lunes, 6 de diciembre de 2010

Miradas


A veces una simple mirada profunda alcanza para alegrarle los días venideros a alguien. Nos puede hacer entender que somos apreciados, queridos, pensados, sin importar la distancia que puede haber. Que para alguien somos “algo” y significamos algo, que aún sin siquiera saberlo ocupamos un mínima fracción de segundos de su pensamiento.

Recuerdo aquellas personas que conocí y hoy ya no están al alcance de la mano. Aquellos a los que no se les puede ir a visitar con un colectivo, subte o taxi. Caminando menos que menos se llega, y la cuenta del teléfono aumentaría mucho si se los llamara cada vez que se quiere.

Siempre están los medios como internet para contactarse, pero como toda tecnología, no transmiten lo que uno quiere expresar, ni llenan los vacíos reservados para los sentimientos. Son tan solo un medio alternativo, cuando ya ningún otro medio sirve.

Hay que agradecerle al menos a esos medios tecnológicos por existir. Sin ellos muchos de los contactos que a pesar de todo podemos tener no existirían. Viviríamos pensando cada día “qué habrá sido de aquel, qué será de aquel otro?”. Siempre imaginando, deseando, esperando alguna señal de vida que tal vez nunca llegaría.

Gracias a la tecnología hoy en día podemos vernos a pesar de las distancias. Hablarnos a pesar de los océanos que nos separan. Encontrarnos y acompañarnos en tantos momentos diarios, como si estuviésemos más cerca que nunca.

Pero sigue siendo sólo una ilusión. Porque a través de una computadora no se pueden dar abrazos, ni transmitir sentimientos o sensaciones, ni movernos cuando queremos movernos o estrechar nuestra mano y encontrarnos con la de otro ser. Es mirar una pantalla, imaginando la cercanía del otro…pero tan sólo imaginando algo irreal.

Y es en esos momentos que uno se da cuenta de cuánto vale una mirada. De todo lo que se puede lograr tan sólo con los ojos, aquellos que se hacen llamar los espejos del alma. Bien que lo son cuando sentís que podes ver todo a través de ellos. Que no hacen falta palabras para comunicarte, porque seria una falta de respeto hacia el respeto de las miradas.

Hace rato que siento que por mucho que alguien intente disfrazarse bajo capas y capas de máscaras y personajes, los ojos son los únicos auténticos que no tienen forma de disfrazarse. Porque son sólo ellos los que nos dan una visión de nuestra vida, los que nos hacen ver nuestro mundo. Si los disfrazáramos, sería inimaginable ver el mundo tal cual lo es para nuestra propia concepción. Veríamos un engaño, pero a diferencia de lo habitual, estaríamos al tanto del mismo.

De esta forma empecé a confiar en las miradas, en los ojos de las personas. Y es una sensación fuerte el darse cuenta cuando una mirada no expresa nada, al mejor estilo zombie. Sin sentimientos, sin amor, sin razón de ser… como si estuvieran dormidos, sin ver lo que hay frente a ellos. Pero cuán grande el cambio cuando los ojos están radiantes de vida, llenos de sentimientos, transmitiendo una alegría y energía indescriptible. Algunas miradas más profundas, otras mas tristes, otras llenas de historias y nostalgias, otras soñadoras, misteriosas, atractivas o tan llenas de paz que logran transmitir ese sentimiento a quien los mire y sea receptivo a estos detalles.

Hace mucho que no escribía. Y sin embargo he sentido una fuerte necesidad de plasmar en palabras los sentimientos y situaciones que vengo viviendo u observando. Ha habido muchos cambios, muchas nuevas decisiones que tomar. Uno se da cuenta que va cambiando, que los pasos se hacen mas firmes a medida que transcurre el tiempo, y que levemente las huellas van cambiando de rumbo sutilmente. Buscando, siempre buscando mejoras. Buscando el camino que nos identifique más que el anterior. Buscando aquellos pasos que nos hagan un poco más felices y enteros que el día anterior. Lo importante en esto es no estancarse, ya que el estancamiento significaría pudrirse desde las entrañas, hasta que un día nos damos cuenta que hemos perdido la sonrisa y el brillo de nuestros ojos.

