lunes, 31 de diciembre de 2012

Fin del 2012




Un año de mucho silencio, de mucha soledad, de mucho pensamiento.

Un año de revelaciones, de cierta claridad, y mucha duda al mismo tiempo.

Tratando de descubrir verdades internas que aún ni estaba preparada para ver o entender, que de hecho, ni hoy lo parezco estar. Intentar entenderse ya es difícil, pero intentar aceptarse tal como uno es a veces puede ser una tarea casi imposible. Fue un año de mucho viaje, externo e interno. Viajes donde mirar por la ventanilla me llevaba a darme cuenta del paso del tiempo, de la causalidad del existir, de la búsqueda incesante de compañía de cada ser humano.

Fue también un año para recordar. Recordarme mucho a mí misma, corriendo por los bosques, trepando árboles, tirándome en la tierra, cerrar los ojos y solamente escuchar. Recordar a aquella niña que fui pero que muy tempranamente dejó de ser. Aquella niña que en realidad nunca se sintió niña, sino más bien una entidad extraña en su propio cuerpo y tiempo.

Fue un año de sorprenderme a mí misma. Sorprenderme por todo lo que hice y que por momentos me había permitido olvidar, por conveniencia, dolor o arrepentimiento. Sorprenderme por todo lo que había sido y lo que había dejado de ser. Me sorprendí atribuyéndome cualidades que no me pertenecían, y me sorprendí descubriendo todo lo que había dejado atrás.

Fue también un año de reencuentros. Reencuentros con viejos sentimientos, con viejas historias, y sobre todo con personas del pasado. Fueron reencuentros fugaces, instantáneos, o reencuentros internos con uno mismo. Reencuentros con una vida que ya no es, o una vida que debería haber sido pero nunca fue. Reencuentros con partes perdidas de mi ser, con deseos que había dejado atrás sin querer.

También fue un año de afirmaciones. Afirmaciones de lo que no quiero ser, de lo que quisiera ser, y de lo que soy. Afirmaciones que en otros momentos hubiera negado por extrañeza, miedo o dolor. Afirmaciones que finalmente me eché en cara con crudeza y sin perdón. Fue un intento constante de afirmarme, afirmar mi forma particular de ser, afirmar mis debilidades y deseos más profundos, y tratar de integrarlos, con toda la dificultad, bronca y frustración que conlleva cada día.

Sin lugar a duda fue un año de búsqueda. Búsqueda de mis raíces, de mi historia perdida, y búsqueda de y choque con mis recuerdos más dolorosos. Fue un pararme a recibir los golpes uno a uno, los golpes que me había evitado por auto-preservación pero que en algún momento tenía que recibir. Fue una búsqueda de la cruda realidad, un intento de auto-exploración diría bastante fallido pero al menos intentado. Fue un buscar y encontrar y cuanto más descubría, más grande se hacía el abismo y más  pensamientos y sentimientos aparecían, a tal punto que ya me perdía en mi vasta interioridad.

Fue un año de aceptación sin escrúpulos. “Sí, hice aquello.”, “Sí, fui esto otro.”, “Sí, tengo estos pensamientos.”, “Sí, tengo estos sentimientos.”, “Sí, me arrepiento de esto y no me arrepiento de lo otro.”.
Hubo mucho resurgimiento de sueños y deseos apagados que por un lado trajeron nuevos incentivos, por otro generaron dolor y frustración por su incumplimiento. Fue por momentos como despertar de un largo sueño y darme cuenta que se había pasado el tiempo sin que me diera cuenta y que en el camino había abandonado esperanzas que nunca quería perder.

Fueron también momentos de  reflexión sobre mi vida y mis bloqueos y defensas. Darme cuenta de mis muros enormes fue un golpe duro a todo lo que creía o esperaba ser. Pero fue también un darme cuenta de si esos muros están o aparecieron, es porque era lo que necesitaba en esos momentos. Y sobre todo, darme cuenta que hoy en día tal vez ya no los necesite, pero no sé cómo quitármelos.

Fue un año para tomar una dirección más clara sobre lo que quiero y lo que no quiero para mí y mi vida. Descubrir que había algo que vine a hacer acá, que desde chiquita siento que es así sin haberlo podido poner en palabras nunca, y poder aunque sea direccionar el barco en esa dirección, contra viento y marea.

Fue un año para poder aprender a expresarme y seguir aunque sea mínimamente mis impulsos. Aún me falta recorrer un camino largo, pero al menos haber podido empezar a seguir mi intuición de vez en cuando ha resultado más que placentero y fructífero. Aprender que a veces la cruda realidad es más aceptable que la falsa amabilidad, que ser frontal ayuda a aclarar cualquier duda, y que nunca hay que ocultar los sentimientos porque sólo lograrán acumularse y volverse una bola inmanejable de angustia y frustración.

Un año para poder tomar distancia de aquellas cuestiones de la vida que no lo valen o que no me merecen. Aprender lo que realmente significa la falta de interés y la total indiferencia a veces necesaria.

Un año de pequeñas decisiones que costaron horrores, se tratara de decisiones que me llevaban a actuar o no actuar. Cada una de ellas fue un parto y parte de un gran aprendizaje que aún sigo atravesando. Decisiones que he tomado muchas veces de forma muy consciente, otras veces de manera menos consciente. Decisiones que han sido tomadas desde la más pura espontaneidad y que me han llevado por el mejor de los caminos, y decisiones que fueron tomadas desde la total inseguridad de la complicada mente, totalmente erróneas para mí y con las cuales aún hoy tengo que lidiar. También fueron decisiones que me llevaron a aceptar las decisiones pasadas y aprender a vivir con ellas hasta que el tiempo y las circunstancias indiquen lo contrario.

