miércoles, 10 de septiembre de 2014

Sincerándome


Hoy tengo bronca, enojo, frustración. Considero, o creo estar en la segunda fase de cualquier duelo. Uno cree a veces que no caerá en los estereotipos, y de repente te ves aplicando exactamente lo mismo que el resto. 
Estoy frustrada sobre todo porque la vorágine del día a día no me permite detenerme a vivir mis sentimientos. Estoy obligada todos los días a ponerme una máscara y actuar que todo está bien para poder cumplir con las obligaciones que tengo. Pero lo que realmente quiero hacer es poder vivir este momento a pleno, poder sacármelo de encima ahora, y no andar arrastrándolo por meses por no poder elaborarlo correctamente. Quiero detenerme, buscar en mis sentimientos y sensaciones, y permitirme vivenciar todo lo que me pasa, sin el estrés de tener que estar bien poco tiempo después.
La gente te dice "tenés que salir", "tenés que hacer cosas", "hacé esto o aquello". En situaciones así todos se vuelven maestros en lo que es lo mejor para uno. Yo misma he estado en esa situación, haciendo y recomendando lo mismo, sabiendo que lo que hacía no sirve de nada. La necesidad de dar consejos es imperiosamente fuerte en el ser humano. Incluso siendo consciente de lo que se hace y de la inefectividad de los consejos, uno igual se lanza a darlos. Y acá me encuentro ahora, queriendo contar lo que me pasa, cómo me siento, pero al mismo tiempo con miedo de hacerlo para no encontrarme con los consejos de lo que debo hacer, cuándo y en cuánto tiempo. 
No quiero definir un tiempo de "permiso de malestar". Tener que estipular que estaré mal un mes y que después ya no tengo derecho a sentirme mal. La pregunta de "estás mejor?" de alguna forma genera una presión de tener que contestar que sí, que estás mejor, porque si decís que no, desconcertás al otro y vuelve con los consejos. Entonces conviene decir que sí, que estás mejor, y ponerte la máscara de superada y seguir andando como robot por la vida.

Tiene un aire de gracioso cuando podés darte cuenta de lo que te pasa. Poder sentir cuando estás negando algo, cuando lo estás proyectando, reprimiendo o racionalizando. Y aún viéndolo a veces no podés evitarlo. Me digo que quiero vivirlo y experimentarlo y pasar por el sufrimiento, pero al mismo tiempo bloqueo el sentimiento, por miedo a tener que estar bien de pie 2 minutos más tarde. 


Pasé por el proceso de dolor y lamentación. La clásica "me quedé todo el día en la cama llorando". Nunca pensé que sería ese tipo de persona, no me veía haciendo algo así, y de repente me encontraba así, un día entero, autolamentándome. Y otro clásico que me había jurado que nunca haría: hacer compras para llenar el vacío. Me sorprendí siendo experta en el arte de llenar los vacíos con cosas inútiles, y qué bien se sintió!


Ahora como dije al principio, me encuentro en la etapa de ira, bronca, enojo y frustración. Me doy cuenta que culpo a todo y todos. Culpo a este por haberse metido, a este otro por hacer lo que hizo, a este por mirarme raro, a tal otro por no escucharme, a este por no estar, y a mi misma por ser como soy (obviamente). Y culpo a mi vida por encontrarme en este particular momento de mi vida en esta particular situación que no me permite sufrir y lamentarme libremente como quisiera poder darme el derecho de hacer aunque sea una vez en la vida. 

Y lo mejor es que mi propio enojo me causa gracia. Me enojo, puteo, me doy cuenta, me empiezo a reír de mí misma, y vuelvo a llorar por lo patético de la situación, y vuelvo a putear por llorar...y así un círculo vicioso que nunca acaba. 

Uno, en situacion así, se vuelve más analítico y reflexivo de lo que se creía capaz. De repente te encontrás filosofando en el colectivo, pero extrañamente, sin pensamientos. Flotás por el espacio, sin pensar, sin sentir, o mejor dicho, sintiéndose muerto por dentro. Y ahí veo y noto que estoy reprimiendo todo. El famoso tapón que aparece cuando el todo se convierte en demasiado. Y por fuerte que tire del tapón, no se mueve. Por momentos se destapa un poco, y viene una marea de dolor, pero rápidamente y antes que pueda darme cuenta, volvió a estar el tapón. 

Y sinceramente, es agotador pelearse con uno mismo. Y como no hay fuerza suficiente para discutirme a mí misma, dejo al tapón ser. Cada tanto me doy un instante y me pregunto "qué sentis? querés expresarte?" y cuando no hay nada más que un vacío extremadamente silencioso...y bueno, a seguir intentando. 

Por ahí también lo encaro mal. Por ahí no sé comunicarme con el tapón, léase, mi interior. Tal vez lo presiono a tal punto que no quiere ni asomarse. Por ahí no conozco mi propia fortaleza y creo poder aguantar más de lo que mi cuerpo sabe que aguantaría. 

Por ahí, llevada por lo que la gente dice, me doy menos tiempo del que me quisiera dar. 

A qué lleva todo esto?

