miércoles, 10 de septiembre de 2014

Sincerándome


Hoy tengo bronca, enojo, frustración. Considero, o creo estar en la segunda fase de cualquier duelo. Uno cree a veces que no caerá en los estereotipos, y de repente te ves aplicando exactamente lo mismo que el resto. 
Estoy frustrada sobre todo porque la vorágine del día a día no me permite detenerme a vivir mis sentimientos. Estoy obligada todos los días a ponerme una máscara y actuar que todo está bien para poder cumplir con las obligaciones que tengo. Pero lo que realmente quiero hacer es poder vivir este momento a pleno, poder sacármelo de encima ahora, y no andar arrastrándolo por meses por no poder elaborarlo correctamente. Quiero detenerme, buscar en mis sentimientos y sensaciones, y permitirme vivenciar todo lo que me pasa, sin el estrés de tener que estar bien poco tiempo después.
La gente te dice "tenés que salir", "tenés que hacer cosas", "hacé esto o aquello". En situaciones así todos se vuelven maestros en lo que es lo mejor para uno. Yo misma he estado en esa situación, haciendo y recomendando lo mismo, sabiendo que lo que hacía no sirve de nada. La necesidad de dar consejos es imperiosamente fuerte en el ser humano. Incluso siendo consciente de lo que se hace y de la inefectividad de los consejos, uno igual se lanza a darlos. Y acá me encuentro ahora, queriendo contar lo que me pasa, cómo me siento, pero al mismo tiempo con miedo de hacerlo para no encontrarme con los consejos de lo que debo hacer, cuándo y en cuánto tiempo. 
No quiero definir un tiempo de "permiso de malestar". Tener que estipular que estaré mal un mes y que después ya no tengo derecho a sentirme mal. La pregunta de "estás mejor?" de alguna forma genera una presión de tener que contestar que sí, que estás mejor, porque si decís que no, desconcertás al otro y vuelve con los consejos. Entonces conviene decir que sí, que estás mejor, y ponerte la máscara de superada y seguir andando como robot por la vida.

Tiene un aire de gracioso cuando podés darte cuenta de lo que te pasa. Poder sentir cuando estás negando algo, cuando lo estás proyectando, reprimiendo o racionalizando. Y aún viéndolo a veces no podés evitarlo. Me digo que quiero vivirlo y experimentarlo y pasar por el sufrimiento, pero al mismo tiempo bloqueo el sentimiento, por miedo a tener que estar bien de pie 2 minutos más tarde. 


Pasé por el proceso de dolor y lamentación. La clásica "me quedé todo el día en la cama llorando". Nunca pensé que sería ese tipo de persona, no me veía haciendo algo así, y de repente me encontraba así, un día entero, autolamentándome. Y otro clásico que me había jurado que nunca haría: hacer compras para llenar el vacío. Me sorprendí siendo experta en el arte de llenar los vacíos con cosas inútiles, y qué bien se sintió!


Ahora como dije al principio, me encuentro en la etapa de ira, bronca, enojo y frustración. Me doy cuenta que culpo a todo y todos. Culpo a este por haberse metido, a este otro por hacer lo que hizo, a este por mirarme raro, a tal otro por no escucharme, a este por no estar, y a mi misma por ser como soy (obviamente). Y culpo a mi vida por encontrarme en este particular momento de mi vida en esta particular situación que no me permite sufrir y lamentarme libremente como quisiera poder darme el derecho de hacer aunque sea una vez en la vida. 

Y lo mejor es que mi propio enojo me causa gracia. Me enojo, puteo, me doy cuenta, me empiezo a reír de mí misma, y vuelvo a llorar por lo patético de la situación, y vuelvo a putear por llorar...y así un círculo vicioso que nunca acaba. 

Uno, en situacion así, se vuelve más analítico y reflexivo de lo que se creía capaz. De repente te encontrás filosofando en el colectivo, pero extrañamente, sin pensamientos. Flotás por el espacio, sin pensar, sin sentir, o mejor dicho, sintiéndose muerto por dentro. Y ahí veo y noto que estoy reprimiendo todo. El famoso tapón que aparece cuando el todo se convierte en demasiado. Y por fuerte que tire del tapón, no se mueve. Por momentos se destapa un poco, y viene una marea de dolor, pero rápidamente y antes que pueda darme cuenta, volvió a estar el tapón. 

Y sinceramente, es agotador pelearse con uno mismo. Y como no hay fuerza suficiente para discutirme a mí misma, dejo al tapón ser. Cada tanto me doy un instante y me pregunto "qué sentis? querés expresarte?" y cuando no hay nada más que un vacío extremadamente silencioso...y bueno, a seguir intentando. 

Por ahí también lo encaro mal. Por ahí no sé comunicarme con el tapón, léase, mi interior. Tal vez lo presiono a tal punto que no quiere ni asomarse. Por ahí no conozco mi propia fortaleza y creo poder aguantar más de lo que mi cuerpo sabe que aguantaría. 

Por ahí, llevada por lo que la gente dice, me doy menos tiempo del que me quisiera dar. 

