lunes, 28 de mayo de 2012

Play





Move on with your life.
Things pass by, things change
nothing is the way it once was.

You can be more than just sad
you can be more than just hurt
you can believe.

Believe that the sky is infinite blue
believe that life is full of joy
and feel your heart beat
with the rythm of hope.

You can be one with your mind
start to stand tall
and don´t waste any time
with unimportant thoughts.

You can trust
in your own feelings
be one with yourself
be what you just dreamed of
and make that dream come true.

Laugh, as you have never laughed before
in a way so bright, so beautiful
that time will stop to see your light.

And play, just play,
with the heart of an innocent child
and you will feel the rythm of Earth
playing by your side.

You can fly
cause everytime you play
you get wings on your shoulders
and you learn to fly
to the deepest of oceans
the highest of mountains
the bravest of hearts.

You can give all that you are
because you have nothing else
than yourself,
an everlasting gift.

So play, play for me my heart
show me the rythm of this life
so maybe one day
I´ll be finally able
to understand
the meaning of life.

jueves, 3 de mayo de 2012

Mar




Y como si fuera poco, nos miramos los unos a los otros como extraños. Compartiendo el mismo mundo, siguiendo las mismas huellas una y otra vez, pero no nos conocemos, no nos damos cuenta que nosotros somos nuestro propio reflejo. Allí donde los suspiros se vuelven cantos, donde el respirar se hace ligero, donde el cuerpo se vuelve liviano y ya no necesitamos luchar para sobrevivir, ya no necesitamos manejar estas materias tan sucias, pesadas, que nos causan dolor.
Vivimos con el alma, con aquello que siempre está y que siempre se percibe, pero que pocos se animan a buscar. Es como si todos supieran que hay una cierta verdad conocida por todos y siendo la misma para todos, pero sin embargo luchan día a día para demostrar de alguna forma lo contrario. Nos volvemos a tirar una y otra vez al mismo mar, nos volvemos a ahogar, pero nos tiramos de nuevo, creyendo que esta vez no nos ahogaremos, pero…como no aprendemos, nos ahogamos en el mismo mar de lágrimas, de sudor, de sufrimiento constante.

Es nuestro mar, creado por nosotros mismos, por nuestros miedos. Y los remolinos nos tiran hacia abajo. Por más que nosotros nos tiramos y estábamos convencidos que lograríamos vencer, al vernos siendo tironeados hacia abajo, desesperadamente nos aferramos a la luz, queremos salir, queremos gritar, pero nos ahogamos aún más. Nos preguntamos por qué nos tiramos, por qué nos creíamos más fuerte de lo que somos. Pero ya es tarde, ya caímos de nuevo. Y ahora hay que luchar con todas nuestras fuerzas para salir del remolino y volver a subir, volver a respirar, volver a ver la luz del día. Pero…ya no tenemos fuerzas. Las gastamos cada vez que nos volvimos a tirar. Esta vez nos ahogaremos en serio, y no sabemos si tendremos otra oportunidad.

Y de repente, en medio de nuestra lucha, logramos percibir a lo lejos una silueta. Sí, no nos equivocamos. Allá vemos a alguien, que está nadando bajo mar, que se está divirtiendo en este mar de lágrimas, sin sufrir. No hay remolino que lo tironee. No hay nada que lo perturbe. Ya llegará su turno, pensamos. Pero no, de repente lo vemos ascender. Sí, está ascendiendo a la luz. Y se impulsa, y salta, y gira en el aire, grita de felicidad, y vuelve a caer dentro del mar, riéndose. Fue nuestra imaginación, pensamos. Pero no, nuevamente hace lo mismo. Y de a poco empezamos a divertirnos con él. Verlo nos alegra, nos perdemos en su tranquilidad, en su serenidad.

