lunes, 15 de octubre de 2007

Mañana de lluvia





















Se había levantado sedienta y con una calma desconocida. Al subir las persianas vio que llovía y que no parecía que iba a parar en todo el día. Eran las 7 de la mañana, horario muy poco habitual para ella ya que solía dormir hasta más tarde. Pensó en acostarse de nuevo pero no sentía cansancio alguno por lo que le pareció innecesario intentar dormir. En esta época del año aún hacía frío, por lo que se puso un suéter de lana que le había regalado su abuela. Esta señora tenía la costumbre de comprarle cosas dos talles más grandes y la respuesta al porqué era siempre la misma: “por si acaso”. Ya había abandonado la idea de hacerle cambiar de parecer a esta tierna mujer, por lo que se limitaba a agradecerle cada vez que recibía un regalo de su parte y guardarlo en su ropero. Sin embargo, en días como hoy agradecía tener un suéter cómodo, grande y abrigado para ponerse, le hacía recordar inevitablemente su infancia cuando afuera nevaba y su madre le hacía un chocolate caliente para que no tuviese frío.

Fue a la cocina y puso agua a calentar. Preparó café en dos tazas y miró por la ventana que daba al río. Tenía su encanto vivir en el ultimo piso de un rascacielos por más que la espera del ascensor se hacía eterna y muchas veces deseaba incendiar todo el edificio. Pero en días como hoy, donde no tenía ningún trámite que realizar, agradecía la calma que le brindaba la lejanía de la ciudad.

Cuando el agua estaba a punto de hervir, apagó el fuego y llenó las tazas. El olor a café recién hecho le encantaba por lo que adoraba prepararlo. Por más que tomaba café en los mejores lugares, nada se comparada con el que ella preparaba en casa. Tenía una magia propia que no sabía si atribuírsela a su gran capacidad como preparadora de café o al simple hecho de que estaba hecho en su casa.

Una de las tazas las dejó en la cocina mientras que tomó la otra con cuidado y la llevó al dormitorio. Suavemente la apoyó en la mesita de luz intentando hacer el menor ruido posible. Se sentó en el borde de la cama doble y lo observó con cariño. En realidad ella sabía que por más ruido que pudiese hacer, jamás lo despertaría pero de todos modos le gustaba imaginarse que con el sonido más leve podría despertarlo accidentalmente. Había tanto silencio en la habitación que podía oír su respiración. Realmente parecía estar profundamente dormido, y a ella le gustaba esa idea y por una brevedad de segundos se lamentó tener que despertarlo. Lentamente se arrodilló sobre la cama y se le acercó en cuatro. Lo besó suavemente en la mejilla, sin antes sacarse el pelo de la cara para no darle cosquillas. Él reaccionó dormido, moviéndose un poco pero siguió en su más profundo sueño. Ella sonrió. “Buenos días” le susurró al oído, “está lloviendo”. Él dio un sonido de aprobación por más que se encontraba aún completamente dormido. Le acarició suavemente el hombro, volvió a besarlo. Se puso a jugar con su pelo que desde el primer momento le había encantado. No sabía por qué pero adoraba su pelo y a él le gustaba sentir su mano jugando con su pelo. Hace algún tiempo le había dicho que no había nada más hermoso que despertarse con esos mimos que ella le hacía en la cabeza y desde ese entonces que adoraba aún más acariciarlo de esa forma.

“Ey, amor, tenés que levantarte.”. De a poco sus repuestas iban pareciéndose más a un ser despierto. Ella volvió a besarlo, y esta vez él sonrió. Finalmente había despertado por completo. “Buenos días”, repitió ella sonriendo. “Buenos días” respondió él con voz de dormido y los ojos aún cerrados. “Te dejé tu café acá”. Volvió a besarlo, esta vez en la frente, y salió del dormitorio.

Tomó su café con ambas manos para sentir el calor de la taza y caminó con cuidado hasta el ventanal del living. No parecía haber viento, sólo la lluvia cayendo en silencio. Tomó la manta que se encontraba sobre el sofá y miró hacia afuera. Abrió la ventana que llevaba al balcón y se sentó en la silla de madera, tapándose con la mantita. No hacía tanto frío como para que nieve, pero lo suficiente como para enfermarse si no se tapaba.

Acercó la taza y volvió a sentir el aroma del café. Todo estaba en calma, sólo se oía la lluvia caer, ese sonido inconfundible. Era realmente un día hermoso, pensó. Podía quedarse así todo el día y no cansarse. Sus días eran siempre tan agitados, llenos de obligaciones, responsabilidades. Pero hoy no tenía que hacer nada. Se había despertado con la misma calma que mostraba el día, pensando en nada más que en esa mañana. No sabía qué le pasaba, pero estaba feliz.

Al poco tiempo, sintió un calor cerca suyo. Él la rodeó suavemente con sus brazos y le besó el cuello. Ella estaba un poco fría por eso él quería darle el calor de su cuerpo. A veces no entendía por qué no se cuidaba más, pero ella era así y él lo sabía. Por eso se limitó a abrazarla de atrás y apoyar su mentón en el hombro de ella, apoyando su cabeza contra la de ella y viendo la lluvia caer en silencio.

“Te amo, sabés?”. Ella asintió.

“Gracias”.

“Por qué?”

“Por hacerme feliz”.

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