A veces una simple mirada profunda alcanza para alegrarle los días venideros a alguien. Nos puede hacer entender que somos apreciados, queridos, pensados, sin importar la distancia que puede haber. Que para alguien somos “algo” y significamos algo, que aún sin siquiera saberlo ocupamos un mínima fracción de segundos de su pensamiento.
Recuerdo aquellas personas que conocí y hoy ya no están al alcance de la mano. Aquellos a los que no se les puede ir a visitar con un colectivo, subte o taxi. Caminando menos que menos se llega, y la cuenta del teléfono aumentaría mucho si se los llamara cada vez que se quiere.
Siempre están los medios como internet para contactarse, pero como toda tecnología, no transmiten lo que uno quiere expresar, ni llenan los vacíos reservados para los sentimientos. Son tan solo un medio alternativo, cuando ya ningún otro medio sirve.
Hay que agradecerle al menos a esos medios tecnológicos por existir. Sin ellos muchos de los contactos que a pesar de todo podemos tener no existirían. Viviríamos pensando cada día “qué habrá sido de aquel, qué será de aquel otro?”. Siempre imaginando, deseando, esperando alguna señal de vida que tal vez nunca llegaría.
Gracias a la tecnología hoy en día podemos vernos a pesar de las distancias. Hablarnos a pesar de los océanos que nos separan. Encontrarnos y acompañarnos en tantos momentos diarios, como si estuviésemos más cerca que nunca.
Pero sigue siendo sólo una ilusión. Porque a través de una computadora no se pueden dar abrazos, ni transmitir sentimientos o sensaciones, ni movernos cuando queremos movernos o estrechar nuestra mano y encontrarnos con la de otro ser. Es mirar una pantalla, imaginando la cercanía del otro…pero tan sólo imaginando algo irreal.
Y es en esos momentos que uno se da cuenta de cuánto vale una mirada. De todo lo que se puede lograr tan sólo con los ojos, aquellos que se hacen llamar los espejos del alma. Bien que lo son cuando sentís que podes ver todo a través de ellos. Que no hacen falta palabras para comunicarte, porque seria una falta de respeto hacia el respeto de las miradas.
Hace rato que siento que por mucho que alguien intente disfrazarse bajo capas y capas de máscaras y personajes, los ojos son los únicos auténticos que no tienen forma de disfrazarse. Porque son sólo ellos los que nos dan una visión de nuestra vida, los que nos hacen ver nuestro mundo. Si los disfrazáramos, sería inimaginable ver el mundo tal cual lo es para nuestra propia concepción. Veríamos un engaño, pero a diferencia de lo habitual, estaríamos al tanto del mismo.
De esta forma empecé a confiar en las miradas, en los ojos de las personas. Y es una sensación fuerte el darse cuenta cuando una mirada no expresa nada, al mejor estilo zombie. Sin sentimientos, sin amor, sin razón de ser… como si estuvieran dormidos, sin ver lo que hay frente a ellos. Pero cuán grande el cambio cuando los ojos están radiantes de vida, llenos de sentimientos, transmitiendo una alegría y energía indescriptible. Algunas miradas más profundas, otras mas tristes, otras llenas de historias y nostalgias, otras soñadoras, misteriosas, atractivas o tan llenas de paz que logran transmitir ese sentimiento a quien los mire y sea receptivo a estos detalles.
Hace mucho que no escribía. Y sin embargo he sentido una fuerte necesidad de plasmar en palabras los sentimientos y situaciones que vengo viviendo u observando. Ha habido muchos cambios, muchas nuevas decisiones que tomar. Uno se da cuenta que va cambiando, que los pasos se hacen mas firmes a medida que transcurre el tiempo, y que levemente las huellas van cambiando de rumbo sutilmente. Buscando, siempre buscando mejoras. Buscando el camino que nos identifique más que el anterior. Buscando aquellos pasos que nos hagan un poco más felices y enteros que el día anterior. Lo importante en esto es no estancarse, ya que el estancamiento significaría pudrirse desde las entrañas, hasta que un día nos damos cuenta que hemos perdido la sonrisa y el brillo de nuestros ojos.
Pero he visto que muchos confunden el estancamiento con la rutina. Sin embargo no creo que la rutina necesariamente conduzca a un estancamiento interior. Para que esto suceda sí o sí tiene que haber una rendición proveniente de la persona misma, sin influencia alguna de su exterior. Y a su vez, esa rendición se vería automáticamente reflejada en su mirada, sin poder ocultar el sentimiento de tristeza y abandono que reflejaría inevitablemente su interior. Porque no olvidemos que las miradas no engañan…o al menos no desde su origen y verdadero ser.
