Un año de
mucho silencio, de mucha soledad, de mucho pensamiento.
Un año de
revelaciones, de cierta claridad, y mucha duda al mismo tiempo.
Tratando de
descubrir verdades internas que aún ni estaba preparada para ver o entender,
que de hecho, ni hoy lo parezco estar. Intentar entenderse ya es difícil, pero
intentar aceptarse tal como uno es a veces puede ser una tarea casi imposible.
Fue un año de mucho viaje, externo e interno. Viajes donde mirar por la
ventanilla me llevaba a darme cuenta del paso del tiempo, de la causalidad del
existir, de la búsqueda incesante de compañía de cada ser humano.
Fue también
un año para recordar. Recordarme mucho a mí misma, corriendo por los bosques,
trepando árboles, tirándome en la tierra, cerrar los ojos y solamente escuchar.
Recordar a aquella niña que fui pero que muy tempranamente dejó de ser. Aquella
niña que en realidad nunca se sintió niña, sino más bien una entidad extraña en
su propio cuerpo y tiempo.
Fue un año
de sorprenderme a mí misma. Sorprenderme por todo lo que hice y que por
momentos me había permitido olvidar, por conveniencia, dolor o arrepentimiento.
Sorprenderme por todo lo que había sido y lo que había dejado de ser. Me
sorprendí atribuyéndome cualidades que no me pertenecían, y me sorprendí
descubriendo todo lo que había dejado atrás.
Fue también
un año de reencuentros. Reencuentros con viejos sentimientos, con viejas historias,
y sobre todo con personas del pasado. Fueron reencuentros fugaces,
instantáneos, o reencuentros internos con uno mismo. Reencuentros con una vida
que ya no es, o una vida que debería haber sido pero nunca fue. Reencuentros
con partes perdidas de mi ser, con deseos que había dejado atrás sin querer.
También fue
un año de afirmaciones. Afirmaciones de lo que no quiero ser, de lo que
quisiera ser, y de lo que soy. Afirmaciones que en otros momentos hubiera
negado por extrañeza, miedo o dolor. Afirmaciones que finalmente me eché en
cara con crudeza y sin perdón. Fue un intento constante de afirmarme, afirmar
mi forma particular de ser, afirmar mis debilidades y deseos más profundos, y
tratar de integrarlos, con toda la dificultad, bronca y frustración que
conlleva cada día.
Sin lugar a
duda fue un año de búsqueda. Búsqueda de mis raíces, de mi historia perdida, y
búsqueda de y choque con mis recuerdos más dolorosos. Fue un pararme a recibir
los golpes uno a uno, los golpes que me había evitado por auto-preservación
pero que en algún momento tenía que recibir. Fue una búsqueda de la cruda
realidad, un intento de auto-exploración diría bastante fallido pero al menos
intentado. Fue un buscar y encontrar y cuanto más descubría, más grande se
hacía el abismo y más pensamientos y
sentimientos aparecían, a tal punto que ya me perdía en mi vasta interioridad.
Fue un año
de aceptación sin escrúpulos. “Sí, hice aquello.”, “Sí, fui esto otro.”, “Sí,
tengo estos pensamientos.”, “Sí, tengo estos sentimientos.”, “Sí, me arrepiento
de esto y no me arrepiento de lo otro.”.
Hubo mucho
resurgimiento de sueños y deseos apagados que por un lado trajeron nuevos
incentivos, por otro generaron dolor y frustración por su incumplimiento. Fue
por momentos como despertar de un largo sueño y darme cuenta que se había
pasado el tiempo sin que me diera cuenta y que en el camino había abandonado
esperanzas que nunca quería perder.
Fueron
también momentos de reflexión sobre mi
vida y mis bloqueos y defensas. Darme cuenta de mis muros enormes fue un golpe duro
a todo lo que creía o esperaba ser. Pero fue también un darme cuenta de si esos
muros están o aparecieron, es porque era lo que necesitaba en esos momentos. Y
sobre todo, darme cuenta que hoy en día tal vez ya no los necesite, pero no sé
cómo quitármelos.
Fue un año
para tomar una dirección más clara sobre lo que quiero y lo que no quiero para
mí y mi vida. Descubrir que había algo que vine a hacer acá, que desde chiquita
siento que es así sin haberlo podido poner en palabras nunca, y poder aunque
sea direccionar el barco en esa dirección, contra viento y marea.
Fue un año
para poder aprender a expresarme y seguir aunque sea mínimamente mis impulsos.