Fue un año para aprender a reconocer algunos (seguramente no todos) de mis fallas, debilidades, puntos críticos y “sombras” que por momentos guían mi vida sin mi consentimiento. Aunque reconocer no signifique aceptar o integrar, al menos haberlos podido ver hasta cierta medida ha sido un cierto avance en el camino.
Fue un año para mirarme al espejo y no verme a mí, sino ver un ser extraño que aparenta ser yo y que trata integrarse lo mejor que puede a una vida que siente como ajena.

Fue también una fuerte lucha entre mi razón y mi intuición, entre mi congruencia y mi tan afianzada incongruencia, entre lo que se debe hacer y lo que quiero hacer, entre lo objetivamente y lo subjetivamente correcto, entre lo que soy y lo que se espera de mi que sea. Lucha, cabe aclarar, aún no resuelta.

Y por mucho que me cueste decirlo, fue un año para reconocer que a pesar de todo y debido a todo, estoy agotada. Llegar a realmente comprender y en cierta forma aceptar esto ha sido una de las tareas más difíciles que tuve que afrontar. Mi gran auto-imagen de persona fuerte, inquebrantable, energética, llena de espíritu guerrero y siempre optimista se quebrantó como el cristal más frágil sobre la faz de la tierra y quedó a plena vista una persona arrastrándose por el día y la vida, patética y digna de lástima a mi vista. Y fue un año para afrontar esta imagen que nunca hubiera deseado ver en mí, darle la mano y decirle “Ok, por el momento me venciste”.

Nunca ha habido un año en el que pudiera decir “que año más fácil”. Porque la vida no se caracteriza justamente por su facilidad o comodidad sino por todo lo contrario. Es un constante esfuerzo, un constante auto-superarse, un constante buscar más, indagar más, aprender más. Y esto, por muy natural del hombre que sea, no viene acompañado siempre de placer o pura felicidad, sino muchas veces de dolor, sufrimiento y padecimiento, que al fin y al cabo nos permiten reconocer y apreciar los pequeños momentos de paz y felicidad que logramos encontrar entre tanto caos.

No puedo decir tampoco que el año quedó atrás y que comienza uno nuevo y que desde cero armaremos algo. No nos recreamos de un día para el otro, y menos que menos lo podemos hacer en un día pautado por gente ya fallecida. No es un nuevo comienzo, no es un feliz año nuevo, ni un empezar de cero. Es un seguir pedaleando, seguir escalando, seguir caminando hacia la cima de la montaña, luego volver a las tinieblas más profundas hasta que nuevamente encontramos una nueva montaña, aún más alta, que superar.

 Y así cada paso que damos es un paso hacia nuestra auto-superación, que no se basa en un nuevo comienzo sino en un resignificar todo lo que fuimos, creemos ser y somos. Es un proceso cíclico en el que todo lo que nos conforma vuelve a procesarse de formas cada vez más sanas. No es olvidarse todo aquello que fue, sino recordarlo a vivo color y saber que aquello que fue ya no es lo más indicado para nuestro hoy. 

Es un constante reaprender de lo aprendido, un recordar lo ya conocido, un reencontrar lo ya encontrado. Es una búsqueda incesante que de vez en cuando nos permite vislumbrar un pequeño rayo de luz que nos indica que estamos en el camino correcto. 

viernes, 28 de septiembre de 2012

El chico del árbol




A veces siente nostalgia cuando piensa en su adolescencia, pero también le trae una cálida sensación de alegría. Se sentía tan grande, y a su vez era tan chiquita. Y lo mejor de todo era que sabía que era chica, pero se sentía muy adulta a pesar de ser chica. Ella supone que es una cualidad que guarda hasta el día de hoy.

Vivía cada día a pleno, disfrutaba de sus actividades, y sobre todo, tenía un futuro armado en su cabeza, mientras que a su vez fantaseaba con todas las posibilidades que se le presentaban.

Cada día cuando iba al colegio, podía sentirse dichosa con el único fin de verlo. Sabía que no le quedaba mucho tiempo, pero quería disfrutar el poco que le quedaba. Lo había conocido cuando él estaba a mitad de su anteúltimo año, y cuando uno no quiere que pase, el tiempo vuela como nunca.

Lo extraño es que hoy en día no recuerda cómo empezó a hablar con él. Sólo tiene la imagen de él sentado en el jardín del colegio, apoyado contra un árbol, leyendo. Siempre leyendo. Era alto y flaco, pero con una espalda ancha. Su cabello castaño oscuro solía estar un poco desordenado, y como se lo dejaba un poco más largo, quedaba aún más despeinado. Pero ese aspecto era el que le gustaba a ella. Lo veía distinto a los demás. Siempre tan calmado leyendo, apoyado en el mismo árbol. Era alto para su edad, y su carácter tranquilo y serio lo hacía parecer más grande de lo que en realidad era.

Todos los días lo buscaba en los recreos, y si podía escaparse en medio de una clase, también aprovechaba para ver si él estaría ahí contra ese árbol. Ella generalmente era una chica tímida que no se animaba a hablarle a los chicos así porque sí, y menos demostrarle a alguno que estaba interesada en él. Pero con este chico era distinto. No le importaba qué podría llegar a pensar él de ella ni de sus sentimientos hacia él. Tampoco le importaba ser rechazada. De hecho no tenía mucha esperanza debido a la diferencia de edad que a esa altura era bastante, pero aún así una pequeña llama de esperanza flameaba en su interior, por lo que nunca se rendía ante su frialdad.