A tener que encontrarse consigo mismo en la soledad máxima. Tener que enfrentarse al propio fantasma de la soledad, y frente a él encontrarse con el famoso "y ahora qué?".
Y me viene la imagen de mi padre, sólo, absolutamente sólo, y enfermo. Y me veo a mi misma en su lugar, vieja, enferma, sola. Y aparece el crítico a decirme toda clase de amenazas y profesías catastróficas, y yo escucho y le creo, y se encoje el alma. 

Y me encuentro buscando todo tipo de salidas a esta soledad. Léase, intentos patéticos de no enfrentarme a mis miedos. Y busco desesperadamente la compañía de quien sea, cuando sea. Y me encuentro con brazos cálidos y corazones abiertos de amigos presentes y ausentes, esos héroes que aparecen cuando uno más los necesita. 

Y a pesar de mi orgullo y mi "yo puedo sola", me obligo y permito dejarme acompañar un poquito, y poder escapar así de las frías garras de la soledad que me esperan. 

Sé que la tarea en los meses siguientes será amigarme con mi soledad, y volver a hacerme fuerte. Uno no se da cuenta pero cuando se está con un otro, uno de repente se vuelve inválido, y todo lo que antes mágicamente podías hacer sola, de repente te encontrás con que te olvidaste de cómo hacerlo. Y gracias a dios que estudié una carrera que supuestamente me permite desarrollarme y conocerme. Sino podrían haberme sentado directamente en una silla de ruedas con respirador artificial por haberme olvidado de caminar y respirar. 


Cuándo me hice tan débil? Cuándo empecé a tenerme tanto miedo? Cuándo comencé a sentir que era tan patéticamente rara y distinta que no podía encajar con ningún ser de este mundo? Cuándo comencé a desvalorarme tanto de pensar que ya nadie más me amará jamás? Pensamientos fatalistas que son como el loro que repite y repite y repite sin parar las mismas ideas enfermizas. No vales. Sos rara. Nadie te puede querer. Perdiste para siempre. Qué tonta que sos por no haberte jugado por esta persona. Se te cerró la puerta para siempre. Etc, etc etc...


Pensamientos que si los leés como viniendo de otro, los mirás con ojos superadores a la gran "pf, a mí eso no me pasa." pero cuando te encontrás ahí con el loro incansable, agarrate Catalina que se te viene la noche. 


Nuevamente, estoy cansada de luchar contra mi misma. 

Los días pasan y yo soy un ente que trata de mantener la cabeza fuera del agua para no ahogarse. Y al mismo tiempo se da cuenta que en algún momento durante la tormenta se perdió el salvavidas, y que dependió tanto tiempo del salvavidas que se olvidó de nadar. 
Y flaca, si querés sobrevivir, hacele acordar a los músculos de tu cuerpo cómo nadar, porque sino inevitablemente te ahogarás. 

Los duelos no son fáciles. Es dejar ir algo que creíste que te pertenecía, o mejor dicho, darte cuenta de que lo que creíste que te pertenecía, en realidad nunca fue tuyo. 

Es aceptar que nada es constante y nada es para siempre y que basta una palabra para romper lo que se construyó en años. Es quitarle la piedra a la base del templo y que se derrumbe todo, sólo para darte cuenta que la base no era tan sólida como creías.

Me duele. Mucho. El edificio que se derrumbó se me cayó encima y quedé bajo los escombros. Lastimadísima, busco la salida y la luz del sol. Pero la salida está lejos, y el dolor es grande. 


Antes no hubiese escrito todo esto. Hubiese dicho "yo puedo sola", "yo puedo". Hoy en día soy más humilde y me permito no poder de vez en cuando. Me permito mostrarme débil y aceptar que estoy dolida y que deambulo buscando una mano que me quiera acompañar un ratito. Sólo para ayudarme a encarar mi propia soledad. Sólo hasta que pueda volver a incorporar esa parte mía que se me fue a la sombra por no querer trabajarla. La maldita soledad que tanto odio y amo. Que tanto conozco y fui desconociendo este último tiempo. 


Me olvidé de mí, de mi identidad, de lo que soy. Qué soy si no soy con el otro? Qué soy si ya no hay nadie que es conmigo? Quién soy si al lado mío ya no hay nadie? 

Esto tendré que volver a descubrirlo, lentamente, a tropezones, a lágrimas, a regañadientes. 

Este momento, el hoy...es insoportable. Esta semana ha sido insoportable y más de una vez quise que todo esto no hubiese sucedido. Más intentos de escapar de lo inevitable, de escapar de mi misma. 


"Para poder estar bien con un otro, primero se debe estar bien con uno mismo." Tendría que haber escuchado mi propio consejo. Nuevamente, es más fácil darle consejos a otros que aplicarlos primero. 


Gracias por haberme enseñado tanto. Gracias por haberme amado tanto. Gracias por haberme dado tanto. Gracias por haberme acompañado tanto. Gracias por ser tanto. 


Y nuevamente el tapón salto sólo, y se vino el dolor junto a las lágrimas.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Las cosas cambian


Las cosas cambian.

Cuando uno menos se lo espera, o cuando menos atención presta, de repente se encuentra ante una escena totalmente diferente...nueva.

