martes, 15 de julio de 2008

El lugar de las palabras












Encuentro en las palabras de la gente que escribe algo reconfortante. Es como si pudiesen extraer su corazón y decir lo que sienten. A veces no se puede, o simplemente lo que está por expresarse no tiene palabras que alcancen para describirlo. Entonces uno simplemente se queda callado, y la mirada lo dice todo.

Pero cuando alguien realmente siente, se puede apreciar en la escritura. En la forma en que coloca cada palabra, las comas, los puntos, los silencios, la simpleza o complejidad de lo que se dice. Muchas veces uno no logra detenerse, tan sólo escribe y escribe, y cuando relee lo que ha escrito, no encuentro concordancia en sus palabras, y sin embargo las palabras en sí mismas cobran sentido, dándole vida a un sentimiento reciente.

Y así permanecen año tras año hasta que se decide destruir lo escrito, borrarlo por completo. Cuántas cosas se habrán escrito en la historia de la humanidad y que nunca salieron a luz? Cuántas cosas se habrán dicho para luego ser borradas y olvidadas con el paso del tiempo? Y también me pregunto, cuántas cosas están aún esperando ser encontradas, en alguna parte del mundo, escondidas, esperando tan sólo el momento indicado para ser leídas? Cuántas voces se habrán callado con la esperanza de encontrar refugio en la palabra escrita? Cuántos gritos están aún por gritarse?

En el silencio del que lee está la verdadera palabra. En aquel que imagina y sueña y va creándose su mundo a medida que recorre los renglones es donde el espíritu se expande libremente. Y dentro de cada palabra hay una historia, y dentro de cada historia hay miles de personas involucradas, y cada persona tiene a su vez su historia, y cada historia tiene sus palabras. Y así, hasta el infinito. Así, todos estamos conectados a través de una simple letra, una simple palabra, una simple frase.

Por qué sentimos lo que otros describen con palabras que no son nuestras, hablando sobre sentimientos que no son nuestros? Por qué los comprendemos, los entendemos, asentimos o negamos lo que nos están diciendo? Pienso que los comprendemos porque somos iguales a ellos, con vivencias similares y almas iguales que simplemente no se encontraron (o tal vez sí) en esta vida. Por más que lo que vivimos es único e irrepetible, siempre habrá otros que vivirán historias parecidas a las nuestras, que pasarán por los mismos lugares, tendrán los mismos amores, los mismos miedos.

Es por esto que a veces me pregunto por qué decimos no entendernos, si en el fondo no hay nada que entender. Si tan sólo se trata de vivir cada día como si fuese el único. Y sin embargo nos concentramos en vivir la vida del otro, intentando persuadirlo de algo que el otro tal vez nunca querrá entender. Por qué? Porque tuvo otra vida, tiene otros tiempos, y tendrá que llegar por sí sólo a la conclusión de que su vida y la nuestra son la misma.

Lo curioso de las palabras escritas es que no tienen tiempo ni dueño. Una vez escritas, le pertenecen a todo aquel que decida leerlas. Y es esta misma persona la que se adueña de ellas, que les da un tiempo. Pero luego las vuelve a dejar, y vuelven a quedar sin dueño y sin tiempo, y así se repite un constante ciclo de ida y vuelta. Y por más que las palabras cambien su significado miles y miles de veces, seguirán siendo siempre las mismas.

Por qué sentimos la necesidad de plasmar en papel lo que sentimos o pensamos? Y por qué no todos son iguales y algunos prefieren no expresar lo que tienen dentro? he llegado a pensar que lo que se dice por escrito guarda cierta magia. Los escritos transforman el espacio y el tiempo, crean un mundo paralelo en el que sólo el autor entenderá verdaderamente aquel mundo que creó; todos los demás, los lectores, sólo podrán disfrutar de una parte de aquel nuevo mundo.

Y sí, es curioso también cómo se pueden escribir páginas y páginas sin decir nada. Tantas palabras desperdiciadas. Y sin embargo, allí a lo lejos retumba un eco familiar. El eco de la memoria, el que nos lleva a evocar nuestra propia historia y nos lleva a relatar nuestra propia vida. Y todo eso, gracias a algunas líneas atemporales, escritas en alguna parte de la historia, formuladas por alguien sin nombre que tarde o temprano dejará de existir. Pero las palabras fueron escritas, y por ende, son también vida.