No era que ella lo persiguiera o acosara. O tal vez él lo veía así, pero tampoco hacía mucho para evitarla. Ella siempre pensaba que si tanto le molestaba, podría no aparecer en el mismo árbol, podría esconderse de ella, buscarse otro lugar ya que el colegio era lo suficientemente grande como para no ser encontrado si no quisiera. Pero sin embargo él no se alejaba, ni se escapaba de ella, por mucha cara de molestia que pusiera. Entonces ella lo seguía buscando, y se sentaba a su lado a acompañarlo, y él la dejaba.

No sabía de qué hablarle, y sin embargo siempre encontraba algún tema, y de alguna forma que ni siquiera ella entendía, terminaban hablando y riéndose. Ella era bastante más chica que él, y sabía que los compañeros de él seguramente se reían de ella, y no creía que él la defendería tampoco. Ella conocía su vergonzoso lugar de chiquilla enamorada, y sin embargo no le importaba cómo quedaba ante sus propias compañeras ni ante los compañeros de él. Él la trataba bien, por mucho que a veces la cargara y le demostrara su molestia, la trataba bien y era extremadamente amable con ella y eso era lo único que le importaba.

Día tras día lo buscaba, y lo encontraba sentado bajo el mismo árbol, con la misma calma. Su corazón se alegraba cada vez que lo veía. Todos los demás desaparecían para ella, y sólo lo veía a él. Se despedía de sus amigas, y corría hacia él para sentarse a su lado. Y así pasaba el tiempo sin que se diera cuenta. Cuando estaba con él, el tiempo dejaba de existir. Simplemente no le importaba más nada, sólo su presencia. Por muy vergonzosa que fuera en otros casos, frente a él actuaba libremente, lo hacía reír, le agarraba las manos, le hacía dibujos. Por muy tonta que se sentía, incluso le regalaba dibujos que había hecho para él. Cuando aún no sabía cómo se llamaba, le había puesto un sobrenombre que siguió usando aún una vez averiguado el nombre. Ella sabía en el fondo de su corazón cuán lejos se encontraba él de ella, y sin embargo disfrutaba esos momentos tan especiales con él. Sabía que serían momentos que nunca olvidaría.

Y así pasaron los meses. Con el tiempo descubrió que compartían un amigo de la misma edad de él, un compañero de clases. A su amigo lo había conocido ella en un curso de astronomía y se habían llevado bien desde el primer momento debido a compartir varios gustos y formas de ser. Resultó que él estaba bastante amigado con el chico misterioso del árbol, y varias veces acompañó a su amigo al curso de astronomía, por lo que los tres se pasaban horas hablando de la vida bajo el cielo estrellado. Ella era feliz así, en esos momentos a solas con él, o incluso cuando se encontraban los tres. Sabía que era una situación milagrosa que se diera todo tal cual se estaba dando. Sabía cuán afortunada era.

Él le daba mucho, a pesar de la distancia que mantenía. Por muy frío y distante que actuara a veces, accedía a los encuentros, a las charlas, al contacto. Participaba de los silencios, de las risas, de los chistes. Participaba del juego que se había generado entre los dos. Ella, conociendo los límites pero aún así siendo feliz con lo que recibía. Él, sabiendo lo que le pasaba y aceptando el cariño que venía de su parte. Era un juego entre los dos que sólo ellos conocían y entendían. Nunca tuvieron que mencionarlo ni darse explicaciones. Él sabía lo que a ella le pasaba, y ella sabía que él sabía y que ahí estaba el límite que no podría cruzar jamás. Muchas veces se miraron sin palabras, y ambos sabían, y ambos se aceptaban. Hoy en día ella cree que había cariño de ambas partes. Ella cree (o decide creer) que él a su manera la quería y que en el fondo agradecía el cariño que ella le daba sin esperar nada a cambio. Y ella también sentía que a él le hacía bien ese cariño, por lo que nunca dudó en dárselo.

Y así pasaron 6 meses, y luego otro año. Él se graduó, ella siguió en el colegio. El contacto se perdió ahí, pero de alguna forma ambos se habían acompañado durante esa etapa. Habían sido encuentros fugaces, momentos que habían pasado demasiado rápidos como para darse cuenta que el tiempo pasaba.
Hoy en día ella recuerda esos momentos. Sabe que él seguramente ya se habrá olvidado hace mucho de toda esta historia. Pero ella no lo olvida, ni olvidará jamás cómo la hacía sentir. Y así ella se despide de las estrellas y de los recuerdos que estas suscitan en ella, y su corazón nuevamente se cierra a esa parte de su pasado. 

domingo, 23 de septiembre de 2012

¿?




Pensarme, soñarme, encontrarme, perderme.

¿Qué camino me espera? ¿Que futuro se acerca?
¿Qué decisiones tomar? ¿Qué buscar? ¿Qué sentir?
¿Hacia dónde caminar? ¿Qué esperar?
¿Dónde buscar? ¿Dónde arrancar?
¿Cuánta paciencia tenerme? ¿Cuándo rendirme?
¿Hasta dónde luchar? ¿Hasta cuándo pelear?
¿Dónde está el límite de mi alma? ¿El límite del dolor?
¿Dónde está el límite del silencio?
¿Dónde termina el cuerpo?
¿Qué lugar? ¿Qué momento?
¿Cuán lejos estoy de la inminente locura?
¿Cuánto vacío hay? ¿Cuánto espacio hay?
¿Cuánto tiempo pasará?

Sentirme, dejarme, olvidarme, recordarme.

¿Cuándo sentir? ¿Qué sentir?
¿Qué es real? ¿Qué es ficción?
¿Cuánto durará? ¿Cuánto duraré?
¿Cuándo vendrá? ¿Cómo encontrar?

Lucharme, morirme, despertarme, dormirme.
Cantarme, sonreírme, moverme, callarme.

Llorarme.