Aún me falta recorrer un camino largo, pero al menos haber podido empezar a
seguir mi intuición de vez en cuando ha resultado más que placentero y
fructífero. Aprender que a veces la cruda realidad es más aceptable que la
falsa amabilidad, que ser frontal ayuda a aclarar cualquier duda, y que nunca
hay que ocultar los sentimientos porque sólo lograrán acumularse y volverse una
bola inmanejable de angustia y frustración.
Un año para
poder tomar distancia de aquellas cuestiones de la vida que no lo valen o que
no me merecen. Aprender lo que realmente significa la falta de interés y la
total indiferencia a veces necesaria.
Un año de
pequeñas decisiones que costaron horrores, se tratara de decisiones que me
llevaban a actuar o no actuar. Cada una de ellas fue un parto y parte de un
gran aprendizaje que aún sigo atravesando. Decisiones que he tomado muchas
veces de forma muy consciente, otras veces de manera menos consciente.
Decisiones que han sido tomadas desde la más pura espontaneidad y que me han
llevado por el mejor de los caminos, y decisiones que fueron tomadas desde la
total inseguridad de la complicada mente, totalmente erróneas para mí y con las
cuales aún hoy tengo que lidiar. También fueron decisiones que me llevaron a
aceptar las decisiones pasadas y aprender a vivir con ellas hasta que el tiempo
y las circunstancias indiquen lo contrario.
Fue un año
para aprender a reconocer algunos (seguramente no todos) de mis fallas,
debilidades, puntos críticos y “sombras” que por momentos guían mi vida sin mi
consentimiento. Aunque reconocer no signifique aceptar o integrar, al menos
haberlos podido ver hasta cierta medida ha sido un cierto avance en el camino.
Fue un año
para mirarme al espejo y no verme a mí, sino ver un ser extraño que aparenta
ser yo y que trata integrarse lo mejor que puede a una vida que siente como
ajena.
Fue también
una fuerte lucha entre mi razón y mi intuición, entre mi congruencia y mi tan
afianzada incongruencia, entre lo que se debe hacer y lo que quiero hacer,
entre lo objetivamente y lo subjetivamente correcto, entre lo que soy y lo que
se espera de mi que sea. Lucha, cabe aclarar, aún no resuelta.
Y por mucho
que me cueste decirlo, fue un año para reconocer que a pesar de todo y debido a
todo, estoy agotada. Llegar a realmente comprender y en cierta forma aceptar
esto ha sido una de las tareas más difíciles que tuve que afrontar. Mi gran
auto-imagen de persona fuerte, inquebrantable, energética, llena de espíritu guerrero
y siempre optimista se quebrantó como el cristal más frágil sobre la faz de la
tierra y quedó a plena vista una persona arrastrándose por el día y la vida,
patética y digna de lástima a mi vista. Y fue un año para afrontar esta imagen
que nunca hubiera deseado ver en mí, darle la mano y decirle “Ok, por el
momento me venciste”.
Nunca ha
habido un año en el que pudiera decir “que año más fácil”. Porque la vida no se
caracteriza justamente por su facilidad o comodidad sino por todo lo contrario.
Es un constante esfuerzo, un constante auto-superarse, un constante buscar más,
indagar más, aprender más. Y esto, por muy natural del hombre que sea, no viene
acompañado siempre de placer o pura felicidad, sino muchas veces de dolor,
sufrimiento y padecimiento, que al fin y al cabo nos permiten reconocer y
apreciar los pequeños momentos de paz y felicidad que logramos encontrar entre
tanto caos.
No puedo
decir tampoco que el año quedó atrás y que comienza uno nuevo y que desde cero
armaremos algo. No nos recreamos de un día para el otro, y menos que menos lo
podemos hacer en un día pautado por gente ya fallecida. No es un nuevo
comienzo, no es un feliz año nuevo, ni un empezar de cero. Es un seguir
pedaleando, seguir escalando, seguir caminando hacia la cima de la montaña,
luego volver a las tinieblas más profundas hasta que nuevamente encontramos una
nueva montaña, aún más alta, que superar.
Y así cada paso que damos es un paso hacia
nuestra auto-superación, que no se basa en un nuevo comienzo sino en un
resignificar todo lo que fuimos, creemos ser y somos. Es un proceso cíclico en
el que todo lo que nos conforma vuelve a procesarse de formas cada vez más
sanas. No es olvidarse todo aquello que fue, sino recordarlo a vivo color y
saber que aquello que fue ya no es lo más indicado para nuestro hoy.
Es un
constante reaprender de lo aprendido, un recordar lo ya conocido, un
reencontrar lo ya encontrado. Es una búsqueda incesante que de vez en cuando
nos permite vislumbrar un pequeño rayo de luz que nos indica que estamos en el
camino correcto.