Pasaron varios años, seguiste con tu vida sin pensarlo mucho. Y llega un día en el que te detenés y mirás atrás, y vas descubriendo cuánto avanzaste. También vas viendo todas las cosas y las personas que fuiste dejando atrás, y encontrás que algunas personas también han seguido con sus vidas, mientras que otras se han quedado estancadas, tal vez por decisión, tal vez por desconocimiento, tal vez por razones varias que me son desconocidas.

Pero volviendo al cambio. Es encontrarse de repente en esta precisa situación y preguntarse: ¿Cómo terminé acá? ¿Cómo llegué hasta acá?
Estás en un lugar que hace varios años jamás te hubieras podido imaginar. Y si alguien te decía que estarías en este mismo lugar, no le hubieras creído.

Y sin embargo acá estás, viviendo el cambio.
Ya no reconocés lo que quedó atrás. O sí lo reconocés, pero muy vagamente, y te cuesta conectar con el que eras en aquel entonces, simplemente porque ya no lo sos. Abriste los ojos a una enormidad de cosas nuevas, y ya no te es posible pretender que no ves.

Pero surge una pequeña nostalgia en uno, una pequeña e insignificante sensación de incomodidad. Y como ya no podés no verla, la notás, la registrás, y la hacés consciente. Y la dejás ahí, viviéndose. Siendo.
Y tengo que admitir(me) que me cuesta soltar el pasado. La verdad es esa. No quisiera volver a él, no de la forma en la que me encontraba. Quisiera encontrar una nueva forma para estar en él, hoy. Una forma más auténtica, más real, más consciente, más Yo. Ser de la manera que soy.

Supongo que no es posible porque si esos tiempos, esas experiencias, hubieran estado en la misma sintonía que mi yo en crecimiento, hubieran permanecido a la par mía. Y como no lo hicieron, sólo puedo imaginarme que ha sido porque no estaban en sintonía con lo que necesitaba, y menos que menos con lo que necesito hoy.

Pero creo, y estoy dispuesta a revisarlo, que siempre que dedicamos una gran parte de nosotros a algo o alguien, algo de nosotros, aunque sea un mínimo de energía, queda atado a ese algo/alguien. Porque no podemos borrar años de nuestra historia así como si nada, sobre todo teniendo en cuenta que esa historia formó parte de nuestra actualidad y sigue viviendo en nosotros. Algunas personas tendrán esa conexión con el pasado más fuerte que otras. Yo definitivamente soy de las personas que mantienen fuerte esa conexión...tal vez demasiado fuerte.

¿Que el pasado me persigue? No, no lo puedo ver así. Considero que las vivencias pasadas me acompañan. Y que cada tanto aparecen con más fuerza que otras, tal vez para recordarme de dónde vengo, quién fui, y cómo llegué a ser lo que soy hoy.
Tal vez vienen a recordarme que el cambio sucedió (en el caso de que pudiese llegar a dudarlo) y sigue sucediendo. Tal veces vienen a recordarme que quiero valorar ese cambio (en el caso que pudiera olvidarme de valorarlo).

Tal vez vienen a mostrarme que el tiempo avanza, que los cambios suceden, y que tan solo puedo fluir con mi experiencia.

viernes, 29 de marzo de 2013

Tener tiempo




Hoy me puse a ver dos películas japonesas, lentas...muy lentas...pero me vi mágicamente absorbida por ellas, no podía dejar de mirar. Y de hecho descubrí que me fascinaban, mientras al mismo tiempo me incomodaban. 
Al finalizar las películas, me quedé pensando por qué había experimentado esas sensaciones contradictorias. Por qué me fascinaba y molestaba al mismo tiempo el hecho de que tardasen eternidades en abrir y cerrar una puerta, que todo fuese hecho con lentitud, que hubiera tantos protocolos que ya no sabías qué era protocolo y qué era auténtico, por qué se quedaban horas maravillados frente a las flores de un cerezo o que escribieran cartas como si fuese lo único que hacer en el día. 

Y llegué a la conclusión de que tenían tiempo. Tenían mucho tiempo. Tenían tanto tiempo durante el día que cada acto que hacían podía volverse arte. El arte de sentarse, el arte de caminar, el arte de cocinar, el arte de escribir, el arte de mirar. Tenían tanto tiempo, que incluso se perdía la noción de tiempo.

Creo que me molestó porque no estoy acostumbrada a tener tiempo. A verdaderamente tener tiempo. He perdido la capacidad de perder la noción del tiempo. Me acostumbré tanto a mirar el reloj cada 5 minutos que el día se convirtió en un cálculo perfecto. Nada está fuera del tiempo, todo está calculado y pensado a la perfección y que nada salga mal porque desequilibra el resto del día.

Pero a su vez me maravillé y fasciné con las películas porque no hay nada que preferiría más que perder la noción del tiempo y literalmente perderme en el día. No hay nada que ansío más que el poder hacer arte con la mirada, arte con mi caminar, arte con mi respirar, arte con mi vivir. El poder crear arte por el simple hecho de tener tiempo para vivir únicamente lo que estoy haciendo, y que afuera pase el tiempo en silencio sin que yo me entere. 

¿Qué más lindo que saber que puedo caminar sin importar cuándo llegue, con tal de que llegue en algún momento? Qué placer poder observar la naturaleza a mi alrededor sabiendo que no tengo que estar en ningun otro lado en este día. Y qué felicidad poder quedarme viendo toda una tarde una flor de cerezo, apreciando su belleza, festejando su existencia, sin sentir que estoy perdiendo el tiempo.