Vivirme.

martes, 4 de septiembre de 2012

La prisión del silencio




Uno a veces no se da cuenta cuánta importancia pueden tener las palabras…muchas veces se dice, y me incluyo, que el silencio expresa tanto más que las palabras, que el silencio expresa todo lo que queremos decir, que el silencio es la mejor expresión. No sé cuánto realmente pensamos en esta idea, o cuántas vueltas le hemos dado a la misma, o cuántos posibles escenarios nos hemos podido imaginar antes de llegar a esa conclusión…o si acaso no hacemos más que repetir lo que otros han dicho.

El silencio no puede expresarlo todo, no puede decirlo todo…de la forma más cruda me enteré de esta misma (mi propia) realidad. Evidentemente hay momentos donde las palabras hacen falta, y no sólo cualquier tipo de palabras, sino las palabras correctas. Y cuando faltan, cuando no hay manera de expresarlas por mucho que uno quiera e intente, la frustración es insoportable.

Decir que el silencio dice más que mil palabras pueden decirlo aquellos que han tenido la posibilidad de decir mil y más palabras. Han podido expresarse toda su vida, siempre han sido comprendidos en menor o mayor medida. Por eso, cuando se tiene algo en exceso, evidentemente es fácil imaginarse que la ausencia del exceso debe ser muchísimo más valioso que lo que se tiene…así como el hombre tantas veces va en búsqueda de aquello que no tiene, y cuando lo tiene (y por lo tanto ha dejado lo anterior), extraña lo anterior.

Estar encerrado en un cuerpo que no puede expresarse… ¿cómo se sentirá? Creo que ninguno de nosotros, personas sanas, podemos imaginárnoslo. No hay forma de que podamos comprender lo que puede significar no poder hablar, ni escribir, ni leer…tan sólo entender todo lo que te dicen, pero no poder dar ninguna devolución, porque incluso tu cuerpo está tan paralizado que no puede responder como quisieras. Dolor, angustia, muchísima frustración…palabras tan débiles para describir esa sensación horrible de estar encerrado en un cuerpo que ya no hace lo que uno le indica. Cuando la propia limitación de la piel puede ser más asfixiante que una prisión…Ver el mundo que pasa por fuera tuyo, y no poder ser parte de ese mundo. Es ahí donde te das cuenta que la comunicación hace a la relación, y que sólo mediante un armonioso interjuego entre palabras y silencio puede haber una verdadera interacción entre seres humanos.

Y evidentemente la frustración e impotencia al enfrentarte a una persona así…sentir que nada de lo que puedes hacer va a ayudarle a expresarse mejor. Y que por mucho que el otro lo intente, no lográs comprenderlo. Estudiás una carrera que trata de empatizar con el otro, lograr comprenderlo, ponerte en sus zapatos, y de un minuto al otro te das cuenta que frente a esta situación podés tirar todo ese conocimiento, toda esa teoría, al tacho. Porque no aplica. No aplica cuando no conocés a la persona lo suficiente como para poder interpretar los pocos gestos que logra hacer. No puedes saber lo que quiere, lo que piensa, lo que siente. Tan sólo puedes verle la mirada de sufrimiento luego de inútiles esfuerzos de transmitir aunque sea una palabra…y ese momento crucial donde se da cuenta que no puede, y que nunca podrá. El silencio que se produce después de un momento así es el peor silencio que llegué a experimentar hasta ahora. Es un silencio denso y doloroso, que llega hasta lo más profundo del alma. Es un silencio que milagrosamente sí puede interpretarse y te dice de la manera más cruel que no hay comunicación, a pesar de un desesperado intento de ambos.

Pocas veces llegué a sentir tanta impotencia en mi vida. Pocas veces me sentí tan inútil y tan torpe con mis intentos de comunicación como frente a una persona incapaz de comunicarse. Pocas veces me sentí tan pequeña, y tan frustrada en ese cuarto lleno de silencio. Pero sobre todo, pocas veces mis palabras han sido tan superficiales e inexpresivas, incomunicantes, como las que expresé en esa situación. Yo, con el poder de la palabra en mis manos, con plena capacidad de decir lo que quisiera, no fui capaz de generar una comunicación agradable y útil en esa situación. Fracasé en todos mis intentos de generar comunicación a través de la incomunicación. Pero sobre todo fracasé en mis intentos de comprender la mínima comunicación que me llegaba del otro lado.

Pero si hay algo que pude aprender, o mejor dicho notar de todo esto, fue la gran capacidad del ser humano de empatizar. Por muy difícil o casi imposible que es ponerle palabras que describan esos momentos, creo no equivocarme al decir que lograba sentir el dolor ajeno…lograba vivir la misma frustración e impotencia que estaba sintiendo el otro. Pero me di cuenta que manejar esa empatía sin derrumbarse uno mismo es dificilísimo. Se siente tanto dolor, y a su vez tanto miedo al lograr sentir lo que el otro está sufriendo, que parece superar la propia capacidad de aguante y se teme la propia caída. Por eso comprendí a la perfección cuando me dijeron que pocos van a visitar a personas en estados similares por no querer enfrentarse a un posible futuro semejante. Y no sé si es realmente eso, o simplemente la incapacidad de manejar ese inmenso peso que recae sobre uno cuando logra sentir empáticamente en carne propia el enorme sufrimiento ajeno.

Siento nuevamente, como tantas veces, que he puesto un bloqueo frente a esa experiencia. Por eso se me hace tan difícil en este momento revivir esos momentos para poder plasmarlos por escrito. Es como si recordar fuera demasiado doloroso para manejarlo, por lo que mi memoria gira alrededor de un agujero negro al que no puede acercarse, porque cada vez que se acerca, pierde su dirección y ya no sabe hacia dónde se dirigía. Es una lucha constante contra las propias defensas, que uno quiere derribar suavemente, una por una. Es decirse a uno mismo “sé que me querés proteger, sé que me estás cuidando, pero por favor, déjame ser libre, déjame sentir y experimentar todo aquello que sé que se encuentra en mí.”