Pero he visto que muchos confunden el estancamiento con la rutina. Sin embargo no creo que la rutina necesariamente conduzca a un estancamiento interior. Para que esto suceda sí o sí tiene que haber una rendición proveniente de la persona misma, sin influencia alguna de su exterior. Y a su vez, esa rendición se vería automáticamente reflejada en su mirada, sin poder ocultar el sentimiento de tristeza y abandono que reflejaría inevitablemente su interior. Porque no olvidemos que las miradas no engañan…o al menos no desde su origen y verdadero ser.

Quiero seguir encontrándome con las miradas de las personas. Encontrarme en ellas, aprender de ellas, vivenciarlas, agradecerles, respetarlas. Por el universo que representan en aquellas minúsculas esferas de colores.

Una vez tuve un sueño muy vívido. Desperté empapada en sudor con el corazón agitado como pocas veces antes. En mi sueño había visto ojos humanos que a medida que los observaba y acercaba a ellos, y cuanto más cerca me encontraba, más iban mutando en ojos de un ser desconocido. Ya no eran ojos humanos, eso seguro. Eran ojos de tamaño mucho mayor a los nuestros con la pupila y el iris de talles enormes, y dentro se podía observar movimiento muy llamativo. Al acercarme más y al agrandarse aún más el ojo, pude distinguir que lo que se movía no era el iris, sino que se abría ante mi un cielo infinito. Y los colores del iris formaban una tormenta enorme, de proporciones nunca antes vistas. Esa tormenta iba acercándose a mi, y me absorbía con una fuerza feroz. La luz de los rayos era tan cegadora y la energía que emitía tan intensa que intentaba quitar mi vista, pero la fuerza de atracción era tan fuerte que no lograba hacerlo. Todo el cuerpo me temblaba de miedo y la sobrecarga energética era más de lo que mi cuerpo lograba aguantar. Sentía que me desgarraba por dentro.

Era un universo reducido en un par de ojos. Unos ojos que representaban el cielo infinito y la fuerza de una tormenta. Hasta el día de hoy recuerdo aquel sueño tan vívido como si lo hubiera experimentado realmente. Tangible como pocos sueños. Inolvidable como muchos.

Este sueño tan solo me ayudó a confirmar lo que ya venia pensando respecto a las miradas. Y ayer viví una situación menos sorprendente pero que también me demostró la fuerza de la expresión de la mirada.

Me encontraba en un apartamento cuyos dueños tienen un perrito divino que como todos, siempre busca cariño. Como tantas veces nos sucede, ciegamente perdida en mis pensamientos, pasé por al lado casi esquivándolo y quise cerrar la puerta del cuarto. Él, esperanzado, estaba en la entrada del mismo cuarto, mirándome. Al darse cuenta que estaba cerrándose la puerta, en tan sólo un instante pude ver una mirada de decepción, tristeza y agonía mientras veía la puerta cerrarse frente a sus ojos. Yo ya estaba casi dándole la espalda, con la puerta a centímetros de cerrarse, pero esa agonía en sus ojos me hizo frenar en seco. Sentí una puntada en el corazón. Sin pensarlo dos veces volví a abrir la puerta, y me agaché para acariciarlo un rato. El cambio en su mirada fue instantáneo. Y para mí, nuevamente un ejemplo claro de la capacidad de expresión de las miradas.

Yendo por las calles se ven muchas miradas. Pero me pregunto cuántos prestan realmente atención a la mirada ajena. Qué es lo que vemos en el otro cuando nuestros ojos se cruzan? Qué expresamos y qué expresión captamos en ese encuentro fugaz de las miradas? Como si en el momento del cruce pasaran cosas que ni siquiera nuestra mente es conciente, pero que nuestro subconsciente tal vez mantiene para siempre en su recuerdo y permanece allí, nutriéndonos o deteriorándonos día a día.Cuánto daría por poder nutrirme de las miradas llenas de cariño y plena atención. Aquellas en las que me puedo perder infinidad de veces, como al perderme en el cielo sin fin de mis sueños.

Y cuántas miradas se han posado en mi ser, enseñanzas que hasta el día de hoy me nutren de conocimiento. Extrañamente, al redactar estas líneas, me doy cuenta que muchos de los momentos que más me transmitieron fueron instantes de pleno silencio. Dos miradas que se cruzaron y entendieron sin palabras. Dos cielos infinitos que se funden en uno solo.