A veces siento que tengo esa gran capacidad (que seguramente no sea una verdadera capacidad) de meterme en las películas de tal modo de sentir que yo misma estoy ahí. Cuando veo a los personajes caminar por el medio de un bosque, me imagino que puedo sentir la tierra, que realmente puedo oír los sonidos de la naturaleza, y que puedo oler el aire fresco. Y cuando alguien está escribiendo con pincel, puedo sentir en mi cuerpo la sensación de la pluma sobre el papel, puedo imaginar la presión que genera la mano mientras traza los símbolos, puedo percibir la sensación que generaría cada fibra de pincel sobre mi piel. 

Me incomoda ver estas películas, porque puedo vivenciar cosas que jamás vivencié. Empiezo a sentir un vacío en el pecho, un cierto tipo de presión aplastante, como si añorara algo que en realidad nunca tuve. Y es incómodo sentir que conozco algo que jamás conocí. 

A veces, no siempre, desearía tener una vida sin tiempo. O que el tiempo sea natural. Cada vez me agota más el hecho de tener que planear, ponerle tiempos, calcular, correr. Me cansa saber que mañana "tengo que hacer tal cosa" y que pasado "tengo esto otro" y que en 3 meses "está lo otro". 

Y a veces me detengo en plena calle y me quedo observando una escena bella, y me encuentro sonriendo y en mi mente surge la frase "apreciá este momento porque estás viviendo el ahora". Pero pronto, demasiado pronto, recuerdo "aquello otro" que me está esperando, y vuelvo a mis andanzas, a mis corridas, a mis slaloms entre multitudes, mi corazón acelerado, mi respiración agitada. 

Me duele ver estas películas. No las entiendo, o las entiendo demasiado bien. 
Pero me fascina verlas. Me recuerdan de alguna manera aquello que soy, o que alguna vez he sido hace mucho, mucho, muchísimo tiempo.

Y me pregunto "qué estoy haciendo?".  

Quiero recordar. Quiero vivir aquello que no sé si alguna vez viví en esta vida. Quiero salir de aquel lugar y caminar por una calle solitaria, sin miedo, sin preocupaciones, sabiendo que en algún momento llegaré a donde tengo que llegar.

Y en este momento recuerdo la expresión "alma vieja" y por un segundo me conecto con ese concepto y algo en mí me dice que tengo que recordar. Me dice que estoy dormida, que no estoy realmente viendo. 
Aquella búsqueda vuelve a latir en mí, la búsqueda de lo innombrable, de lo desconocido, de aquello indefinible que recién el día que lo encuentre podrá ser nombrado.





lunes, 31 de diciembre de 2012

Fin del 2012




Un año de mucho silencio, de mucha soledad, de mucho pensamiento.

Un año de revelaciones, de cierta claridad, y mucha duda al mismo tiempo.

Tratando de descubrir verdades internas que aún ni estaba preparada para ver o entender, que de hecho, ni hoy lo parezco estar. Intentar entenderse ya es difícil, pero intentar aceptarse tal como uno es a veces puede ser una tarea casi imposible. Fue un año de mucho viaje, externo e interno. Viajes donde mirar por la ventanilla me llevaba a darme cuenta del paso del tiempo, de la causalidad del existir, de la búsqueda incesante de compañía de cada ser humano.

Fue también un año para recordar. Recordarme mucho a mí misma, corriendo por los bosques, trepando árboles, tirándome en la tierra, cerrar los ojos y solamente escuchar. Recordar a aquella niña que fui pero que muy tempranamente dejó de ser. Aquella niña que en realidad nunca se sintió niña, sino más bien una entidad extraña en su propio cuerpo y tiempo.

Fue un año de sorprenderme a mí misma. Sorprenderme por todo lo que hice y que por momentos me había permitido olvidar, por conveniencia, dolor o arrepentimiento. Sorprenderme por todo lo que había sido y lo que había dejado de ser. Me sorprendí atribuyéndome cualidades que no me pertenecían, y me sorprendí descubriendo todo lo que había dejado atrás.

Fue también un año de reencuentros. Reencuentros con viejos sentimientos, con viejas historias, y sobre todo con personas del pasado. Fueron reencuentros fugaces, instantáneos, o reencuentros internos con uno mismo. Reencuentros con una vida que ya no es, o una vida que debería haber sido pero nunca fue. Reencuentros con partes perdidas de mi ser, con deseos que había dejado atrás sin querer.

También fue un año de afirmaciones. Afirmaciones de lo que no quiero ser, de lo que quisiera ser, y de lo que soy. Afirmaciones que en otros momentos hubiera negado por extrañeza, miedo o dolor. Afirmaciones que finalmente me eché en cara con crudeza y sin perdón. Fue un intento constante de afirmarme, afirmar mi forma particular de ser, afirmar mis debilidades y deseos más profundos, y tratar de integrarlos, con toda la dificultad, bronca y frustración que conlleva cada día.