Pero de repente otro tirón. Nos hemos olvidado que seguimos en el remolino. Y seguimos descendiendo, y nos vuelve la sensación de ahogo. Pero no podemos poner más resistencia. Desesperadamente queremos gritar, llorar, nuestras lágrimas de desesperación se funden nuevamente con el mar de dolor. Ya formamos parte de él, ya no hay nada que hacer. Estiramos nuestra mano en un último intento de salvación. Le rogamos a aquella libre silueta que nos ayude, una sola vez más. Hemos aprendido. Ya no queremos volver a saltar dentro del mar. Demasiadas veces lo hemos hecho en nuestra ingenua ignorancia, creyendo que podríamos vencer. Esta vez queremos sinceramente regresar a casa y no volver nunca más a esta terrible profundidad.
Nuestro pensamiento ya sólo se dirige en una dirección. No podemos hablar, ni gritar, ni esforzarnos. Nuestra mano, el brazo, el cuerpo entero ya no se tensionan y se aflojan. Por favor, rogamos.
Por favor. Ayúdame.

De repente sentimos una leve presión en nuestra mano. Con un último esfuerzo abrimos nuestros ojos y miramos hacia arriba. Ahí está, sonriéndonos, tomándonos de la mano. El remolino cesa, parece desvanecerse dentro del mismo mar. Nos sorprendemos de la facilidad con la que todo se disipa, se vuelve silencioso, claro. La silueta nos está elevando poco a poco, sentimos que estamos ascendiendo. Nos tranquilizamos, porque al fin saldremos de este infierno de mar. Veremos el cielo, la luz del sol, regresaremos a casa.
Pero nos suelta. Así de la nada, como si lo hubiese planeado, nos suelta la mano. Y sentimos que nuevamente volvemos a hundirnos lentamente. No podemos reaccionar, nuestro cuerpo no responde. Miramos a la silueta que nos mira, y sólo sonríe. Pero de repente se vuelve transparente, parece fundirse con el mar, la sonrisa se estira, parece deformarse, se vuelve amplia, toda la silueta se amplía, se expande, hasta que allí ya no hay nada, nadie, tan sólo mar y más mar, agua por todos lados. Cómo puede ser, nos preguntamos. Allí había alguien, y ya no está. Pero no, al mirar bien nos damos cuenta que nunca hubo nadie allí. No era una silueta. Fue nuestra imaginación. 

Y mientras pensamos, seguimos hundiéndonos lentamente.
En cualquier momento vendrá nuevamente el remolino, pensamos. Pero pasa el tiempo y no viene. Nosotros inmóviles, lentamente hundiéndonos. Tenemos miedo de movernos y que nos descubran y vuelvan a atacarnos. Pero nadie viene. Nadie nos tironea hacia abajo. Tan sólo estamos hundiéndonos porque no nos estamos moviendo, no estamos esforzándonos en subir. Lentamente movemos nuestro cuerpo y sentimos un dolor intenso en todo el cuerpo como si estuviera herido de tantas batallas. Tantas veces nos golpeamos, nos exigimos de más, sufrimos, sangramos, y ahora tan sólo quedan las marcas de aquellas batallas perdidas. Pero el cuerpo aún se mueve. Y sentimos que ya no nos hundimos sino que flotamos.
No, estamos nadando. Podemos nadar en el mar. Ya que podemos nadar, queremos ascender, queremos irnos de ese lugar espantoso, así que comenzamos a ascender y ascender. Vemos que por encima nuestro está la luz del sol que nos espera. El aire puro que entrará en nuestros pulmones y nos llenará de alegría y paz. Y así sonriendo seguimos ascendiendo hacia la luz. Poco a poco nos cansamos, pero ya nada importa porque el fin último está cerca y no pararemos hasta no alcanzarlo.