Pero evidentemente es una lucha que sólo yo puedo ganar y poco a poco permitirme sentir. Y mientras tanto intentar recordar cómo sentía la impotencia en la mirada del otro, cómo captaba el dolor, y cómo su dolor se mezclaba con mi dolor y mi impotencia, y como los dos sucumbíamos al silencio porque simplemente…no nos quedaba otra. 

lunes, 6 de agosto de 2012

Que no me afecte




Que no me afecte el dolor
el paso del tiempo
el deterioro.

Que no me afecte la soledad
la depresión
la tristeza ajena.

Que no me afecte el silencio
la mirada expectante
la luz apagada.

Que no me afecte la palabra
la dicha y la no dicha.

Que no me afecte el recuerdo
de lo que hubo
y de lo que no hubo.

Que no me afecte la frustración
el enojo
ni la desilusión.

Que no me afecte el contacto
el encuentro
la relación.

Pero sobre todo
que no me afecte que me afecte
que sufra, que llore, que duela
que encuentre, desencuentre, pierda
que desespere, se pase el tiempo o se detenga.

Que no me afecte el afecto
el sentimiento
la emoción.

sábado, 4 de agosto de 2012

Metáforas



¿Y si el silencio es todo lo que hay?

¿Y si las palabras no logran expresar lo que queremos decir?

¿Y si ni nuestro pensamiento logra comprender lo que verdaderamente sentimos?

¿Y si cualquier intento de acercamiento es en vano?

Gira y gira alrededor del centro invisible, como una estrella en extinción gira alrededor de un agujero negro. Cuánto más intenta acercarse, más se desintegra. Cuánto más intenta encontrarse, más se desencuentra. Cuánto más intenta comprenderse, más se desentiende.

Los muros fueron construidos para proteger y cuidar. Pero también han edificado cárceles y dividido territorios y familias. Fríos, han visto sufrir y caer a los que intentaron derribarlos. Pero dichoso aquel que supiera vencerlos; encontraría un reino infinito al cruzar.

Un mar, vasta amplitud sin fin. Intentamos conocer las infinidades del espacio, cuando no conocemos las profundidades de los océanos que nos rodean. Nos aplasta el peso de la oscura densidad, el eterno silencio debajo del mar. Lo desconocido nos controla y paraliza.

Cristales que reflejan la luz del sol creando un juego de colores en movimiento. Duros como ningún otro material, y sin embargo tan frágiles. Su transparencia permite ver el valor que conllevan, sin embargo su frialdad permanece distante del calor que ofrecemos.

Muñeca de cristal, bellísima su coraza, fuerte su presencia, valiosa tan valiosa. Pero frágil, frágil materia te compone, frágil caminas entre los escombros. No te tropieces, pequeña muñequita, que las piezas no se vuelven a unir.

Pájaro que luego de haber volado por los altos cielos, has decidido atarte a un poste y olvidado cómo deshacer el nudo. De nada sirve elevar la mirada al cielo si no puedes liberarte como antes. De nada sirve imaginarte extender tus alas si has olvidado incluso cómo volar.

Tú, que escalas la montaña en medio de la niebla sin saber si caminas hacia la cima o el valle, no encuentras refugio entre tanto bosque. No cesas de buscar los rayos solares que te indiquen el camino correcto, pero las suelas de tus zapatos se han empezado a gastar.

Tú, navegador de los grandes lagos, que con tu brújula siempre te has sabido ubicar bajo el cielo estrellado. Pero has roto tu brújula y has decidido embarcarte en un viaje sin saber si arribarías a tu destino. Confiaste en tu conocimiento previo. Dime, ¿dónde te has perdido?

Un reloj que marca el paso del tiempo, una llave que abre una puerta desconocida, un traje que disfraza la verdadera esencia, una montaña, una mirada, una inhalación. El reloj se detiene, la llave se pierde, el traje se quema, la montaña se diluye mientras la mirada se enfoca al exhalar.


¿Y si el silencio es todo lo que hay? 

martes, 17 de julio de 2012

Aprendí...








Aprendí del esquí a sentir la adrenalina, encontrar la sensación de libertad y darme cuenta que sólo yo controlo mis movimientos.
Aprendí de la equitación la confianza, seguridad corporal, y el sentir a otro ser que no sos vos.
Aprendí del esquí acuático que tus pies no siempre están tan firmes sobre la superficie como pensás, y que podés hundirte en un segundo.
Aprendí del tenis el valor de practicar de a dos y jugar con el otro, no contra él.
Aprendí del karate lo que es el profundo respeto, la disciplina, la frustración y el poder superarla, y sobre todo, la constante búsqueda de la técnica perfecta.
Aprendí del atletismo a no rendirte jamás, seguir a pesar de sentir que no podés más, y que siempre podés superarte a vos mismo.  
Aprendí del iaido lo que es la etiqueta, que la lucha es contra uno mismo, que la vida pende de un hilo, que un milimetro puede hacer la diferencia, y que es siempre mejor vencer sin desenvainar.
Aprendí del kenjutsu a enfrentarme sin miedo a un otro, confiar en sus movimientos, acompañarlos del mejor modo posible, y que es más seguro adelantarse que retroceder.
Aprendí del ninjutsu a salir de la técnica, a abrir mi mente a distintas posibilidades, a ir más allá de la forma y a dejar fluir. 
Aprendí del taiko a convivir, compartir, superar el dolor y la resignación y seguir luchando siempre por lo que uno ama. 
Aprendí de la meditación a mirar hacia adentro en silencio, a ser paciente con uno mismo, y darse el tiempo necesario para crecer y aprender. 


