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martes, 4 de septiembre de 2012

La prisión del silencio




Uno a veces no se da cuenta cuánta importancia pueden tener las palabras…muchas veces se dice, y me incluyo, que el silencio expresa tanto más que las palabras, que el silencio expresa todo lo que queremos decir, que el silencio es la mejor expresión. No sé cuánto realmente pensamos en esta idea, o cuántas vueltas le hemos dado a la misma, o cuántos posibles escenarios nos hemos podido imaginar antes de llegar a esa conclusión…o si acaso no hacemos más que repetir lo que otros han dicho.

El silencio no puede expresarlo todo, no puede decirlo todo…de la forma más cruda me enteré de esta misma (mi propia) realidad. Evidentemente hay momentos donde las palabras hacen falta, y no sólo cualquier tipo de palabras, sino las palabras correctas. Y cuando faltan, cuando no hay manera de expresarlas por mucho que uno quiera e intente, la frustración es insoportable.

Decir que el silencio dice más que mil palabras pueden decirlo aquellos que han tenido la posibilidad de decir mil y más palabras. Han podido expresarse toda su vida, siempre han sido comprendidos en menor o mayor medida. Por eso, cuando se tiene algo en exceso, evidentemente es fácil imaginarse que la ausencia del exceso debe ser muchísimo más valioso que lo que se tiene…así como el hombre tantas veces va en búsqueda de aquello que no tiene, y cuando lo tiene (y por lo tanto ha dejado lo anterior), extraña lo anterior.

Estar encerrado en un cuerpo que no puede expresarse… ¿cómo se sentirá? Creo que ninguno de nosotros, personas sanas, podemos imaginárnoslo. No hay forma de que podamos comprender lo que puede significar no poder hablar, ni escribir, ni leer…tan sólo entender todo lo que te dicen, pero no poder dar ninguna devolución, porque incluso tu cuerpo está tan paralizado que no puede responder como quisieras. Dolor, angustia, muchísima frustración…palabras tan débiles para describir esa sensación horrible de estar encerrado en un cuerpo que ya no hace lo que uno le indica. Cuando la propia limitación de la piel puede ser más asfixiante que una prisión…Ver el mundo que pasa por fuera tuyo, y no poder ser parte de ese mundo. Es ahí donde te das cuenta que la comunicación hace a la relación, y que sólo mediante un armonioso interjuego entre palabras y silencio puede haber una verdadera interacción entre seres humanos.

Y evidentemente la frustración e impotencia al enfrentarte a una persona así…sentir que nada de lo que puedes hacer va a ayudarle a expresarse mejor. Y que por mucho que el otro lo intente, no lográs comprenderlo. Estudiás una carrera que trata de empatizar con el otro, lograr comprenderlo, ponerte en sus zapatos, y de un minuto al otro te das cuenta que frente a esta situación podés tirar todo ese conocimiento, toda esa teoría, al tacho. Porque no aplica. No aplica cuando no conocés a la persona lo suficiente como para poder interpretar los pocos gestos que logra hacer. No puedes saber lo que quiere, lo que piensa, lo que siente. Tan sólo puedes verle la mirada de sufrimiento luego de inútiles esfuerzos de transmitir aunque sea una palabra…y ese momento crucial donde se da cuenta que no puede, y que nunca podrá. El silencio que se produce después de un momento así es el peor silencio que llegué a experimentar hasta ahora. Es un silencio denso y doloroso, que llega hasta lo más profundo del alma. Es un silencio que milagrosamente sí puede interpretarse y te dice de la manera más cruel que no hay comunicación, a pesar de un desesperado intento de ambos.

Pocas veces llegué a sentir tanta impotencia en mi vida. Pocas veces me sentí tan inútil y tan torpe con mis intentos de comunicación como frente a una persona incapaz de comunicarse. Pocas veces me sentí tan pequeña, y tan frustrada en ese cuarto lleno de silencio. Pero sobre todo, pocas veces mis palabras han sido tan superficiales e inexpresivas, incomunicantes, como las que expresé en esa situación. Yo, con el poder de la palabra en mis manos, con plena capacidad de decir lo que quisiera, no fui capaz de generar una comunicación agradable y útil en esa situación. Fracasé en todos mis intentos de generar comunicación a través de la incomunicación. Pero sobre todo fracasé en mis intentos de comprender la mínima comunicación que me llegaba del otro lado.

Pero si hay algo que pude aprender, o mejor dicho notar de todo esto, fue la gran capacidad del ser humano de empatizar. Por muy difícil o casi imposible que es ponerle palabras que describan esos momentos, creo no equivocarme al decir que lograba sentir el dolor ajeno…lograba vivir la misma frustración e impotencia que estaba sintiendo el otro. Pero me di cuenta que manejar esa empatía sin derrumbarse uno mismo es dificilísimo. Se siente tanto dolor, y a su vez tanto miedo al lograr sentir lo que el otro está sufriendo, que parece superar la propia capacidad de aguante y se teme la propia caída. Por eso comprendí a la perfección cuando me dijeron que pocos van a visitar a personas en estados similares por no querer enfrentarse a un posible futuro semejante. Y no sé si es realmente eso, o simplemente la incapacidad de manejar ese inmenso peso que recae sobre uno cuando logra sentir empáticamente en carne propia el enorme sufrimiento ajeno.

Siento nuevamente, como tantas veces, que he puesto un bloqueo frente a esa experiencia. Por eso se me hace tan difícil en este momento revivir esos momentos para poder plasmarlos por escrito. Es como si recordar fuera demasiado doloroso para manejarlo, por lo que mi memoria gira alrededor de un agujero negro al que no puede acercarse, porque cada vez que se acerca, pierde su dirección y ya no sabe hacia dónde se dirigía. Es una lucha constante contra las propias defensas, que uno quiere derribar suavemente, una por una. Es decirse a uno mismo “sé que me querés proteger, sé que me estás cuidando, pero por favor, déjame ser libre, déjame sentir y experimentar todo aquello que sé que se encuentra en mí.”

Pero evidentemente es una lucha que sólo yo puedo ganar y poco a poco permitirme sentir. Y mientras tanto intentar recordar cómo sentía la impotencia en la mirada del otro, cómo captaba el dolor, y cómo su dolor se mezclaba con mi dolor y mi impotencia, y como los dos sucumbíamos al silencio porque simplemente…no nos quedaba otra.