Pero pasa el tiempo y seguimos ascendiendo y no parece haber fin, la superficie no llega. No podremos habernos hundido tanto, pensamos, hace rato que tendríamos que haber llegado. Pero a medida que ascendemos, el mar se vuelve más cálido, así que nos sentimos bien porque sabemos que tan mal no podemos estar. Ascendemos y ascendemos, por momentos nos cansamos y nos dejamos estar y sentimos cómo flotamos, hasta recobrar nuestras fuerzas y seguir ascendiendo.

Y poco a poco vamos olvidando a dónde queríamos llegar, por qué razón ascendemos con tanto énfasis. Y lentamente el mar ya no parece afectarnos, ya no parece ponernos ninguna resistencia. Es como si no existiera diferencia entre el mar y nosotros, porque si la hubiera, sentiríamos la resistencia de una materia oponiéndose a la otra.
Miramos alrededor y no vemos nada más que una vasta infinidad de mar, mar, mar, por todos lados. Sentimos que nos estamos perdiendo y empezamos a dudar de nuestra propia existencia. Queremos asegurarnos que aún somos nosotros mismos, que aún estamos, y que existimos y que estamos ascendiendo. Así que bajamos la mirada para ver nuestro cuerpo y con horror descubrimos que no vemos nada. Todo mar.
Buscamos nuestras manos, nuestros brazos, nuestro cuerpo, pero no vemos nada. Queremos tocar nuestro cuerpo, nuestros rasgos, sentirnos, pero no logramos hacer contacto con nada. Desesperadamente comenzamos a dar vueltas, a mirar hacia todos lados. Miramos hacia arriba y vemos la luz, miramos hacia abajo y vemos luz. Hacia los costados, luz.
Luz, mar, ni un sonido, ni una sombra, ni un solo cuerpo. Cómo puede haber luz abajo, pensamos, si venimos de allí y no la había. Dónde están los remolinos, pensamos, y dónde la superficie tan deseada. Este se suponía que era el mar del sufrimiento, y afuera, arriba estaba la felicidad, nuestro hogar. Si nosotros veníamos de ahí, por qué no lograríamos regresar.
Ya no ascendemos, porque no hay hacia dónde ascender ni con qué ascender. Miramos a lo lejos pero ya no sabemos hacia dónde miramos, si estamos mirando hacia lo lejos, o si estamos viéndonos a nosotros mismos. Ya no sabemos si somos un minúsculo punto en medio de la vasta infinidad, o si somos la infinidad. Ya no sentimos un cuerpo, una separación.
Extrañamente ya no queremos ascender porque no vemos la necesidad de hacerlo. No hay nada a dónde llegar, porque ya hemos llegado, y siempre hemos estado allí. Todo lo que creíamos haber visto en la superficie, todo lo que recordábamos, todo lo que ansiábamos, nunca había existido. Era todo una mera ilusión, un engaño. Siempre habíamos estado en ese mar, desde un comienzo. Y el mar del sufrimiento no estaba compuesto de lágrimas. Eran nuestras propias lágrimas, nuestros propios remolinos. Nosotros habíamos sido los remolinos, nosotros nos habíamos lastimado, nosotros habíamos buscado luchar contra lo que no existía ni existió nunca. Habíamos imaginado y creado un dolor que no existía. Creíamos ascender, sin darnos cuenta que en la infinidad no hay necesidad de ascender porque ya estamos arriba, porque somos todo, y no existe ni el arriba ni el abajo.

Nosotros somos y siempre habíamos sido el mar.
Nos acordamos de la extraña silueta, aquella última esperanza nuestra. Nos habíamos aferrado a ella con nuestras últimas fuerzas. Había sido nuestra salvadora, o al menos eso creíamos en ese entonces. Pero la silueta no era nada más que el mismo mar y siempre había sido mar y había estado allí. Tan sólo necesitábamos ver algo o a alguien para poder creer. Necesitábamos la prueba de que alguien más nos salvaba, siendo incapaz de imaginarnos que nosotros mismos podíamos hacerlo. Pero lo habíamos logrado.