Y de todo esto aprendí que cada cosa que hice me hizo crecer de maneras inimaginables, y que gracias a todos estos aprendizajes hoy puedo ser quien soy. 
Aprendí que todo es complemento de todo, y que ninguna enseñanza es contraria a otra, sino que se complementan en cada momento.
Aprendí que las personas que me acompañaron en cada etapa han sido grandes maestros que me enseñaron lecciones de vida que debía aprender. 


Hoy estoy aprendiendo que el camino es uno sólo, a pesar de que desde afuera pueden parecer muchos. 
Hoy puedo decir que siempre estuve en el camino, en cada paso que di y doy. Hoy aprendo que todo lo vivido está latente en mí y que cuánto más tiempo pasa, más siento que no sé nada, y más humildad y respeto tengo, y más acepto opiniones o visiones distintas a las mías. 
Hoy estoy aprendiendo a arraigar mis pies a la tierra, sin dejar de estirar mis brazos al cielo. 
Hoy estoy apreniendo que soy aquello que hago. 


lunes, 28 de mayo de 2012

Play





Move on with your life.
Things pass by, things change
nothing is the way it once was.

You can be more than just sad
you can be more than just hurt
you can believe.

Believe that the sky is infinite blue
believe that life is full of joy
and feel your heart beat
with the rythm of hope.

You can be one with your mind
start to stand tall
and don´t waste any time
with unimportant thoughts.

You can trust
in your own feelings
be one with yourself
be what you just dreamed of
and make that dream come true.

Laugh, as you have never laughed before
in a way so bright, so beautiful
that time will stop to see your light.

And play, just play,
with the heart of an innocent child
and you will feel the rythm of Earth
playing by your side.

You can fly
cause everytime you play
you get wings on your shoulders
and you learn to fly
to the deepest of oceans
the highest of mountains
the bravest of hearts.

You can give all that you are
because you have nothing else
than yourself,
an everlasting gift.

So play, play for me my heart
show me the rythm of this life
so maybe one day
I´ll be finally able
to understand
the meaning of life.

jueves, 3 de mayo de 2012

Mar




Y como si fuera poco, nos miramos los unos a los otros como extraños. Compartiendo el mismo mundo, siguiendo las mismas huellas una y otra vez, pero no nos conocemos, no nos damos cuenta que nosotros somos nuestro propio reflejo. Allí donde los suspiros se vuelven cantos, donde el respirar se hace ligero, donde el cuerpo se vuelve liviano y ya no necesitamos luchar para sobrevivir, ya no necesitamos manejar estas materias tan sucias, pesadas, que nos causan dolor.
Vivimos con el alma, con aquello que siempre está y que siempre se percibe, pero que pocos se animan a buscar. Es como si todos supieran que hay una cierta verdad conocida por todos y siendo la misma para todos, pero sin embargo luchan día a día para demostrar de alguna forma lo contrario. Nos volvemos a tirar una y otra vez al mismo mar, nos volvemos a ahogar, pero nos tiramos de nuevo, creyendo que esta vez no nos ahogaremos, pero…como no aprendemos, nos ahogamos en el mismo mar de lágrimas, de sudor, de sufrimiento constante.

Es nuestro mar, creado por nosotros mismos, por nuestros miedos. Y los remolinos nos tiran hacia abajo. Por más que nosotros nos tiramos y estábamos convencidos que lograríamos vencer, al vernos siendo tironeados hacia abajo, desesperadamente nos aferramos a la luz, queremos salir, queremos gritar, pero nos ahogamos aún más. Nos preguntamos por qué nos tiramos, por qué nos creíamos más fuerte de lo que somos. Pero ya es tarde, ya caímos de nuevo. Y ahora hay que luchar con todas nuestras fuerzas para salir del remolino y volver a subir, volver a respirar, volver a ver la luz del día. Pero…ya no tenemos fuerzas. Las gastamos cada vez que nos volvimos a tirar. Esta vez nos ahogaremos en serio, y no sabemos si tendremos otra oportunidad.

Y de repente, en medio de nuestra lucha, logramos percibir a lo lejos una silueta. Sí, no nos equivocamos. Allá vemos a alguien, que está nadando bajo mar, que se está divirtiendo en este mar de lágrimas, sin sufrir. No hay remolino que lo tironee. No hay nada que lo perturbe. Ya llegará su turno, pensamos. Pero no, de repente lo vemos ascender. Sí, está ascendiendo a la luz. Y se impulsa, y salta, y gira en el aire, grita de felicidad, y vuelve a caer dentro del mar, riéndose. Fue nuestra imaginación, pensamos. Pero no, nuevamente hace lo mismo. Y de a poco empezamos a divertirnos con él. Verlo nos alegra, nos perdemos en su tranquilidad, en su serenidad.

Pero de repente otro tirón. Nos hemos olvidado que seguimos en el remolino. Y seguimos descendiendo, y nos vuelve la sensación de ahogo. Pero no podemos poner más resistencia. Desesperadamente queremos gritar, llorar, nuestras lágrimas de desesperación se funden nuevamente con el mar de dolor. Ya formamos parte de él, ya no hay nada que hacer. Estiramos nuestra mano en un último intento de salvación. Le rogamos a aquella libre silueta que nos ayude, una sola vez más. Hemos aprendido. Ya no queremos volver a saltar dentro del mar. Demasiadas veces lo hemos hecho en nuestra ingenua ignorancia, creyendo que podríamos vencer. Esta vez queremos sinceramente regresar a casa y no volver nunca más a esta terrible profundidad.
Nuestro pensamiento ya sólo se dirige en una dirección. No podemos hablar, ni gritar, ni esforzarnos. Nuestra mano, el brazo, el cuerpo entero ya no se tensionan y se aflojan. Por favor, rogamos.
Por favor. Ayúdame.