De esta forma cada día me encuentro con maestros, simples seres de este planeta, que con profundas miradas transmiten sus experiencias de vidas. Y lo más maravilloso de este arte de mirar es que no importan las distancias ni el tiempo transcurrido, ni las creencias u opiniones de cada individuo, ya que lo aprendido a través de las miradas supera las fronteras del pensamiento.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Tirar la mochila


La vida es tan impredecible. Cuando más uno piensa manejarla y conocerla, más te das cuenta que en realidad no manejás absolutamente nada más que tu propia sonrisa. Es como vivir todos los días yendo por el mismo camino hasta que de repente, el día menos esperado, te das cuenta que cambiaste de rumbo y no te enteraste hasta que no llegás a un lugar totalmente desconocido y te detenés a observar a dónde has llegado.

Cada día me levantaba con una idea. Una idea de quién era, de dónde venía, de cómo debía comportarme, de quiénes eran mis amigos, hacia dónde iba a ir ese día. Todos los días armaba un plan, eligiendo qué vestir, qué decir, cómo ser. Sabía que así llegaría a ser alguien. Hacer lo que todos hacen. Estudiar, ir a la facultad, tener muchos amigos, vestirme y lucirme bien, hacer algún tipo de deporte, recibirme, trabajar. Y sobre todas las cosas, ser la mejor en todo lo que hacía. O si eso no era posible, al menos ser lo mejor que puedo ser y demostrarme a mí misma que soy capaz.

Generalmente siempre pude. Más allá de los miedos y las inseguridades, cuando empezaba algo lo terminaba, o si no lo terminaba al menos tenía una razón lo suficientemente válida para no sentir que fallé. Y tal vez nunca haya fallado en las cosas que me propuse. O tal vez sí, pero no lo haya querido reconocer.

Sólo sabía que estaba encaminada, que tendría una vida digna, con un título y un laburo digno de admirar.

Pero como sabemos, la vida no siempre resulta como uno quisiera o imagina. Los accidentes pasan, y de repente te encontrás en una isla desconocida y te das cuenta que todo lo que pensabas tener en realidad fue sólo un sueño que algún día se terminaría. O tal vez ese accidente nunca pasó sino que uno mismo giró el volante para tomar la ruta hacia lo desconocido y recién después de muchos kilómetros te detuviste al darte cuenta que ya no tenés todo aquello que siempre tuviste.

Todos los días caminamos con una mochila colgada de nuestra espalda que lleva todos nuestros recuerdos, deseos, sueños, enojos, aprendizajes, y aspiraciones. Esa mochila puede modificarse y aumentarse, pero pocas veces disminuye si no hay un cambio significativo que provoque esa disminución.

Sin embargo existen esos momentos decisivos en los que uno se vuelve “loco” y tira toda esa mochila a la basura y sale corriendo riéndose de la travesura. Y empieza a caminar en dirección opuesta, chocando con todas las personas que siguen el flujo normal de la vida y te critican por impedirles la trayectoria recta que tienen trazada en la mente. Y al darte cuenta que ya no tenés destino ni rumbo y que todos, incluso las personas que te conocen, te empujan hacia atrás, el primer impulso te hace retroceder y te dejás llevar un poco por la corriente arrepintiéndote de haberte despojado de todo aquello que te representaba y definía.

Y en algún momento el flujo de gente te empuja hacia un costado y quedás fuera del tránsito de la vida, y así como te empujaron y te caíste al piso, ahí te quedas, viendo cómo la vida sigue delante tuyo sin detenerse. Ya no te reconocen, y los pocos que te miran lo hacen con lástima o incluso disgusto porque te ven como un fracasado de la vida al no haber podido mantener el ritmo esperado. Y tirado allí te ponés a pensar en la mochila que tiraste, en todas tus pertenencias, tus recuerdos, tus deseos, tus sueños, y lo ilusorio que fue el futuro que te imaginaste. Y la ironía de la vida te causa gracia, y tu propio patetismo te hace reír.

Pero de repente te agarra nostalgia por todo aquello que perdiste, sobre todo al darte cuenta que cae la noche y ya no tenés hogar al que regresar, ni brazos que te sostengan, ya que vos mismo decidiste tirar todo. Cae la noche y terminás llorando a mares, ese llanto vergonzoso que nadie quiere escuchar. Y te vienen a callar diciendo que total fuiste vos solito el que tomó la decisión de tirar todo lo que habías logrado, y vos encima le das la razón y sólo le confirmás que sos un desastre.