El mar ya no es mar. Se vuelve cada vez más claro, se desvanece por la intensa luz. Y el mar de lágrimas se convierte en un mar de luz. Siempre fue luz, tan sólo necesitábamos creer que era otra cosa.
Reconocemos en nosotros mismos la silueta, moviéndose libremente en la infinidad y fundiéndonos en ella. Y ya no pensamos, porque no hay pensamiento. No hay nada que  no seamos. Ya nada hay en el todo, tan sólo el todo que lo abarca todo. Es y siempre ha sido todo.
El mar de ilusiones se ha desvanecido, y ya no hay un “nosotros”.
Felicidad, amor, qué más da?
Lo somos todo, si tan sólo queremos serlo.

Yo quiero serlo.

Canto a la nieve




Cuánta belleza, dulzura blanca
Diosa helada haces tu camino
Caes cuando más se te extraña
En el momento justo vuelas hacia mí.

Blanca como el alma, pura
Silenciosa como un ángel, perdura
En las inmensidades del cielo, cantas
A las nubes te asemejas, lloras.

Triste desciendes a la tierra
Dejando tu huella en el cielo
Tu canto es un himno
Un himno cantado en silencio.

Ya nada es lo que parece
Lo pasado en recuerdo desaparece
Duerme por siempre tristeza, duerme
Sueña con tu fría dueña, calla.

Extiendo mi mano para tocarte
Pero eres inalcanzable, tan lejana
Sólo se te puede admirar de lejos
Aquella belleza que nunca muere.

Hace mucho que no te veía, blancura eterna
Que te sentía tan cerca de mí
Había olvidado lo que se siente
Sentarme a oír tu bello existir.

Me hiciste recordar lo mucho que te quiero
Lo mucho que necesitaba verte nacer
Entre el cielo blanco y gris del que caes
Hacia la fría tierra, helada debido a tu poder.

Traes silencio al mundo, estrella mía
El silencio más bello que conocí
Tu silencio me abre las puertas
Hacia un sueño posible de vivir.

Te miro y te escucho, te admiro
Eres tan simple y fácil de comprender
Me dejo llevar por tu silencio
No vuelvas a alejarte de mí.

Me había olvidado cuánto te quiero
Cuánto fuiste para mí
Pude notar que nada ha cambiado
Que te amo como antes, o más aún.

Déjame apreciarte como siempre hice
Déjame escucharte como me enseñaste
Déjame acompañarte como siempre quise
Y recordar que nunca más he de olvidarte.

No es acá donde estas en tu casa
Pero me diste un pequeño refugio a mí
Hoy cuando salí a buscarte
Por un rato me volviste a sonreír.

Las calles se vacían a tu paso
Dejas un profundo vacío en la ciudad
Pocos te entienden, alas blancas
Pocos te escuchan, como me enseñaste a mí.

Es toda una vida que ha pasado
Que nunca se podrá borrar
Algún día volveré a tu lado
Y a tu lado me pondré a cantar.

Acaso supiste que te extrañaba?
O quieres que vuelva a ti?
Hace cuánto que no sentía tu frío
Hace tanto que me costó volver a latir.

Hoy lograste que llore por ti
Abrir algo dentro de mí
Te agradezco por darme este día
Día tan especial para mí.

Y a pesar de escribir todo esto
Las palabras no alcanzan para describir
La sensación que sentí al verte
Al ver mi alma sonreír.

Ave de alas blancas,
Quiero volver a volar a tu lado
Volar a la par, hacia el infinito blanco
Sentir el viento, sentir tu canto.

Extraño tu paz, hermana mía
tu perfecta sintonía
Fuiste y eres mi maestra siempre
Gracias por aparecer hoy ante mí.

Enséñame nuevamente a entender
Lo simple de la libertad
Aquella que sentía latente
Cuando corría a tu lado, a la par.

Tú siempre me diste todo
Todo para ser feliz
Con solo verte me dan ganas
De correr nuevamente junto a ti.