A qué lleva todo esto?

A tener que encontrarse consigo mismo en la soledad máxima. Tener que enfrentarse al propio fantasma de la soledad, y frente a él encontrarse con el famoso "y ahora qué?".
Y me viene la imagen de mi padre, sólo, absolutamente sólo, y enfermo. Y me veo a mi misma en su lugar, vieja, enferma, sola. Y aparece el crítico a decirme toda clase de amenazas y profesías catastróficas, y yo escucho y le creo, y se encoje el alma. 

Y me encuentro buscando todo tipo de salidas a esta soledad. Léase, intentos patéticos de no enfrentarme a mis miedos. Y busco desesperadamente la compañía de quien sea, cuando sea. Y me encuentro con brazos cálidos y corazones abiertos de amigos presentes y ausentes, esos héroes que aparecen cuando uno más los necesita. 

Y a pesar de mi orgullo y mi "yo puedo sola", me obligo y permito dejarme acompañar un poquito, y poder escapar así de las frías garras de la soledad que me esperan. 

Sé que la tarea en los meses siguientes será amigarme con mi soledad, y volver a hacerme fuerte. Uno no se da cuenta pero cuando se está con un otro, uno de repente se vuelve inválido, y todo lo que antes mágicamente podías hacer sola, de repente te encontrás con que te olvidaste de cómo hacerlo. Y gracias a dios que estudié una carrera que supuestamente me permite desarrollarme y conocerme. Sino podrían haberme sentado directamente en una silla de ruedas con respirador artificial por haberme olvidado de caminar y respirar. 


Cuándo me hice tan débil? Cuándo empecé a tenerme tanto miedo? Cuándo comencé a sentir que era tan patéticamente rara y distinta que no podía encajar con ningún ser de este mundo? Cuándo comencé a desvalorarme tanto de pensar que ya nadie más me amará jamás? Pensamientos fatalistas que son como el loro que repite y repite y repite sin parar las mismas ideas enfermizas. No vales. Sos rara. Nadie te puede querer. Perdiste para siempre. Qué tonta que sos por no haberte jugado por esta persona. Se te cerró la puerta para siempre. Etc, etc etc...


Pensamientos que si los leés como viniendo de otro, los mirás con ojos superadores a la gran "pf, a mí eso no me pasa." pero cuando te encontrás ahí con el loro incansable, agarrate Catalina que se te viene la noche. 


Nuevamente, estoy cansada de luchar contra mi misma. 

Los días pasan y yo soy un ente que trata de mantener la cabeza fuera del agua para no ahogarse. Y al mismo tiempo se da cuenta que en algún momento durante la tormenta se perdió el salvavidas, y que dependió tanto tiempo del salvavidas que se olvidó de nadar. 
Y flaca, si querés sobrevivir, hacele acordar a los músculos de tu cuerpo cómo nadar, porque sino inevitablemente te ahogarás. 

Los duelos no son fáciles. Es dejar ir algo que creíste que te pertenecía, o mejor dicho, darte cuenta de que lo que creíste que te pertenecía, en realidad nunca fue tuyo. 

Es aceptar que nada es constante y nada es para siempre y que basta una palabra para romper lo que se construyó en años. Es quitarle la piedra a la base del templo y que se derrumbe todo, sólo para darte cuenta que la base no era tan sólida como creías.

Me duele. Mucho. El edificio que se derrumbó se me cayó encima y quedé bajo los escombros. Lastimadísima, busco la salida y la luz del sol. Pero la salida está lejos, y el dolor es grande. 


Antes no hubiese escrito todo esto. Hubiese dicho "yo puedo sola", "yo puedo". Hoy en día soy más humilde y me permito no poder de vez en cuando. Me permito mostrarme débil y aceptar que estoy dolida y que deambulo buscando una mano que me quiera acompañar un ratito. Sólo para ayudarme a encarar mi propia soledad. Sólo hasta que pueda volver a incorporar esa parte mía que se me fue a la sombra por no querer trabajarla. La maldita soledad que tanto odio y amo. Que tanto conozco y fui desconociendo este último tiempo. 


Me olvidé de mí, de mi identidad, de lo que soy. Qué soy si no soy con el otro? Qué soy si ya no hay nadie que es conmigo? Quién soy si al lado mío ya no hay nadie? 

Esto tendré que volver a descubrirlo, lentamente, a tropezones, a lágrimas, a regañadientes. 

Este momento, el hoy...es insoportable. Esta semana ha sido insoportable y más de una vez quise que todo esto no hubiese sucedido. Más intentos de escapar de lo inevitable, de escapar de mi misma. 


"Para poder estar bien con un otro, primero se debe estar bien con uno mismo." Tendría que haber escuchado mi propio consejo. Nuevamente, es más fácil darle consejos a otros que aplicarlos primero. 


Gracias por haberme enseñado tanto. Gracias por haberme amado tanto. Gracias por haberme dado tanto. Gracias por haberme acompañado tanto. Gracias por ser tanto. 


Y nuevamente el tapón salto sólo, y se vino el dolor junto a las lágrimas.