Sin lugar a duda fue un año de búsqueda. Búsqueda de mis raíces, de mi historia perdida, y búsqueda de y choque con mis recuerdos más dolorosos. Fue un pararme a recibir los golpes uno a uno, los golpes que me había evitado por auto-preservación pero que en algún momento tenía que recibir. Fue una búsqueda de la cruda realidad, un intento de auto-exploración diría bastante fallido pero al menos intentado. Fue un buscar y encontrar y cuanto más descubría, más grande se hacía el abismo y más  pensamientos y sentimientos aparecían, a tal punto que ya me perdía en mi vasta interioridad.

Fue un año de aceptación sin escrúpulos. “Sí, hice aquello.”, “Sí, fui esto otro.”, “Sí, tengo estos pensamientos.”, “Sí, tengo estos sentimientos.”, “Sí, me arrepiento de esto y no me arrepiento de lo otro.”.
Hubo mucho resurgimiento de sueños y deseos apagados que por un lado trajeron nuevos incentivos, por otro generaron dolor y frustración por su incumplimiento. Fue por momentos como despertar de un largo sueño y darme cuenta que se había pasado el tiempo sin que me diera cuenta y que en el camino había abandonado esperanzas que nunca quería perder.

Fueron también momentos de  reflexión sobre mi vida y mis bloqueos y defensas. Darme cuenta de mis muros enormes fue un golpe duro a todo lo que creía o esperaba ser. Pero fue también un darme cuenta de si esos muros están o aparecieron, es porque era lo que necesitaba en esos momentos. Y sobre todo, darme cuenta que hoy en día tal vez ya no los necesite, pero no sé cómo quitármelos.

Fue un año para tomar una dirección más clara sobre lo que quiero y lo que no quiero para mí y mi vida. Descubrir que había algo que vine a hacer acá, que desde chiquita siento que es así sin haberlo podido poner en palabras nunca, y poder aunque sea direccionar el barco en esa dirección, contra viento y marea.

Fue un año para poder aprender a expresarme y seguir aunque sea mínimamente mis impulsos. Aún me falta recorrer un camino largo, pero al menos haber podido empezar a seguir mi intuición de vez en cuando ha resultado más que placentero y fructífero. Aprender que a veces la cruda realidad es más aceptable que la falsa amabilidad, que ser frontal ayuda a aclarar cualquier duda, y que nunca hay que ocultar los sentimientos porque sólo lograrán acumularse y volverse una bola inmanejable de angustia y frustración.

Un año para poder tomar distancia de aquellas cuestiones de la vida que no lo valen o que no me merecen. Aprender lo que realmente significa la falta de interés y la total indiferencia a veces necesaria.

Un año de pequeñas decisiones que costaron horrores, se tratara de decisiones que me llevaban a actuar o no actuar. Cada una de ellas fue un parto y parte de un gran aprendizaje que aún sigo atravesando. Decisiones que he tomado muchas veces de forma muy consciente, otras veces de manera menos consciente. Decisiones que han sido tomadas desde la más pura espontaneidad y que me han llevado por el mejor de los caminos, y decisiones que fueron tomadas desde la total inseguridad de la complicada mente, totalmente erróneas para mí y con las cuales aún hoy tengo que lidiar. También fueron decisiones que me llevaron a aceptar las decisiones pasadas y aprender a vivir con ellas hasta que el tiempo y las circunstancias indiquen lo contrario.

Fue un año para aprender a reconocer algunos (seguramente no todos) de mis fallas, debilidades, puntos críticos y “sombras” que por momentos guían mi vida sin mi consentimiento. Aunque reconocer no signifique aceptar o integrar, al menos haberlos podido ver hasta cierta medida ha sido un cierto avance en el camino.
Fue un año para mirarme al espejo y no verme a mí, sino ver un ser extraño que aparenta ser yo y que trata integrarse lo mejor que puede a una vida que siente como ajena.

Fue también una fuerte lucha entre mi razón y mi intuición, entre mi congruencia y mi tan afianzada incongruencia, entre lo que se debe hacer y lo que quiero hacer, entre lo objetivamente y lo subjetivamente correcto, entre lo que soy y lo que se espera de mi que sea. Lucha, cabe aclarar, aún no resuelta.

Y por mucho que me cueste decirlo, fue un año para reconocer que a pesar de todo y debido a todo, estoy agotada. Llegar a realmente comprender y en cierta forma aceptar esto ha sido una de las tareas más difíciles que tuve que afrontar. Mi gran auto-imagen de persona fuerte, inquebrantable, energética, llena de espíritu guerrero y siempre optimista se quebrantó como el cristal más frágil sobre la faz de la tierra y quedó a plena vista una persona arrastrándose por el día y la vida, patética y digna de lástima a mi vista. Y fue un año para afrontar esta imagen que nunca hubiera deseado ver en mí, darle la mano y decirle “Ok, por el momento me venciste”.

Nunca ha habido un año en el que pudiera decir “que año más fácil”. Porque la vida no se caracteriza justamente por su facilidad o comodidad sino por todo lo contrario. Es un constante esfuerzo, un constante auto-superarse, un constante buscar más, indagar más, aprender más. Y esto, por muy natural del hombre que sea, no viene acompañado siempre de placer o pura felicidad, sino muchas veces de dolor, sufrimiento y padecimiento, que al fin y al cabo nos permiten reconocer y apreciar los pequeños momentos de paz y felicidad que logramos encontrar entre tanto caos.