Y aquí me encuentro, en medio de tu frío
Abrazándome, como siempre hizo
Y no quiero dejar de escribir
Ya que tú me inspiras, me das ganas de vivir.

Eres mi reina, mi madre, maestra, mi todo
Mi silencio, mi llanto, mi sonrisa, mi amor.
Eres mi pasado y mi presente,
Me hiciste lo que soy.

Blanca voy hacia tu encuentro
Mi alma se encuentra con tu silencio
Y mis palabras se vuelven tu melodía
Y tu canto todo lo llena.

Te miro nuevamente, y se que estoy feliz
Hoy me llenaste el alma de silencio
Y me hiciste revivir.

Antiguas reflexiones mías sobre el silencio...




Encontramos aquí lo que se llama silencio.
En las voces, en las luces, en el viento y en el calor que emite el corazón latiente; todo conduce al ya tan conocido silencio.
El silencio de las mañanas como de las noches, de los amaneceres como de los atardeceres. Tan parecidos pero con esa mínima diferencia que los hace ser únicos e inconfundibles.
Los silencios que siguen a las lágrimas, los que son temidos, los que son agradecidos, los que son buscados y los que son encontrados. Por todos lados nos encontraremos con estos silencios, por más cortos e insignificantes que sean, están, si uno sabe buscarlos debidamente y les deja su espacio para expandirse y hacerse notar.

No hay silencios molestos; en todo caso las molestias son producidas por la misma mente que no sabe cómo enfrentarse al silencio.
El silencio es el contrario del sonido y del ruido. Es la parte complementaria, el ying (o el yang, depende), el in o el yo, como la luz y la oscuridad, el sol y la luna, el día y la noche. No hay silencio sin ruido, ni ruido sin silencio.

Suele atribuírsele al silencio la característica de ir de la mano con la soledad, debido a que muchas veces decide aparecer cuando nos encontramos o nos sentimos solos. Pero no en todos los casos esto es así. Los silencios también encuentran refugio entre dos personas o en medio de un grupo de gente.
Por lo tanto se puede decir que el silencio es impredecible; aparece cuando quiere y nunca se sabrá dónde caerá a continuación.
Pero es realmente tan impredecible como puede parecer en primer momento? Imaginemos a dos personas que se reencuentran después de 10 años de no verse. Al principio se contarán todas sus vivencias, se reirán, tal vez llorarán, pero llegará el momento, cuando ya se han contado todo y se dan cuenta de la gran distancia que existe entre ellos mismos y la persona desconocida frente a ellos, en el cual se quedarán callados, sin saber que decir. Es aquí donde entraría en juego el silencio. Y, como hemos visto en este ejemplo, no fue tan impredecible que los sucesos pudiesen darse de esta forma. Podremos decir entonces, que por más impredecible que parezca, el silencio es bastante predecible en ciertas situaciones.
Cómo reconocemos el silencio? Parece una pregunta bastante obvia, pero analizándola bien, podremos llegar a encontrar más de una respuesta. Lo primero que se nos ocurriría decir es que el silencio se ve acompañado siempre por la ausencia de ruidos molestos. Pero, y cuando los ruidos no cesan por completo y seguimos escuchando a lo lejos ciertos ruidos conocidos, o notamos el sonido de una mosca o de un ventilador? Normalmente seguimos pensando que estamos en presencia del silencio. Y tomando el ejemplo de los dos que se encuentran después de tantos años, suponiendo que fueran a un café a charlar y de repente cae el silencio, no es lógico imaginarse que alrededor de ellos los ruidos ajenos del ambiente seguirían su curso de manera normal por lo que el silencio no sería completo? Y sin embargo, ambos seguirían notando el silencio entre ellos. Es el silencio entonces meramente un fenómeno del ambiente, un fenómeno producido entre las personas o acaso algo completamente distinto?