De repente sentimos una leve presión en nuestra mano. Con un último esfuerzo abrimos nuestros ojos y miramos hacia arriba. Ahí está, sonriéndonos, tomándonos de la mano. El remolino cesa, parece desvanecerse dentro del mismo mar. Nos sorprendemos de la facilidad con la que todo se disipa, se vuelve silencioso, claro. La silueta nos está elevando poco a poco, sentimos que estamos ascendiendo. Nos tranquilizamos, porque al fin saldremos de este infierno de mar. Veremos el cielo, la luz del sol, regresaremos a casa.
Pero nos suelta. Así de la nada, como si lo hubiese planeado, nos suelta la mano. Y sentimos que nuevamente volvemos a hundirnos lentamente. No podemos reaccionar, nuestro cuerpo no responde. Miramos a la silueta que nos mira, y sólo sonríe. Pero de repente se vuelve transparente, parece fundirse con el mar, la sonrisa se estira, parece deformarse, se vuelve amplia, toda la silueta se amplía, se expande, hasta que allí ya no hay nada, nadie, tan sólo mar y más mar, agua por todos lados. Cómo puede ser, nos preguntamos. Allí había alguien, y ya no está. Pero no, al mirar bien nos damos cuenta que nunca hubo nadie allí. No era una silueta. Fue nuestra imaginación. 

Y mientras pensamos, seguimos hundiéndonos lentamente.
En cualquier momento vendrá nuevamente el remolino, pensamos. Pero pasa el tiempo y no viene. Nosotros inmóviles, lentamente hundiéndonos. Tenemos miedo de movernos y que nos descubran y vuelvan a atacarnos. Pero nadie viene. Nadie nos tironea hacia abajo. Tan sólo estamos hundiéndonos porque no nos estamos moviendo, no estamos esforzándonos en subir. Lentamente movemos nuestro cuerpo y sentimos un dolor intenso en todo el cuerpo como si estuviera herido de tantas batallas. Tantas veces nos golpeamos, nos exigimos de más, sufrimos, sangramos, y ahora tan sólo quedan las marcas de aquellas batallas perdidas. Pero el cuerpo aún se mueve. Y sentimos que ya no nos hundimos sino que flotamos.
No, estamos nadando. Podemos nadar en el mar. Ya que podemos nadar, queremos ascender, queremos irnos de ese lugar espantoso, así que comenzamos a ascender y ascender. Vemos que por encima nuestro está la luz del sol que nos espera. El aire puro que entrará en nuestros pulmones y nos llenará de alegría y paz. Y así sonriendo seguimos ascendiendo hacia la luz. Poco a poco nos cansamos, pero ya nada importa porque el fin último está cerca y no pararemos hasta no alcanzarlo.

Pero pasa el tiempo y seguimos ascendiendo y no parece haber fin, la superficie no llega. No podremos habernos hundido tanto, pensamos, hace rato que tendríamos que haber llegado. Pero a medida que ascendemos, el mar se vuelve más cálido, así que nos sentimos bien porque sabemos que tan mal no podemos estar. Ascendemos y ascendemos, por momentos nos cansamos y nos dejamos estar y sentimos cómo flotamos, hasta recobrar nuestras fuerzas y seguir ascendiendo.

Y poco a poco vamos olvidando a dónde queríamos llegar, por qué razón ascendemos con tanto énfasis. Y lentamente el mar ya no parece afectarnos, ya no parece ponernos ninguna resistencia. Es como si no existiera diferencia entre el mar y nosotros, porque si la hubiera, sentiríamos la resistencia de una materia oponiéndose a la otra.
Miramos alrededor y no vemos nada más que una vasta infinidad de mar, mar, mar, por todos lados. Sentimos que nos estamos perdiendo y empezamos a dudar de nuestra propia existencia. Queremos asegurarnos que aún somos nosotros mismos, que aún estamos, y que existimos y que estamos ascendiendo. Así que bajamos la mirada para ver nuestro cuerpo y con horror descubrimos que no vemos nada. Todo mar.
Buscamos nuestras manos, nuestros brazos, nuestro cuerpo, pero no vemos nada. Queremos tocar nuestro cuerpo, nuestros rasgos, sentirnos, pero no logramos hacer contacto con nada. Desesperadamente comenzamos a dar vueltas, a mirar hacia todos lados. Miramos hacia arriba y vemos la luz, miramos hacia abajo y vemos luz. Hacia los costados, luz.
Luz, mar, ni un sonido, ni una sombra, ni un solo cuerpo. Cómo puede haber luz abajo, pensamos, si venimos de allí y no la había. Dónde están los remolinos, pensamos, y dónde la superficie tan deseada. Este se suponía que era el mar del sufrimiento, y afuera, arriba estaba la felicidad, nuestro hogar. Si nosotros veníamos de ahí, por qué no lograríamos regresar.
Ya no ascendemos, porque no hay hacia dónde ascender ni con qué ascender. Miramos a lo lejos pero ya no sabemos hacia dónde miramos, si estamos mirando hacia lo lejos, o si estamos viéndonos a nosotros mismos. Ya no sabemos si somos un minúsculo punto en medio de la vasta infinidad, o si somos la infinidad. Ya no sentimos un cuerpo, una separación.
Extrañamente ya no queremos ascender porque no vemos la necesidad de hacerlo. No hay nada a dónde llegar, porque ya hemos llegado, y siempre hemos estado allí. Todo lo que creíamos haber visto en la superficie, todo lo que recordábamos, todo lo que ansiábamos, nunca había existido. Era todo una mera ilusión, un engaño. Siempre habíamos estado en ese mar, desde un comienzo. Y el mar del sufrimiento no estaba compuesto de lágrimas. Eran nuestras propias lágrimas, nuestros propios remolinos. Nosotros habíamos sido los remolinos, nosotros nos habíamos lastimado, nosotros habíamos buscado luchar contra lo que no existía ni existió nunca. Habíamos imaginado y creado un dolor que no existía. Creíamos ascender, sin darnos cuenta que en la infinidad no hay necesidad de ascender porque ya estamos arriba, porque somos todo, y no existe ni el arriba ni el abajo.