Y en esa noche que para vos dura una eternidad recordás todo lo que fuiste y creías ser, y entre suspiros y lamentaciones empezás a ver que de todo aquello no quedó nada. Y en un charco que se formó delante tuyo (ya que encima hace rato se largó a llover y recién te das cuenta) ves el reflejo de alguien sin destino cuya mirada tan sólo expresa desesperación y miedo. Al darte cuenta que sos vos, vuelve el ataque de llanto sumado a un estado peligroso de desesperación en el que sos capaz de regresar a buscar tu mochila y volver a colocártela como si nada hubiese pasado.

Pero en el mismo momento que se te ocurre esa loca idea, ves un pequeño destello en ese mismo charco que venías observando y al mirar al cielo ves que ese destello proviene del reflejo generado por una estrella que a pesar de la lluvia logró encontrar su camino a través de las nubes, para reflejarse en el charquito y luego ser descubierto por vos y nadie más que vos.

Es en ese momento que te olvidás de la mochila y todo lo que representaba, te olvidás de la vida que tuviste y la que pudiste haber tenido, y te levantás de entre toda la mugre que se fue acumulando y empezás a caminar, obviamente sin rumbo, hacia lo desconocido. Tenés frío, estás sólo, sucio y sin fuerzas. Tampoco sabés a dónde ir, pero al menos decidiste caminar.

Por primera vez sos capaz de caminar sin ser llevado por las masas. Caminar en círculos, en zig-zag, hacia atrás, dando saltitos, rápido, despacio, corriendo y después de un rato reconocés que te sentís mucho más liviano sin la mochila. El peso que llevabas desapareció, y aunque dentro tuyo sigue habiendo un vacío amenazador que parece comerte por dentro, decidís volver a emprender algún camino, con la diferencia que esta vez irás a donde vos quieras, y no a donde el resto te obliga a ir.

¿Cuántas veces morimos en una vida? ¿Acaso realmente después de cada muerte se puede hablar de un renacimiento? ¿Volvemos a renacer luego de cada fracaso o cambio de vida que sufrimos? ¿O será que aquello que murió permanece muerto, y tan sólo seguimos caminando porque no nos queda otra? Tuve un par de muertes en mi vida, pero si hoy me veo reflejada en un espejo me veo más viva que nunca. Tal vez con la mirada un poco más cansada, pero a su vez se ha vuelto más transparente, más receptiva, más sensible.

Dentro de no mucho tiempo habrá pasado un año desde que tiré mi última gran mochila. Aquella que venía planeando y armando perfectamente toda mi vida. Aquella que se suponía me acompañaría toda la vida. Una mochila llena de responsabilidades, éxitos y grandes sueños y promesas. Y después de muchas noches de pensar y repensarla, un día decidí deshacerme de ella porque ya simplemente no me representaba.

Para muchos, o mejor dicho para todos, fue un shock. Incluso aquellos pocos que pensé que me comprenderían fueron sorprendidos por mi repentina (o no tan repentina) decisión de salirme del sistema (o de uno de muchos sistemas). Muchas lágrimas cayeron, un gran vacío fue formándose en mí, una voz que me repetía una y otra vez que había fracasado, pero en el momento que me di cuenta de la decisión que había tomado me sentí libre. Libre de ser quien quiero ser, de hacer lo que quiero hacer, y encontrar aquello que aún no pude encontrar en mí. Por primera vez en mucho tiempo volví a respirar sin dificultad, a sentir los latidos de mi corazón. Por primera vez en mucho tiempo me detuve y pude disfrutar de lo que es ver el sol todos los días, respirar el aire, sentir el viento y pude ver cuán muerta había estado durante tanto tiempo.

No es que asocio la responsabilidad con el encierro, ni la libertad con la vagancia. Para mí, el encierro es simplemente todo aquello que uno hace por obligación o presión o miedo, mientras que la libertad representa aquello que somos, la esencia que nos va guiando por lo correcto y nos aleja de lo incorrecto.

