martes, 27 de marzo de 2012


Así como la nieve cae en medio de la montaña
el silencio absoluto se apodera del aire,
tan sólo el movimiento de los copos cayendo suavemente
tapando la tierra con su manto blanco lleno de pureza.

Sutil, suave, tierno,
mientras oculta los dolores de los tiempos pasados,
para que bajo el frío de la nieve
se renueven las energías de la tierra.

En silencio cae, pero cae con certeza
un silencio tan profundo que para oídos no acostumbrados
es tan fuerte que resuena en los tímpanos,
el vacío espeso, profundo, cargado.

Blanca la superficie, dolorido el ambiente que debajo se esconde
después de tormentas, fuegos, suciedades, hombres,
ya nada queda del puro verde de los árboles,
descansan bajo el frío que todo lo entumece.

En su profundo silencio sigue cayendo
un silencio renovador que sin palabras
agudiza los sentidos del que sabe oír
la melodía de la nieve silenciosa.

Tàpalo, tàpalo todo, ya que doloridos están
las ramas y las hojas, los troncos, las raìces.
Que en tu blancura duerman las heridas,
que en tu silencio descansen en paz.

domingo, 18 de marzo de 2012

Impulsos


A veces siento que viví la vida gracias a impulsos que me surgían desde lo más profundo de mi ser. Ir caminando y que de la nada naciera una decisión en mí que fuera imposible de rechazar. Por más que vaya en contra de la opinión de todos, cuando surge esa fuerza en mí, por muy alocada o extraña que sea, no habrá nada que logre detenerme hasta alcanzarlo, ni siquiera yo misma.

Desde hace unos días, cuando me puse a pensar más firmemente en esto, me di cuenta que la mayoría de las decisiones que tomé y que hicieron que hoy esté como esté, fueron tomadas de esta manera. Nacieron desde las entrañas, de la nada misma, pero con una energía, con una fuerza tan intensa que parecía estallar desde adentro.

Me ha pasado en varias circunstancias de estar estancada, atada, sin poder avanzar ni retroceder, y no tener ni la más remota idea cómo salir de esa situación. Por mucho que quisiera, por mucho que buscara, por mucho que me esforzara, no llegaba a ninguna salida. Y así podía estar vagando meses, incluso años, sufriendo horrores, hasta que incluso me rendía y me dejaba estar. Pero no era un rendirse vencida, sino un rendirse con seguridad, sabiendo que tarde o temprano algo tendría que cambiar.

Y así sucedía. Siempre. Algo cambiaba. Sea en el afuera, sea dentro mío. Nunca me daba cuenta dónde ni cómo cambiaba, ni en qué momento, pero de repente, en los lugares y momentos más insólitos, me sentía invadida por una fuerza inexplicable, por una decisión que me caía encima como un rayo, pero no provenía desde afuera sino que nacía desde adentro como una luz que se expande por cada rincón de mi ser hasta ocupar el cuerpo entero. Y así, desde la aparente nada misma, sabía lo que tenía que hacer y cambiaba toda mi visión de las cosas.

Tal vez aquello que tenía que hacer era algo que sabía hace años. No es que de la nada de repente encontraba la respuesta a una duda eterna, no es que me iluminaba con una solución que nunca antes se me hubiera ocurrido. No, simplemente nacía la fuerza en mí como para finalmente tomar aquella decisión que sabía hace rato que debía tomar pero que algo me impedía hacerlo. Me daba la fuerza para enfrentarme a todas las consecuencias de esa decisión. Consecuencias que generalmente no son fáciles de manejar. Pero en cuanto se generaba ese cambio en mí, sabía que podía afrontar todas y cada una de esas consecuencias, y por muy volada que fuera mi idea, por muy extraña y totalmente fuerza de lugar que parecía estar, por muchas respuestas negativas que recibía de la gente, sabía que estaba en el camino correcto. O incluso confiaba en que si no lo estaba, era el camino que tenía que atravesar a toda costa para llegar a algo mejor.

Es difícil de explicar, incluso difícil de imaginar. ¿Cómo puede ser que las decisiones que más formaron mi vida hayan sido impulsos basados casi en la nada misma? ¿Y cómo puede ser que no hubiera nada que yo podía hacer para lograr que ese impulso naciera cuando lo necesitaba? Simplemente aparecía, en algún momento.

Recordando lo que se siente no tengo palabras que puedan describir esa experiencia en forma clara. A veces siento como si se me cayera un barco encima, otras veces como si todo mi cuerpo se llenara de tanta energía que podría explotar de emoción, otras como si esa sensación me atravesara como un rayo, otras como si viniese desde mi más profunda oscuridad, otras como si viniese de una fuerza externa desconocida. Generalmente cuando me pasa no puedo explicar el por qué de lo que siento, no tengo una explicación racional que pueda fundamentar mi actuar. Y como tampoco siento la necesidad de explicarme, suelo limitarme a decir cosas como "es lo que siento", "SÉ que tengo que hacerlo", o a veces incluso un simple "no lo sé".

Las decisiones que tomé de esta forma siempre generaron algo mucho mayor, mucho mejor. O no sé si "mejor" es la palabra correcta. Simplemente se crearon cosas que de otra forma no se hubieran creado, y que gracias a su aparición pudieron darse situaciones nunca antes imaginadas.

Si hubo momentos en los que supe que podía confiar en mi intuición, fue en esos momentos. En esos momentos mágicos, llenos de emoción, a veces dolorosos, otros totalmente alegres. Me han acompañado a lo largo de mi vida en los momentos en los que sentía que no podía tomar ninguna decisión pero que, de una forma u otra, no podía seguir como estaba. Cuando me sentía incómoda, dolida, desesperada, frustrada, cansada, y sobre todo agotada, cuando ya había analizado todo sin resultado alguno, cuando había luchado hasta más no poder conmigo misma y con el mundo externo. Era en esos momentos en los que cerraba los ojos y confiaba en que tarde o temprano nacería en mí esa fuerza para tomar la decisión correcta.

Y llegaba, siempre llegaba. Y mientras esperaba el momento, tenía la certeza interior de que llegaría. Tenía esa sensación de estar esperando algo, sin saber qué, sin saber qué buscaba, qué vendría o qué necesitaba, pero que había ALGO que aparecería.

Recuerdo con tanta nitidez esos momentos...y los recuerdo con una sonrisa en la cara, porque me han salvado de formas inimaginables. Yo misma me he salvado de esa forma todas las veces.
Hoy en día...me falta todo eso...no tengo esa sensación de estar expectante, de estar buscando algo a lo que aún no le he podido poner nombre, no siento que esté por surgir algo dentro mío que me haga salir de esto. Simplemente me siento agotada, me siento vencida, no puedo esperar a más nada. Es como si tuviera el plato de comida delante mío, mirarlo, y no poder agarrarlo. Como si mis brazos colgaran de mi cuerpo, muertos. Quiero moverlos pero no se mueven, no toman el plato de comida. Y lentamente pierdo más y más las pocas fuerzas que me quedan, y lo único que puedo hacer es mirar ese plato de comida y repetirme una y otra vez que debo agarrarlo para poder seguir, o que sino cada vez será peor. Y por mucho que sepa que ese plato de comida es mi salvación, no lo agarro, y sólo lo observo. Y me tengo bronca porque no soy así.

Hoy en día, si intento tomar una decisión, me siento tironeada entre una cosa y otra, entre una decisión y otra, entre un sentimiento y otro. No sé qué es lo correcto, no sé que es lo que debo hacer, o aún sabiéndolo, no sé de dónde sacaré la fuerza para poder aguantar esa decisión tomada y todo lo que le seguirá. Con sólo pensar en tener que tomar una decisión se abre un abismo delante mío y lo único que puedo hacer es quedarme en el mismo lugar donde estoy. Tengo pánico, pero no de actuar, sino de cómo y con qué fuerza me mantendré en pie y avanzando después. Mi miedo es no poder hacerlo porque el cansancio esta vez es mayor, es mucho más profundo. Y temiendo eso es que no hago lo que debo hacer.

Estoy esperando algo que esta vez no creo que llegará. No creo que pueda llegar porque hay algo, algo inexplicable, que hace que esta situación sea distinta a las demás. O tal vez ese "algo" sea yo. Tal vez soy yo misma la que está demasiado agotada y no pueda esperar que me surjan esas fuerzas desconocidas de adentro. La que da vueltas y vueltas, y que encima de todo SABE que da vueltas y que no está llegando a nada. Y que se ríe de sí misma por dar vueltas inútiles y aún así no deja de hacerlo.

Y así me observo, así como observo al plato de comida, sabiendo que debo detenerme de esa espiral y hacerme avanzar en línea recta (o en curvas..pero al menos no en espiral...), y aún así no hago más que observarme. No dudo que mi ser algún día se despertará y me hará moverme a la fuerza con tal de salvarme de la enfermedad, sé que tiene esa sabiduría. Tan sólo desearía que ese día llegue pronto...que el tiempo de estancamiento pase rápido y venga el tiempo de cambio, cambio y más cambio.

No sé si es bueno esperar que surja algo tan indefinido, tan poco claro. Algo que hoy en día encima parece tan inalcanzable y que no puedo controlar de ninguna manera. Es feo depender de algo tan inestable, tan incierto, y aún así tan salvador y clarificador. No sé si es la solución que debería estar esperando o deseando, pero sé que es la única solución que en estos momentos puedo esperar ya que no tengo otra forma de empezar a moverme, de tomar las decisiones que debo tomar y que SÉ que debo tomar. Sinceramente hoy en día no sé cómo hacer para hacer lo que sé que debo hacer, por muy confusa que suene esa frase.

Y pensar que a veces las decisiones más simples son las más difíciles, las más imposibles. Tener el plato de comida al alcance de la mano y simplemente...no poder mover el brazo. Es realmente...frustrante.

jueves, 15 de marzo de 2012

Momentos


Recuerdo esos momentos llenos de silencio, nadie en el aula, el sol haciendo su aparición a lo lejos, tiñiendo todo con su cálido naranja. Sentada sobre la ventanilla, mirando cómo el mundo se despertaba, los pájaros que aún cantaban, simplemente el silencio.


Esos eran los momentos más lindos del día. Duraban minutos nomás, pero dándome cuenta de su importancia, trataba de sacar fotos mentales de esos instantes, capturarlos en mi memoria, imaginándome que en un futuro recurriría a estos recuerdos como algo especial. Y mucho antes de lo esperado, acá estoy, nostálgica, reviviendo con los ojos cerrados esos momentos, y preguntándome por qué desde entonces no volví a sentir esa seguridad, esa calma, esa tranquilidad que sentía en aquel aula, esperando el comienzo de la clase.


El aire parecía cargado de calma, la misma calma que se encontraba dentro de mí. En esos momentos mi único deseo era salir de ese ámbito, poder empezar a vivir - como pensaba - poder elegir qué estudiar, qué hacer, y me costaba imaginarme que algún día extrañaría esos momentos en donde todo era tan certero y mi futuro se abría ante mí con tantas opciones optimistas. Aún así, mi corazón tan inteligente, hablaba a través de una segunda voz bien en lo profundo "recuerda esto, vivilo, aprecialo, porque algún día te agradecerás por esto".


Cuánta energía tenía en esos momentos. Me pregunto por qué ya no tengo la misma fuerza. Podía llegar a cansarme, pero nunca llegaba a sentir ese agotamiento mental como ahora. Sentía que por más frustrada, cansada, agotada que estuviera, en algún momento se me pasaría, y así sucedía, se pasaba, y volvía a llenarme de energía.


Hoy en día, no logro recuperar esa energía, y no puedo explicarme por qué. Tengo muchas teorías que caóticamente aparecen en mi mente. Todas son ciertas, aunque no me permita ni siquiera dedicarles un pensamiento bien formulado. Quedan ahí, vagando entre la conciencia y el inconsciente, haciéndome notar que están ahí, pero lo suficientemente lejos como para que no se terminen de formar ideas claras en mí.


Hace cuánto que no saco una foto mental de un momento? Hace cuánto que no estoy en un ambiente en el que realmente sienta esa calma? O será que en el mismo momento en el que uno se encuentra en ese instante, no lo aprecia, sino que recién en un futuro verá ese momento pasado como mágico, así como hoy veo tan mágicos esos momentos del pasado?


Tengo 23 años, y estoy nostálgica...no será muy patético? Añorando a mi yo de aquel entonces, tan llena de energía, llena de fuerza, de optimismo, siempre reponiéndome de cualquier cosa negativa que sucediera. En aquel entonces incluso aún confiaba en las personas, y me sentía acompañada por ellas.


Dónde dejé a esa yo? En qué momento es que me perdí? Hoy ya no me abro a nadie. Por mucho que hable, por muchas cosas que cuente de mí, por muy cercana que pueda llegar a ver a una persona, ya no le abro mi corazón como antes. Porque en el fondo temo que vuelva a quedarme sola, y que sólo confirme lo que ya pienso, que no soy capaz de mantener a nadie.


Mi mente muchas veces se encuentra en la cima de una montaña, mirando hacia la vasta amplitud que se abre ante mí. Logro distinguir otros picos de montañas, la nieve que refleja el sol en varias gamas de colores. Comienza a la mañana con un rojo fuego que invade todo, convirtiéndose en un suave naranja, hasta volverse un amarillo sutil para finalmente terminar en una blancura tan pura que uno se pregunta si existirá algo más puro que esa nieve virgen. Una suave brisa me trae la frescura de la mañana, y su a vez corta el silencio profundo con su suave canto matutino. El único sonido es el viento, que sutilmente va y viene y trae recuerdos de otros mundos. A lo lejos distingo lagos en medio de las montañas, y valles profundos con ríos que fluyen entre medio. Todos ellos reflejan la luz del sol, pareciéndose a cristales resplandecientes. Tan sólo el sol y las nubes se mueven lentamente. Todo lo demás está en armonía absoluta. Allí está mi mente. El lugar al que pertenece. No tengo frío ni calor. El aire está fresco, pero el sol me abraza cálidamente con sus rayos. Cierro los ojos e inspiro profundamente, y me encuentro plenamente presente. En ese momento yo soy la montaña, el valle, el viento, el río, el sol, el lago, las nubes. Esos instantes duran una eternidad. No importa el tiempo.


Otro momento, otra vida. Abro mis ojos y el sol me ciega por instantes. Lentamente distingo contornos, formas, colores, movimiento. Hojas a contraluz, bañadas en un verde manzana tan fresco, tan lleno de vida. Logro diferenciar los canales por los cuales fluye su sabia. Cuán parecidas son las hojas a los humanos. Fluye vida por nuestros cuerpos, se distribuye de forma pareja para llegar a cada rincón, dándonos vida. Observo aquellas hojas que suavemente se mecen junto al viento, generando un espectáculo de luz y sombras con el sol que saluda a lo distante. El sol todo lo atraviesa, todo lo traspasa, invadiendo con su luz y calor hasta los lugares más fríos. Cómo me gustaría quedarme así, acostada, sin tener noción de tiempo, sin pensamientos, simplemente disfrutando de este espectáculo de la vida.


Habrán existido esos momentos o los habré imaginado? Habrán sido sueños? Seguramente tuve momentos parecidos, pero...habrán sido tan así como cuando mi mente decide vagar por esos prados? Parecen de otra vida, de una vida en la que mi ser se encontraba en paz.