A veces siente nostalgia cuando piensa en su adolescencia,
pero también le trae una cálida sensación de alegría. Se sentía tan grande, y a
su vez era tan chiquita. Y lo mejor de todo era que sabía que era chica, pero se
sentía muy adulta a pesar de ser chica. Ella supone que es una cualidad que
guarda hasta el día de hoy.
Vivía cada día a pleno, disfrutaba de sus actividades, y
sobre todo, tenía un futuro armado en su cabeza, mientras que a su vez
fantaseaba con todas las posibilidades que se le presentaban.
Cada día cuando iba al colegio, podía sentirse dichosa con
el único fin de verlo. Sabía que no le quedaba mucho tiempo, pero quería
disfrutar el poco que le quedaba. Lo había conocido cuando él estaba a mitad de
su anteúltimo año, y cuando uno no quiere que pase, el tiempo vuela como nunca.
Lo extraño es que hoy en día no recuerda cómo empezó a
hablar con él. Sólo tiene la imagen de él sentado en el jardín del colegio, apoyado
contra un árbol, leyendo. Siempre leyendo. Era alto y flaco, pero con una
espalda ancha. Su cabello castaño oscuro solía estar un poco desordenado, y
como se lo dejaba un poco más largo, quedaba aún más despeinado. Pero ese
aspecto era el que le gustaba a ella. Lo veía distinto a los demás. Siempre tan
calmado leyendo, apoyado en el mismo árbol. Era alto para su edad, y su
carácter tranquilo y serio lo hacía parecer más grande de lo que en realidad
era.
Todos los días lo buscaba en los recreos, y si podía
escaparse en medio de una clase, también aprovechaba para ver si él estaría ahí
contra ese árbol. Ella generalmente era una chica tímida que no se animaba a
hablarle a los chicos así porque sí, y menos demostrarle a alguno que estaba
interesada en él. Pero con este chico era distinto. No le importaba qué podría
llegar a pensar él de ella ni de sus sentimientos hacia él. Tampoco le
importaba ser rechazada. De hecho no tenía mucha esperanza debido a la
diferencia de edad que a esa altura era bastante, pero aún así una pequeña
llama de esperanza flameaba en su interior, por lo que nunca se rendía ante su
frialdad.
No era que ella lo persiguiera o acosara. O tal vez él lo veía
así, pero tampoco hacía mucho para evitarla. Ella siempre pensaba que si tanto
le molestaba, podría no aparecer en el mismo árbol, podría esconderse de ella,
buscarse otro lugar ya que el colegio era lo suficientemente grande como para
no ser encontrado si no quisiera. Pero sin embargo él no se alejaba, ni se
escapaba de ella, por mucha cara de molestia que pusiera. Entonces ella lo
seguía buscando, y se sentaba a su lado a acompañarlo, y él la dejaba.
No sabía de qué hablarle, y sin embargo siempre encontraba
algún tema, y de alguna forma que ni siquiera ella entendía, terminaban
hablando y riéndose. Ella era bastante más chica que él, y sabía que los
compañeros de él seguramente se reían de ella, y no creía que él la defendería
tampoco. Ella conocía su vergonzoso lugar de chiquilla enamorada, y sin embargo
no le importaba cómo quedaba ante sus propias compañeras ni ante los compañeros
de él. Él la trataba bien, por mucho que a veces la cargara y le demostrara su
molestia, la trataba bien y era extremadamente amable con ella y eso era lo
único que le importaba.
Día tras día lo buscaba, y lo encontraba sentado bajo el
mismo árbol, con la misma calma. Su corazón se alegraba cada vez que lo veía.
Todos los demás desaparecían para ella, y sólo lo veía a él. Se despedía de sus
amigas, y corría hacia él para sentarse a su lado. Y así pasaba el tiempo sin
que se diera cuenta. Cuando estaba con él, el tiempo dejaba de existir.
Simplemente no le importaba más nada, sólo su presencia. Por muy vergonzosa que
fuera en otros casos, frente a él actuaba libremente, lo hacía reír, le
agarraba las manos, le hacía dibujos. Por muy tonta que se sentía, incluso le
regalaba dibujos que había hecho para él. Cuando aún no sabía cómo se llamaba,
le había puesto un sobrenombre que siguió usando aún una vez averiguado el
nombre. Ella sabía en el fondo de su corazón cuán lejos se encontraba él de
ella, y sin embargo disfrutaba esos momentos tan especiales con él. Sabía que
serían momentos que nunca olvidaría.
Y así pasaron los meses. Con el tiempo descubrió que
compartían un amigo de la misma edad de él, un compañero de clases. A su amigo
lo había conocido ella en un curso de astronomía y se habían llevado bien desde
el primer momento debido a compartir varios gustos y formas de ser. Resultó que
él estaba bastante amigado con el chico misterioso del árbol, y varias veces
acompañó a su amigo al curso de astronomía, por lo que los tres se pasaban
horas hablando de la vida bajo el cielo estrellado. Ella era feliz así, en esos
momentos a solas con él, o incluso cuando se encontraban los tres. Sabía que
era una situación milagrosa que se diera todo tal cual se estaba dando. Sabía
cuán afortunada era.
Él le daba mucho, a pesar de la distancia que mantenía. Por
muy frío y distante que actuara a veces, accedía a los encuentros, a las
charlas, al contacto. Participaba de los silencios, de las risas, de los
chistes. Participaba del juego que se había generado entre los dos. Ella,
conociendo los límites pero aún así siendo feliz con lo que recibía. Él,
sabiendo lo que le pasaba y aceptando el cariño que venía de su parte. Era un
juego entre los dos que sólo ellos conocían y entendían. Nunca tuvieron que
mencionarlo ni darse explicaciones. Él sabía lo que a ella le pasaba, y ella
sabía que él sabía y que ahí estaba el límite que no podría cruzar jamás. Muchas
veces se miraron sin palabras, y ambos sabían, y ambos se aceptaban. Hoy en día
ella cree que había cariño de ambas partes. Ella cree (o decide creer) que él a
su manera la quería y que en el fondo agradecía el cariño que ella le daba sin
esperar nada a cambio. Y ella también sentía que a él le hacía bien ese cariño,
por lo que nunca dudó en dárselo.
Y así pasaron 6 meses, y luego otro año. Él se graduó, ella
siguió en el colegio. El contacto se perdió ahí, pero de alguna forma ambos se
habían acompañado durante esa etapa. Habían sido encuentros fugaces, momentos
que habían pasado demasiado rápidos como para darse cuenta que el tiempo
pasaba.
Hoy en día ella recuerda esos momentos. Sabe que él
seguramente ya se habrá olvidado hace mucho de toda esta historia. Pero ella no
lo olvida, ni olvidará jamás cómo la hacía sentir. Y así ella se despide de las
estrellas y de los recuerdos que estas suscitan en ella, y su corazón
nuevamente se cierra a esa parte de su pasado.
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