No puedo decir tampoco que el año quedó atrás y que comienza uno nuevo y que desde cero armaremos algo. No nos recreamos de un día para el otro, y menos que menos lo podemos hacer en un día pautado por gente ya fallecida. No es un nuevo comienzo, no es un feliz año nuevo, ni un empezar de cero. Es un seguir pedaleando, seguir escalando, seguir caminando hacia la cima de la montaña, luego volver a las tinieblas más profundas hasta que nuevamente encontramos una nueva montaña, aún más alta, que superar.

 Y así cada paso que damos es un paso hacia nuestra auto-superación, que no se basa en un nuevo comienzo sino en un resignificar todo lo que fuimos, creemos ser y somos. Es un proceso cíclico en el que todo lo que nos conforma vuelve a procesarse de formas cada vez más sanas. No es olvidarse todo aquello que fue, sino recordarlo a vivo color y saber que aquello que fue ya no es lo más indicado para nuestro hoy. 

Es un constante reaprender de lo aprendido, un recordar lo ya conocido, un reencontrar lo ya encontrado. Es una búsqueda incesante que de vez en cuando nos permite vislumbrar un pequeño rayo de luz que nos indica que estamos en el camino correcto. 

viernes, 28 de septiembre de 2012

El chico del árbol




A veces siente nostalgia cuando piensa en su adolescencia, pero también le trae una cálida sensación de alegría. Se sentía tan grande, y a su vez era tan chiquita. Y lo mejor de todo era que sabía que era chica, pero se sentía muy adulta a pesar de ser chica. Ella supone que es una cualidad que guarda hasta el día de hoy.

Vivía cada día a pleno, disfrutaba de sus actividades, y sobre todo, tenía un futuro armado en su cabeza, mientras que a su vez fantaseaba con todas las posibilidades que se le presentaban.

Cada día cuando iba al colegio, podía sentirse dichosa con el único fin de verlo. Sabía que no le quedaba mucho tiempo, pero quería disfrutar el poco que le quedaba. Lo había conocido cuando él estaba a mitad de su anteúltimo año, y cuando uno no quiere que pase, el tiempo vuela como nunca.

Lo extraño es que hoy en día no recuerda cómo empezó a hablar con él. Sólo tiene la imagen de él sentado en el jardín del colegio, apoyado contra un árbol, leyendo. Siempre leyendo. Era alto y flaco, pero con una espalda ancha. Su cabello castaño oscuro solía estar un poco desordenado, y como se lo dejaba un poco más largo, quedaba aún más despeinado. Pero ese aspecto era el que le gustaba a ella. Lo veía distinto a los demás. Siempre tan calmado leyendo, apoyado en el mismo árbol. Era alto para su edad, y su carácter tranquilo y serio lo hacía parecer más grande de lo que en realidad era.

Todos los días lo buscaba en los recreos, y si podía escaparse en medio de una clase, también aprovechaba para ver si él estaría ahí contra ese árbol. Ella generalmente era una chica tímida que no se animaba a hablarle a los chicos así porque sí, y menos demostrarle a alguno que estaba interesada en él. Pero con este chico era distinto. No le importaba qué podría llegar a pensar él de ella ni de sus sentimientos hacia él. Tampoco le importaba ser rechazada. De hecho no tenía mucha esperanza debido a la diferencia de edad que a esa altura era bastante, pero aún así una pequeña llama de esperanza flameaba en su interior, por lo que nunca se rendía ante su frialdad.

No era que ella lo persiguiera o acosara. O tal vez él lo veía así, pero tampoco hacía mucho para evitarla. Ella siempre pensaba que si tanto le molestaba, podría no aparecer en el mismo árbol, podría esconderse de ella, buscarse otro lugar ya que el colegio era lo suficientemente grande como para no ser encontrado si no quisiera. Pero sin embargo él no se alejaba, ni se escapaba de ella, por mucha cara de molestia que pusiera. Entonces ella lo seguía buscando, y se sentaba a su lado a acompañarlo, y él la dejaba.

No sabía de qué hablarle, y sin embargo siempre encontraba algún tema, y de alguna forma que ni siquiera ella entendía, terminaban hablando y riéndose. Ella era bastante más chica que él, y sabía que los compañeros de él seguramente se reían de ella, y no creía que él la defendería tampoco. Ella conocía su vergonzoso lugar de chiquilla enamorada, y sin embargo no le importaba cómo quedaba ante sus propias compañeras ni ante los compañeros de él. Él la trataba bien, por mucho que a veces la cargara y le demostrara su molestia, la trataba bien y era extremadamente amable con ella y eso era lo único que le importaba.

Día tras día lo buscaba, y lo encontraba sentado bajo el mismo árbol, con la misma calma. Su corazón se alegraba cada vez que lo veía. Todos los demás desaparecían para ella, y sólo lo veía a él. Se despedía de sus amigas, y corría hacia él para sentarse a su lado. Y así pasaba el tiempo sin que se diera cuenta. Cuando estaba con él, el tiempo dejaba de existir. Simplemente no le importaba más nada, sólo su presencia. Por muy vergonzosa que fuera en otros casos, frente a él actuaba libremente, lo hacía reír, le agarraba las manos, le hacía dibujos. Por muy tonta que se sentía, incluso le regalaba dibujos que había hecho para él. Cuando aún no sabía cómo se llamaba, le había puesto un sobrenombre que siguió usando aún una vez averiguado el nombre. Ella sabía en el fondo de su corazón cuán lejos se encontraba él de ella, y sin embargo disfrutaba esos momentos tan especiales con él. Sabía que serían momentos que nunca olvidaría.