Nosotros somos y siempre habíamos sido el mar.
Nos acordamos de la extraña silueta, aquella última esperanza nuestra. Nos habíamos aferrado a ella con nuestras últimas fuerzas. Había sido nuestra salvadora, o al menos eso creíamos en ese entonces. Pero la silueta no era nada más que el mismo mar y siempre había sido mar y había estado allí. Tan sólo necesitábamos ver algo o a alguien para poder creer. Necesitábamos la prueba de que alguien más nos salvaba, siendo incapaz de imaginarnos que nosotros mismos podíamos hacerlo. Pero lo habíamos logrado.

El mar ya no es mar. Se vuelve cada vez más claro, se desvanece por la intensa luz. Y el mar de lágrimas se convierte en un mar de luz. Siempre fue luz, tan sólo necesitábamos creer que era otra cosa.
Reconocemos en nosotros mismos la silueta, moviéndose libremente en la infinidad y fundiéndonos en ella. Y ya no pensamos, porque no hay pensamiento. No hay nada que  no seamos. Ya nada hay en el todo, tan sólo el todo que lo abarca todo. Es y siempre ha sido todo.
El mar de ilusiones se ha desvanecido, y ya no hay un “nosotros”.
Felicidad, amor, qué más da?
Lo somos todo, si tan sólo queremos serlo.

Yo quiero serlo.

Canto a la nieve




Cuánta belleza, dulzura blanca
Diosa helada haces tu camino
Caes cuando más se te extraña
En el momento justo vuelas hacia mí.

Blanca como el alma, pura
Silenciosa como un ángel, perdura
En las inmensidades del cielo, cantas
A las nubes te asemejas, lloras.

Triste desciendes a la tierra
Dejando tu huella en el cielo
Tu canto es un himno
Un himno cantado en silencio.

Ya nada es lo que parece
Lo pasado en recuerdo desaparece
Duerme por siempre tristeza, duerme
Sueña con tu fría dueña, calla.

Extiendo mi mano para tocarte
Pero eres inalcanzable, tan lejana
Sólo se te puede admirar de lejos
Aquella belleza que nunca muere.

Hace mucho que no te veía, blancura eterna
Que te sentía tan cerca de mí
Había olvidado lo que se siente
Sentarme a oír tu bello existir.

Me hiciste recordar lo mucho que te quiero
Lo mucho que necesitaba verte nacer
Entre el cielo blanco y gris del que caes
Hacia la fría tierra, helada debido a tu poder.

Traes silencio al mundo, estrella mía
El silencio más bello que conocí
Tu silencio me abre las puertas
Hacia un sueño posible de vivir.

Te miro y te escucho, te admiro
Eres tan simple y fácil de comprender
Me dejo llevar por tu silencio
No vuelvas a alejarte de mí.

Me había olvidado cuánto te quiero
Cuánto fuiste para mí
Pude notar que nada ha cambiado
Que te amo como antes, o más aún.

Déjame apreciarte como siempre hice
Déjame escucharte como me enseñaste
Déjame acompañarte como siempre quise
Y recordar que nunca más he de olvidarte.

No es acá donde estas en tu casa
Pero me diste un pequeño refugio a mí
Hoy cuando salí a buscarte
Por un rato me volviste a sonreír.

Las calles se vacían a tu paso
Dejas un profundo vacío en la ciudad
Pocos te entienden, alas blancas
Pocos te escuchan, como me enseñaste a mí.

Es toda una vida que ha pasado
Que nunca se podrá borrar
Algún día volveré a tu lado
Y a tu lado me pondré a cantar.

Acaso supiste que te extrañaba?
O quieres que vuelva a ti?
Hace cuánto que no sentía tu frío
Hace tanto que me costó volver a latir.

Hoy lograste que llore por ti
Abrir algo dentro de mí
Te agradezco por darme este día
Día tan especial para mí.

Y a pesar de escribir todo esto
Las palabras no alcanzan para describir
La sensación que sentí al verte
Al ver mi alma sonreír.

Ave de alas blancas,
Quiero volver a volar a tu lado
Volar a la par, hacia el infinito blanco
Sentir el viento, sentir tu canto.

Extraño tu paz, hermana mía
tu perfecta sintonía
Fuiste y eres mi maestra siempre
Gracias por aparecer hoy ante mí.

Enséñame nuevamente a entender
Lo simple de la libertad
Aquella que sentía latente
Cuando corría a tu lado, a la par.

Tú siempre me diste todo
Todo para ser feliz
Con solo verte me dan ganas
De correr nuevamente junto a ti.

Y aquí me encuentro, en medio de tu frío
Abrazándome, como siempre hizo
Y no quiero dejar de escribir
Ya que tú me inspiras, me das ganas de vivir.

Eres mi reina, mi madre, maestra, mi todo
Mi silencio, mi llanto, mi sonrisa, mi amor.
Eres mi pasado y mi presente,
Me hiciste lo que soy.

Blanca voy hacia tu encuentro
Mi alma se encuentra con tu silencio
Y mis palabras se vuelven tu melodía
Y tu canto todo lo llena.

Te miro nuevamente, y se que estoy feliz
Hoy me llenaste el alma de silencio
Y me hiciste revivir.