Después de mucho tiempo retomo estos prados de la escritura. Prados tan desconocidos a esta altura. Cuando el tiempo corre sin parar y uno ha comenzado a correr a la par, se vuelve difícil detenerse para escucharse.
Comienzo con un pensamiento que deriva de una sensación vivida en repetidas circunstancias, que a su vez equivale a lanzarse a pecho abierto contra una lanza filosa. Duele sincerarse, duele darse cuenta, duele poner en palabras lo que uno tan bien conoce de sí mismo.
Cuán difícil puede ser dar un abrazo sentido, sin más intención que abrazar por el propio bienestar y el ajeno? Un abrazo que no espera nada, que no pide nada, que no tiene segundas intenciones, que no implica pensamientos o temores que despiertan en el inconsciente hasta que lentamente se hacen conscientes y nos lleve a detenernos ante nuestro fatal error de haber estrechado los brazos hacia un semejante.
Hoy en día, no sólo es difícil sino casi imposible.
Muchos dirán "pero por qué si yo abrazo todos los días!". A quién? A mis familiares, a mi mejor amiga, a mi novio, a mi marido. Generalmente (aunque no siempre) es fácil bajo estas circunstancias conocidas estrechar los brazos sabiendo que uno será recibido y que el otro esperará ese contacto físico tan "íntimo".
Pero qué pasa en esas situaciones donde se sabe que el otro no lo espera? Qué pasa cuando abrazar equivale a lanzarse al abismo con los ojos cerrados, sin saber qué encontrará después del vacío?
Me quedo mirando a esas personas desconocidas y familiares a la vez, esos rostros que veo tantas veces, que conozco hace años o hace tan sólo meses, pero que no me atrevería a llamar más que compañeros o conocidos debido a la falta de contacto, de expresión, de apertura hacia el otro. Una sensación de impotencia invade mi cuerpo, me ahogo en una frustración sin igual, y me encuentro con la mirada perdida en el atardecer, preguntándome qué hemos hecho de nuestro corazón. Inevitablemente me pregunto si soy yo el problema al no poder comprender y adaptarme a esta sociedad en la que todos vivimos, o si las personas se han vuelto tan temerosas que han encerrado sus sentimientos en los rincones más profundos de su ser, limitándose a ver tan sólo lo que sus sentidos sensoriales pueden captar en las capas más superficiales de cualquier situación.
Me refugio en mi misma, abrazando a mi propio ser que parece estar cayéndose a pedazos debido a esta soledad social y me pido comprensión, paciencia, entendimiento y la suficiente sabiduría interna como para seguir avanzando con firmeza. Me pido tiempo. Tiempo para comprender a la existencia humana. Tiempo para aprender a amar sin esperar recibir. Tiempo para reecontrarme en este laberinto en el que me he aventurado. Tiempo para volver a sanar esta herida del espíritu.
Intento...hacerme entender. Me detengo, me observo, sé lo que siento, pero me resulta tan difícil expresarlo. Cómo expresar lo que mi interior siente? Cómo expresar lo que ni yo comprendo? Cómo expresar lo que no tiene palabra alguna más que un eterno silencio y una mirada llena de cansancio?
Sí, cansancio. Cansancio de tanta opresión interna, de tanta lucha. Qué lucha? No podría decirlo. Decir que no es de esta vida es entrar en terrenos inestables, por lo que me limito a decir que va más allá de mi comprensión.
Y me pregunto qué debo hacer con esta vida que he decidido transitar y que tanta alegría me trae cada día. Nadie, ni yo misma, podría objetar que mi vida es de aquellas envidiables por todo lo que me tocó vivir, y todos los increíbles seres que caminan a mi lado.
Pero cuando me encuentro indefensa en situaciones donde mi ser ve tanta belleza interna en otros seres y siente el deseo de compartir y expresar todo el agradecimiento por haberme permitido conocerlos aunque sea por un instante, y mi propio temor me impide ser quien soy, tan sólo queda la soledad de una existencia enjaulada bajo los duros golpes de una mente racional demasiado irracional.
...
Vuelvo a una claridad más comprensible. Me he dado cuenta (o mejor dicho, me he tomado el tiempo de intentar redactar lo que ya sé hace tiempo) que me he dejado llevar por las consensuadas restricciones no verbales que parecen existir entre las personas.
Cuando hace no mucho recibí de manera sorpresiva el abrazo sincero de un compañero, noté, llena de horror, que me había quedado helada, llenándose mi mente de pensamientos desatrosos de miedo, del qué dirán, de confusión y congelamiento automático de todo el cuerpo. En otras palabras: me quedé paralizada.
Y lo peor de todo es que no fue porque no quería ese abrazo o porque me había parecido fuera de lugar. Ni siquiera había sido dado sin razón. Sino que había pasado tanto tiempo sin que hubiera recibido un abrazo de ese estilo que me había olvidado lo que se sentía, incluso de que existía.
También me di cuenta, y esto debe ser lo más desastrozo, que en alguna parte de mi ser se había generado miedo. No miedo a recibir abrazos de esta índole, sino miedo a darlos desde mi más profunda sinceridad y buena intención debido a que muchas veces habían sido malinterpretados, o mal vistos, o habían generado tanta incomodidad o confusión en el otro que poco a poco me prohibí expresar cualquier tipo de afecto sentido.
Y como si esto fuera poco, a no muchos días de lo sucedido repentinamente me sorprendió el hecho de que alguien ajeno a mi círculo conocido, familiar o amoroso, me había preguntado, así de la nada, como por arte de magia, por mi vida. Pero no el simple "Cómo estás?" desatento, sino ese tipo de preguntas que sabés que no alcanza con un "Bien bien."
Más allá de que mi primer reacción fue largarme a llorar a cántaros sin razón alguna (agradezco a mi auto-control como pocas veces antes por contenerme), y que luego me encontré repentinamente hablando sin parar de cualquier cosa menos de la que quería hablar sin saber siquiera de qué quería hablar, me sentí (y esto sonará horrible y totalmente despreciable) culpable por robarle el tiempo a esa persona en ese momento.
Sentí confusión, una sensación extraña de no saber cómo comportarme ya que hacía tanto que no me encontraba en una situación así. En cuanto pude me escabullí a tomar aire, a enfocarme, a sentir los rayos de sol y dejarme absorber unos instantes por ese silencio que sólo la naturaleza me puede ofrecer. Y sí, quise desaparecer, y sin embargo, allí estaba, tratando de inspirar y expirar y a su vez estando profundamente agradecida por esa oportunidad. Y me sentí horrendamente frágil.
Vuelvo a preguntar: Cuán difícil puede ser dar un abrazo sentido, puro, despreocupado, pero lleno de amor incondicional? Cuánto cuesta un momento de confianza plena, de "estar presente"?
Viéndome hoy en día puedo ver cuántas veces siento la necesidad de poder expresar aquellos sentimientos que surgen de la supuesta nada, y sin embargo mis brazos no se mueven, mi cuerpo se congela, y por mucho que quisiera decir "gracias por existir" me resigno a pensar que no será comprendido, que serán más palabras confusas en un mundo que ya de por sí rebalsa de confusión.
Y me encuentro ante la inevitable pregunta de cuánto tiempo podré seguir convenciéndome de que algo en mí no funciona bien.
Miro a aquellos compañeros, a aquella gente conocida, y en mi interior mi alma los abraza lleno de gratitud por su presencia, su apoyo indirecto, su simple estar en el mundo. No puedo evitar que aquella impotencia me devore por dentro, pero al menos puedo regalarme ese momento de sinceridad mientras mi mirada se pierde en el horizonte.
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