo. Vos no podés sola, me decís, por eso yo te ayudo, me decís. Para vos, yo siempre estoy metida en algún quilombo. “Qué hiciste esta vez?” me preguntás cuando me llamás. Porque yo siempre en algo me meto, de eso no te cabe la menor duda. Entonces estás siempre vos, para salvarme. Porque vos sos capaz. Sos fuerte.

A veces yo pienso que no tengo ningún problema y estoy bien. Y cuando me preguntás, yo te cuento que estoy bien. De alguna forma sin embargo, siempre das vuelta todo, y terminás encontrando algo que me haga ver que no lo estoy. Me hacés recordar cosas que hice, y decís que tengo que superarlo. “Vos necesitás que te ayuden, porque vos te cortabas, te acordás?”. Y a mi no me queda otra que afirmar, y decirte que tenés razón. Otra igual no me queda. Lográs convencerme cada vez que bien no puedo estar, yo no. Pasa que yo no soy capaz de encontrarme bien porque soy débil, y eso vos lo sabés.

Me decís todo eso, sin saber qué color tienen mis ojos.

A veces nos peleamos, porque yo no me banco tu protección. Yo te lo digo siempre, pero vos no me escuchás. Decís que yo no sé nada, y que algún día te lo voy a agradecer. Vos me vas a salvar a mi, eso lo tenés bien claro.

Pero sabés? Vos no me conocés tanto como pensás. Vos sabés que me cortaba, y que tengo bastante tendencia a querer dejar mi vida. Y vos sabés lo que me hizo mi viejo cuando era más chica, y sabés que me pegaron. Lo sabés porque yo te lo conté. Al final, decir que vos no te metés con nadie, es mentira. Porque vos lograste que yo te cuente todo eso. Y a pesar de saber tanto de mi pasado, y a pesar de siempre estar para mi, vos nunca me miraste a los ojos. Vos nunca pudiste decir cuál es mi color de ojos. Cuando yo te pregunté, un día que nos peleamos, vos te quedaste callado y por un rato no supiste que decir. Empezaste a gritarme, y decirme que yo no valoraba tu esfuerzo, que no te agradecía. Gritaste como una hora, estabas loco. Llegué a pensar que tal vez me había pasado un poco preguntándote eso. Hasta me sentí estúpida, porque saber el color de ojos realmente es un detalle. Vos no tenías por qué saberlo. Entonces yo me quedé callada, escuchándote gritar. Sabía que no me ibas a pegar, pero tal vez lo merecía.

Yo sólo había querido que vos me mires aunque sea una vez.

Yo nunca te había pedido ayuda a vos, nunca te había pedido nada. Sólo hubiese querido que me mires, y me digas qué color tienen mis ojos. Nada más.

Después de eso, dejamos de vernos. Vos me llamaste durante mucho tiempo, pero yo no quería atender. Te pasaste noches tocando el timbre, porque sabías que yo estaba en casa y que no te quería abrir. Yo no te podía juzgar, porque no habías hecho nada malo. Yo te quería mucho a vos. Todavía te quiero. Por eso me dolió tanto que nunca me hayas mirado. Que nunca supieras cómo son mis manos y qué forma de uñas tengo. Que nunca te importase mi perfume.

Yo sólo quería que me vieras y me mires a los ojos.

En todo el tiempo que nos conocimos, nunca me abrazaste. Nunca fuiste una persona muy cariñosa, y tampoco tenías mucho tiempo para pensar en cosas así. Lo primero era siempre ayudar a todos los demás, porque así vos te podías sentir bien. Lo que vos nunca llegaste a entender, es que vos jamás me ayudaste a mi. Nunca supiste como. Vos sabías todo de mi, pero no cómo ayudarme.

Sé que te voy a decepcionar en cuanto te enteres. No te va a gustar nada, y me vas a putear durante mucho tiempo. Tal vez no me vayas a perdonar jamás. Pero no importa. Porque yo sé que vos me querés y que yo te quiero, y eso no cambia tan fácil.

Nunca te lo dije pero a mi me encantan tus ojos. Desde que te conozco que me llamaron la atención. No porque tengan algo especial, son simplemente únicos así como son. Ese marrón oscuro, tan profundo, tan encantador. Cuando les llega la luz del sol, se aclaran un poco, y cerca de la pupila se vuelven un poco más claros, de un marrón más bien castaño y la parte externa se pone bien oscura.

A la mañana tienen también un tono completamente distinto al de la noche. Cuando recién te despertás, tenés un color más suave, más parejo. Por eso, son esos momentos donde más transparentes parecen y te cambia toda la expresión de la cara.

A la noche, tus ojos realmente son profundos como el mar. A veces hasta parecen negros. Esa mirada es mucho más intensa y siento como que llega a los huesos por eso siempre te contaba todo mi pasado de noche. Era el momento en el que más me llegabas.

Pero vos nunca me abrazaste. Ni de día ni de noche. No importaba cómo estaban tus ojos, nunca lo hiciste. A veces pensaba que lo harías, pero no. Con el tiempo, supongo que me acostumbré y no pensaba tanto en eso. Pero siempre me hizo falta. No te lo iba a pedir tampoco, porque no se puede obligar a nadie a dar un abrazo. Y menos a alguien como vos.

No te enojes por favor cuando te lo cuenten. No te enojes cuando te entreguen esta carta. Vas a ver que con el tiempo todo va a mejorar, y vos también te vas a poner bien. Yo no te quiero cargar más con mis problemas. Ni a vos ni a nadie. Y así, vas a tener una persona menos a la que ayudar. A mí no me supiste ayudar, pero no te pongas mal por eso porque no es tu culpa. Yo sólo quería un abrazo, pero eso vos no lo podías saber. Estabas muy ocupado viendo cómo ayudar.

Tal vez cuando te enteres, y vengas a verme, va a ser la primera vez que me mires realmente. Lamentablemente ya no vas a poder ver cuál es el color de mis ojos, pero por lo menos vas a mirarme una sola vez, y con saber eso me alcanza para ser feliz.

Adiós

PD: Son verdes.

No hay comentarios: