martes, 8 de abril de 2008

Huellas














Extraña sensación la que me invade cuando sólo estoy sentada, o tal vez caminando, tal vez por allí volando, pero mi mente ya no lo registra, mis pasos ya no son pasos, tan sólo huellas que indican la presencia de alguien, algo, que estuvo allí, recién, o tal vez hace mucho tiempo, huellas marcadas en el tiempo, tal vez lo detuvieron, tal vez no es necesario.

Extraña sensación, porque ya nada entiendo. Ni deseo entender ya más nada. El tiempo pasa, los días pasan, cada vez queda menos tiempo, y sin embargo, ya no me importa el tiempo. Tan sólo miro, observo, a la gente, las caras y sus miradas. Van perdidos, van seguros, van tristes o alegres, van apresurados o lentos, pero van, y dejan también sus huellas grabadas en el asfalto del caluroso verano, o invierno, o simplemente, suelo.

Extraño se siente buscar los árboles, buscar la paz. Jamás pensé que tendría que buscar la paz, y no poder encontrarla. No la paz de la que todos hablan, no la paz interior. La paz externa, la que transmite el mundo, mientras gira y gira. Y busco entre los edificios, entre la gente, entre los autos y los colectivos, entre los ruidos y los sonidos, y encuentro el verde, por más pequeño que sea. Y allí me pierdo en ese verde, en ese mar de verde que tal vez es sólo una hoja, pero se vuelve inmensa y me invade con su frescor. Es vida, es pura, es calma, es paz. Es pequeña, pero es grande, es insignificante, pero significa todo.

Extraño es sentarse en el pasto, y dejar que el tiempo decida si pasar rápido o lento. Tan sólo el cielo parece no tener tiempo, siempre igual, siempre bello, siempre inmenso, eterno, inmóvil. Dejo que las nubes pasen, pero mi mirada sigue el celeste del cielo. Yva más allá, hacia lo incierto, hacia las miles de galaxias que se encuentran en él. Traspaso las nubes, aumenta la velocidad, el espacio, el infinito, y la calma eterna.

Extraño es sentirse uno con el universo, sentirse parte de aquella creación tan bella y desconocida. Tal vez por ser desconocida es bella, sin haber sido tocada, es libre a nuestra imaginación, inventar un mundo nuevo, que tal vez existe, tal vez no.

Extraña sensación desear un abrazo, pero un abrazo lleno de amor. Sentir el roce, tan suave, tan gentil, siempre igual y sin embargo, único cada vez. Pensar que no somos lo que vemos, y sin embargo lo sentimos tanto. Tanto apego, tanto anhelo, tanto deseo, de simplemente dar, dar amor, dar un abrazo, dar cariño, dar…tan sólo dar.

Extraño sonido de campanita, campanita que te mueves tan suavemente, y eres ignorada por la mayoría de la gente. Pero yo la escucho, siempre, allí está colgada, la campanita, cantándole al mundo una canción de amor, con sus sonidos tan tiernos, tan sutiles, pero tan presentes, en mí están presentes. Déjame aprender de ti, de ver lo que pocos ven, de sentir lo que pocos sienten.

Extraño es sentirse bien. Sentir que el sol abraza, que la noche acaricia, que el viento susurra, y la lluvia limpia. Extraño es poder sonreírle a la vida, y sentir que todo está bien como está. Poder confiar en la nada, y en el todo. Poder tan sólo confiar, y esperar.

Y las huellas seguirán allí, recordando tiempos antiguos, futuros, presentes. Las huellas recordarán a los que fueron y los que serán. Contarán historias, llorarán lágrimas, cantarán canciones de campanitas perdidas y crearán un mundo lleno de verdad, de sueños e ilusiones.

viernes, 4 de abril de 2008

Alba














En las horas del alba, allí cuando el sol no está ni escondido ni asomado, tan sólo se mueve lentamente por el horizonte, aquella línea divisoria que separa, aparentemente, el cielo de la tierra. En aquellas horas la luz tenue ilumina las huellas del camino, deja que las piedras de la ruta formen su pequeña sombra dándole a la tierra un aspecto de tablero de ajedréz nuevo y distinto, único. Sombra, luz, sombra luz.

El viento aún duerme en aquellas tempranas horas de la mañana, cuando ni todo duerme, ni todo amanece. La calma anuncia su presencia, las olas encuentran su lugar en la arena. Y los pies del caminante siguen su camino, avanzando lentamente sobre aquel diverso tablero de ajedréz. Sombra, luz, sombra, luz. Y deja que su piel roce los prados, como si fuese un simple juego: me elevo, me afirmo y me vuelvo a elevar. Aquel intercambio entre tierra y hombre parece una danza, a veces cede uno, a veces el otro. No hay palabras que desarmonizan el ambiente tan sólo suspiros que acompañan el cantar de los pájaros que vuelan en lo alto.

No hay prisa ni demora, no hay orden ni desorden. Todo tiene que ser como es, todo tiene que estar donde está. No hay necesidad de cambiar, ni de pensar en un por qué. Tan sólo es, porque decidió ser.

Y allí, en lo alto de la montaña, nace una flor, y el tiempo se detiene.

martes, 1 de abril de 2008

Simple











"Odiame pero no me desprecies, ya que hay odios que son el reflejos del amor."