Vuelvo a preguntar entonces, cómo se reconoce el silencio?
Supongo que para llegar a una respuesta válida que valga para todos habría que analizar todos los casos posibles y eso nos llevaría una vida y más. Por eso, dejaré que cada uno encuentre su propia respuesta de cómo reconocer cuando se está en presencia de nuestro compañero, el silencio.

El silencio nunca nos abandona, también por eso lo llamo compañero. Siempre dispuesto a estar cuando lo buscamos, siempre haciendo el esfuerzo en ser lo más perfecto posible para nosotros, por más que muchas veces no se le permite ser totalmente él.
No tiene límite de tiempo salvo el que le ponemos nosotros. No pide nada a cambio, sólo que lo escuchemos y disfrutemos. No es complicado, no nos discute ni espera nada de nosotros. Simplemente nos deja ser y nos acompaña en el trayecto.

Por eso el silencio es confiable. Cuando estamos con dudas o tenemos conflictos internos, muchas veces buscamos su presencia para que nos ayude a aclarar nuestras preguntas e incertidumbres. Aparece con distintos nombres tales como meditación, sueño, la ya nombrada soledad, lejanía, naturaleza, pero por más nombres que tenga, su esencia sigue siendo la misma.

La distancia no lo hace distinto, por lo que es universal. En todas las lenguas y culturas el silencio tiene las mismas características, la misma fonética, la misma gramática, el mismo acceso.

El silencio también crea sentimientos, sensaciones y pensamientos. Cuando aparece, no lo hace sin más sino que su entrada es triunfante, segura, firme y llamativa, y a veces, cortante. No necesita introducción ni despedida, ya que es tan conocido como nuestro propio nombre.
Muchas veces es indeseado e intentamos pelear contra él y ganarle. Ahí vemos el caso de personas que le temen o que no saben qué hacer con él. En estos casos los métodos más comunes de evadirlo son: encender la televisión, radio, escuchar música, hacer llamadas telefónicas, etc, y en el caso extremo de no disponer de ninguno de estos instrumentos, el recurso más utilizado es el canto, las charlas consigo mismo o, si se tiene tal habilidad, silbar.
El silencio no siempre es producido por uno mismo. Es por eso que muchas veces no lo deseamos. Tal vez sentimos que no podemos controlarlo o que somos controlados por él. Al sentir que tiene esta ventaja sobre nosotros, nosotros que tanto deseamos controlar todas las situaciones, nos sentimos débiles o incapaces. No sabemos como enfrentarnos a él ya que no es visible a los ojos y por lo tanto, un contrincante temido y respetado. Y sobre todas las cosas, la pregunta fundamental cuando aparece el silencio es, cómo actuar? No hay una guía con pasos a seguir en caso de la presencia del silencio. Hay guías para todo, menos para las cosas importantes como esas. Entonces, no sabemos cómo comportarnos, qué hacer con nosotros mismos cuando nos vemos involucrados en una situación de silencio.
Quebrarlo? Acompañarlo? Esperar? Correr?

Es en estos momentos que entramos en conflicto con nosotros mismos y dejamos al silencio de lado. Y después le echamos la culpa al silencio por aparecer así, sin previo aviso, dejándonos completamente en desamparo cuando la culpa es meramente nuestra.
Me pregunto cuántas personas verán el silencio como enseñanza, como maestro.
Se dice, aunque no quisiera aferrarme mucho al “se dice”, que el silencio dice más que mil palabras. Podríamos tomar aquello como guía? Tal vez. Pero quedaría incompleta, ya que no se aclara ni cuánto tiempo de silencio, ni en qué situaciones se daría aquel caso ni con quién serviría y con quién no. Por eso, al menos que uno quisiera tener una guía incompleta, diría que ese proverbio es sólo una mera posibilidad de ver al silencio.

El silencio, siempre tan misterioso y a su vez simple silencio del día a día, cuántas veces lo notaremos y cuántas veces pasará de largo sin dejar historial?