Quiero seguir encontrándome con las miradas de las personas. Encontrarme en ellas, aprender de ellas, vivenciarlas, agradecerles, respetarlas. Por el universo que representan en aquellas minúsculas esferas de colores.
Una vez tuve un sueño muy vívido. Desperté empapada en sudor con el corazón agitado como pocas veces antes. En mi sueño había visto ojos humanos que a medida que los observaba y acercaba a ellos, y cuanto más cerca me encontraba, más iban mutando en ojos de un ser desconocido. Ya no eran ojos humanos, eso seguro. Eran ojos de tamaño mucho mayor a los nuestros con la pupila y el iris de talles enormes, y dentro se podía observar movimiento muy llamativo. Al acercarme más y al agrandarse aún más el ojo, pude distinguir que lo que se movía no era el iris, sino que se abría ante mi un cielo infinito. Y los colores del iris formaban una tormenta enorme, de proporciones nunca antes vistas. Esa tormenta iba acercándose a mi, y me absorbía con una fuerza feroz. La luz de los rayos era tan cegadora y la energía que emitía tan intensa que intentaba quitar mi vista, pero la fuerza de atracción era tan fuerte que no lograba hacerlo. Todo el cuerpo me temblaba de miedo y la sobrecarga energética era más de lo que mi cuerpo lograba aguantar. Sentía que me desgarraba por dentro.
Era un universo reducido en un par de ojos. Unos ojos que representaban el cielo infinito y la fuerza de una tormenta. Hasta el día de hoy recuerdo aquel sueño tan vívido como si lo hubiera experimentado realmente. Tangible como pocos sueños. Inolvidable como muchos.
Este sueño tan solo me ayudó a confirmar lo que ya venia pensando respecto a las miradas. Y ayer viví una situación menos sorprendente pero que también me demostró la fuerza de la expresión de la mirada.
Me encontraba en un apartamento cuyos dueños tienen un perrito divino que como todos, siempre busca cariño. Como tantas veces nos sucede, ciegamente perdida en mis pensamientos, pasé por al lado casi esquivándolo y quise cerrar la puerta del cuarto. Él, esperanzado, estaba en la entrada del mismo cuarto, mirándome. Al darse cuenta que estaba cerrándose la puerta, en tan sólo un instante pude ver una mirada de decepción, tristeza y agonía mientras veía la puerta cerrarse frente a sus ojos. Yo ya estaba casi dándole la espalda, con la puerta a centímetros de cerrarse, pero esa agonía en sus ojos me hizo frenar en seco. Sentí una puntada en el corazón. Sin pensarlo dos veces volví a abrir la puerta, y me agaché para acariciarlo un rato. El cambio en su mirada fue instantáneo. Y para mí, nuevamente un ejemplo claro de la capacidad de expresión de las miradas.
Yendo por las calles se ven muchas miradas. Pero me pregunto cuántos prestan realmente atención a la mirada ajena. Qué es lo que vemos en el otro cuando nuestros ojos se cruzan? Qué expresamos y qué expresión captamos en ese encuentro fugaz de las miradas? Como si en el momento del cruce pasaran cosas que ni siquiera nuestra mente es conciente, pero que nuestro subconsciente tal vez mantiene para siempre en su recuerdo y permanece allí, nutriéndonos o deteriorándonos día a día.Cuánto daría por poder nutrirme de las miradas llenas de cariño y plena atención. Aquellas en las que me puedo perder infinidad de veces, como al perderme en el cielo sin fin de mis sueños.
Y cuántas miradas se han posado en mi ser, enseñanzas que hasta el día de hoy me nutren de conocimiento. Extrañamente, al redactar estas líneas, me doy cuenta que muchos de los momentos que más me transmitieron fueron instantes de pleno silencio. Dos miradas que se cruzaron y entendieron sin palabras. Dos cielos infinitos que se funden en uno solo.
De esta forma cada día me encuentro con maestros, simples seres de este planeta, que con profundas miradas transmiten sus experiencias de vidas. Y lo más maravilloso de este arte de mirar es que no importan las distancias ni el tiempo transcurrido, ni las creencias u opiniones de cada individuo, ya que lo aprendido a través de las miradas supera las fronteras del pensamiento.
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