Y así pasaron los meses. Con el tiempo descubrió que compartían un amigo de la misma edad de él, un compañero de clases. A su amigo lo había conocido ella en un curso de astronomía y se habían llevado bien desde el primer momento debido a compartir varios gustos y formas de ser. Resultó que él estaba bastante amigado con el chico misterioso del árbol, y varias veces acompañó a su amigo al curso de astronomía, por lo que los tres se pasaban horas hablando de la vida bajo el cielo estrellado. Ella era feliz así, en esos momentos a solas con él, o incluso cuando se encontraban los tres. Sabía que era una situación milagrosa que se diera todo tal cual se estaba dando. Sabía cuán afortunada era.

Él le daba mucho, a pesar de la distancia que mantenía. Por muy frío y distante que actuara a veces, accedía a los encuentros, a las charlas, al contacto. Participaba de los silencios, de las risas, de los chistes. Participaba del juego que se había generado entre los dos. Ella, conociendo los límites pero aún así siendo feliz con lo que recibía. Él, sabiendo lo que le pasaba y aceptando el cariño que venía de su parte. Era un juego entre los dos que sólo ellos conocían y entendían. Nunca tuvieron que mencionarlo ni darse explicaciones. Él sabía lo que a ella le pasaba, y ella sabía que él sabía y que ahí estaba el límite que no podría cruzar jamás. Muchas veces se miraron sin palabras, y ambos sabían, y ambos se aceptaban. Hoy en día ella cree que había cariño de ambas partes. Ella cree (o decide creer) que él a su manera la quería y que en el fondo agradecía el cariño que ella le daba sin esperar nada a cambio. Y ella también sentía que a él le hacía bien ese cariño, por lo que nunca dudó en dárselo.

Y así pasaron 6 meses, y luego otro año. Él se graduó, ella siguió en el colegio. El contacto se perdió ahí, pero de alguna forma ambos se habían acompañado durante esa etapa. Habían sido encuentros fugaces, momentos que habían pasado demasiado rápidos como para darse cuenta que el tiempo pasaba.
Hoy en día ella recuerda esos momentos. Sabe que él seguramente ya se habrá olvidado hace mucho de toda esta historia. Pero ella no lo olvida, ni olvidará jamás cómo la hacía sentir. Y así ella se despide de las estrellas y de los recuerdos que estas suscitan en ella, y su corazón nuevamente se cierra a esa parte de su pasado. 

domingo, 23 de septiembre de 2012

¿?




Pensarme, soñarme, encontrarme, perderme.

¿Qué camino me espera? ¿Que futuro se acerca?
¿Qué decisiones tomar? ¿Qué buscar? ¿Qué sentir?
¿Hacia dónde caminar? ¿Qué esperar?
¿Dónde buscar? ¿Dónde arrancar?
¿Cuánta paciencia tenerme? ¿Cuándo rendirme?
¿Hasta dónde luchar? ¿Hasta cuándo pelear?
¿Dónde está el límite de mi alma? ¿El límite del dolor?
¿Dónde está el límite del silencio?
¿Dónde termina el cuerpo?
¿Qué lugar? ¿Qué momento?
¿Cuán lejos estoy de la inminente locura?
¿Cuánto vacío hay? ¿Cuánto espacio hay?
¿Cuánto tiempo pasará?

Sentirme, dejarme, olvidarme, recordarme.

¿Cuándo sentir? ¿Qué sentir?
¿Qué es real? ¿Qué es ficción?
¿Cuánto durará? ¿Cuánto duraré?
¿Cuándo vendrá? ¿Cómo encontrar?

Lucharme, morirme, despertarme, dormirme.
Cantarme, sonreírme, moverme, callarme.

Llorarme.

Vivirme.

martes, 4 de septiembre de 2012

La prisión del silencio




Uno a veces no se da cuenta cuánta importancia pueden tener las palabras…muchas veces se dice, y me incluyo, que el silencio expresa tanto más que las palabras, que el silencio expresa todo lo que queremos decir, que el silencio es la mejor expresión. No sé cuánto realmente pensamos en esta idea, o cuántas vueltas le hemos dado a la misma, o cuántos posibles escenarios nos hemos podido imaginar antes de llegar a esa conclusión…o si acaso no hacemos más que repetir lo que otros han dicho.

El silencio no puede expresarlo todo, no puede decirlo todo…de la forma más cruda me enteré de esta misma (mi propia) realidad. Evidentemente hay momentos donde las palabras hacen falta, y no sólo cualquier tipo de palabras, sino las palabras correctas. Y cuando faltan, cuando no hay manera de expresarlas por mucho que uno quiera e intente, la frustración es insoportable.