En mi caso el encierro significó seguir un camino únicamente para ser “alguien”, o mejor dicho, representar el papel de un “alguien”. Vivía día y noche fingiendo ser alguien que no era, viviendo una vida de un desconocido, haciendo y armando cosas que no me representaban. Y mientras mi imagen externa iba cumpliendo los deseos de aquellos que me rodeaban, dentro mío me iba perdiendo cada vez más tras consejos sin sentido. Cada día era una cadena más que me aferraba al piso, anclándome a una vida que no quería para mí.

El día que decidí hacer un alto fue el día que le abrí las puertas a la libertad para enseñarme a vivir de otra forma. Fue el día que me despedí de todas las viejas estructuras que me mantenían corriendo ciega hacia el abismo. Fue también el día de mi muerte, o de mi renacimiento. Junto con el abandono de la mochila vino la libertad, aquella que hasta el día de hoy me esta enseñando lo que realmente necesito para mi crecimiento. Que diste mucho de lo que otros creen necesario para el aprendizaje no me impide seguir buscando mi propio camino.

Creo que lo primero que aprendí fue escuchar a mi corazón antes que a los razonamientos mentales de terceros. Me habré peleado, habré llorado, me habré criticado demasiadas horas para aprender que mi corazón es el mejor maestro y que no importa cuánto intentemos luchar contra él, al final es el único que nuevamente nos muestra el camino después de habernos perdido.

El hecho concreto es que dejé esa mochila hace ya un tiempito. Cada tanto vuelvo la mirada atrás para asegurarme que realmente ya no está, ya que el cuerpo parece haberse acostumbrado un poco al peso de aquella responsabilidad, y se siente extraño poder andar por la vida sin el ceño fruncido. Pero aún cuando miro hacia atrás solamente puedo ver el sol sonriéndome o el viento empujándome hacia delante.

El plan de vida que me había armado se perdió junto con esa vieja mochila. Todo aquello que pude haber sido quedo atrás, dando lugar a lo que realmente soy. No en el futuro, sino en el presente. A veces me pongo a pensar que si hubiese seguido cargando aquel peso, habría vivido únicamente para mi yo del futuro, perdiéndome completamente de mi yo presente. Y vivir una vida armando una vida futura nunca fue mi idea, y tuve que golpearme fuerte la cabeza contra la pared para darme cuenta que así no iba a ningún lado. Hoy en día creo haber alcanzado el punto en el que logro disfrutar de cada día presente. Por eso los días se me hacen largos a pesar de que en realidad sea todo lo contrario. Hace un año ya que no hay un tiempo marcado para mí, sino que mi tiempo es dado por los latidos de mi corazón que a su vez armonizan con el tiempo de la naturaleza.

Hoy miro al espejo y veo una persona perdida, sin rumbo, fuera de cualquier estructura o sistema, pero por primera vez en mucho tiempo puedo reconocerme a mí misma en esa mirada. Sé que cuando sonrío, sonrío porque lo siento y que cuando miro algo, realmente veo.

Seguramente tendré que chocarme aún contra muchas rocas, ramas, y muros en mi camino que me harán detenerme o retroceder. Pero confío en que mi corazón sabrá marcar el camino hacia la libertad así como hasta el día de hoy siempre supo lo que era lo mejor para mí.

Hoy ya no tengo una idea de quién soy, a dónde voy, qué me define. Pero sé que estoy bien, sé que soy yo (sin importar quién es ese yo) y que no importa cuántas lágrimas tengan que correr, ni cuántas peleas tenga que enfrentar, habré elegido mi propio camino.

Miro a la gente con otros ojos, como si viera todo desde otra perspectiva. Y canto cuando tengo ganas de cantar, y sonrío cuando estoy feliz. Y cada vez que tengo que decir “gracias”, es porque realmente lo siento y vivo esa palabra en el fondo del alma. Saber que puedo amar y dar todo de mí sin importar el qué ni el cómo se siente a libertad, a estabilidad, a sana locura. Caminar sin rumbo sabiendo que estoy en el mejor camino me permite seguir intentándolo cada día con mi mejor esfuerzo. Puedo disfrutar de cada instante ya que solamente vivo en este mismo instante.

Y así algún dia retomaré mi rumbo, y sabré exactamente lo que tengo que hacer, cuándo y cómo. Lo sabré porque habré aprendido a confiar plenamente en mi corazón, y no en la ilusión de la mente y la vida.