Decir que el silencio dice más que mil palabras pueden decirlo aquellos que han tenido la posibilidad de decir mil y más palabras. Han podido expresarse toda su vida, siempre han sido comprendidos en menor o mayor medida. Por eso, cuando se tiene algo en exceso, evidentemente es fácil imaginarse que la ausencia del exceso debe ser muchísimo más valioso que lo que se tiene…así como el hombre tantas veces va en búsqueda de aquello que no tiene, y cuando lo tiene (y por lo tanto ha dejado lo anterior), extraña lo anterior.

Estar encerrado en un cuerpo que no puede expresarse… ¿cómo se sentirá? Creo que ninguno de nosotros, personas sanas, podemos imaginárnoslo. No hay forma de que podamos comprender lo que puede significar no poder hablar, ni escribir, ni leer…tan sólo entender todo lo que te dicen, pero no poder dar ninguna devolución, porque incluso tu cuerpo está tan paralizado que no puede responder como quisieras. Dolor, angustia, muchísima frustración…palabras tan débiles para describir esa sensación horrible de estar encerrado en un cuerpo que ya no hace lo que uno le indica. Cuando la propia limitación de la piel puede ser más asfixiante que una prisión…Ver el mundo que pasa por fuera tuyo, y no poder ser parte de ese mundo. Es ahí donde te das cuenta que la comunicación hace a la relación, y que sólo mediante un armonioso interjuego entre palabras y silencio puede haber una verdadera interacción entre seres humanos.

Y evidentemente la frustración e impotencia al enfrentarte a una persona así…sentir que nada de lo que puedes hacer va a ayudarle a expresarse mejor. Y que por mucho que el otro lo intente, no lográs comprenderlo. Estudiás una carrera que trata de empatizar con el otro, lograr comprenderlo, ponerte en sus zapatos, y de un minuto al otro te das cuenta que frente a esta situación podés tirar todo ese conocimiento, toda esa teoría, al tacho. Porque no aplica. No aplica cuando no conocés a la persona lo suficiente como para poder interpretar los pocos gestos que logra hacer. No puedes saber lo que quiere, lo que piensa, lo que siente. Tan sólo puedes verle la mirada de sufrimiento luego de inútiles esfuerzos de transmitir aunque sea una palabra…y ese momento crucial donde se da cuenta que no puede, y que nunca podrá. El silencio que se produce después de un momento así es el peor silencio que llegué a experimentar hasta ahora. Es un silencio denso y doloroso, que llega hasta lo más profundo del alma. Es un silencio que milagrosamente sí puede interpretarse y te dice de la manera más cruel que no hay comunicación, a pesar de un desesperado intento de ambos.

Pocas veces llegué a sentir tanta impotencia en mi vida. Pocas veces me sentí tan inútil y tan torpe con mis intentos de comunicación como frente a una persona incapaz de comunicarse. Pocas veces me sentí tan pequeña, y tan frustrada en ese cuarto lleno de silencio. Pero sobre todo, pocas veces mis palabras han sido tan superficiales e inexpresivas, incomunicantes, como las que expresé en esa situación. Yo, con el poder de la palabra en mis manos, con plena capacidad de decir lo que quisiera, no fui capaz de generar una comunicación agradable y útil en esa situación. Fracasé en todos mis intentos de generar comunicación a través de la incomunicación. Pero sobre todo fracasé en mis intentos de comprender la mínima comunicación que me llegaba del otro lado.

Pero si hay algo que pude aprender, o mejor dicho notar de todo esto, fue la gran capacidad del ser humano de empatizar. Por muy difícil o casi imposible que es ponerle palabras que describan esos momentos, creo no equivocarme al decir que lograba sentir el dolor ajeno…lograba vivir la misma frustración e impotencia que estaba sintiendo el otro. Pero me di cuenta que manejar esa empatía sin derrumbarse uno mismo es dificilísimo. Se siente tanto dolor, y a su vez tanto miedo al lograr sentir lo que el otro está sufriendo, que parece superar la propia capacidad de aguante y se teme la propia caída. Por eso comprendí a la perfección cuando me dijeron que pocos van a visitar a personas en estados similares por no querer enfrentarse a un posible futuro semejante. Y no sé si es realmente eso, o simplemente la incapacidad de manejar ese inmenso peso que recae sobre uno cuando logra sentir empáticamente en carne propia el enorme sufrimiento ajeno.

Siento nuevamente, como tantas veces, que he puesto un bloqueo frente a esa experiencia. Por eso se me hace tan difícil en este momento revivir esos momentos para poder plasmarlos por escrito. Es como si recordar fuera demasiado doloroso para manejarlo, por lo que mi memoria gira alrededor de un agujero negro al que no puede acercarse, porque cada vez que se acerca, pierde su dirección y ya no sabe hacia dónde se dirigía. Es una lucha constante contra las propias defensas, que uno quiere derribar suavemente, una por una. Es decirse a uno mismo “sé que me querés proteger, sé que me estás cuidando, pero por favor, déjame ser libre, déjame sentir y experimentar todo aquello que sé que se encuentra en mí.”

Pero evidentemente es una lucha que sólo yo puedo ganar y poco a poco permitirme sentir. Y mientras tanto intentar recordar cómo sentía la impotencia en la mirada del otro, cómo captaba el dolor, y cómo su dolor se mezclaba con mi dolor y mi impotencia, y como los dos sucumbíamos al silencio porque simplemente…no nos quedaba otra.