Uno a veces no se da cuenta cuánta importancia pueden tener
las palabras…muchas veces se dice, y me incluyo, que el silencio expresa tanto
más que las palabras, que el silencio expresa todo lo que queremos decir, que
el silencio es la mejor expresión. No sé cuánto realmente pensamos en esta
idea, o cuántas vueltas le hemos dado a la misma, o cuántos posibles escenarios
nos hemos podido imaginar antes de llegar a esa conclusión…o si acaso no
hacemos más que repetir lo que otros han dicho.
El silencio no puede expresarlo todo, no puede decirlo todo…de
la forma más cruda me enteré de esta misma (mi propia) realidad. Evidentemente
hay momentos donde las palabras hacen falta, y no sólo cualquier tipo de
palabras, sino las palabras correctas. Y cuando faltan, cuando no hay manera de
expresarlas por mucho que uno quiera e intente, la frustración es insoportable.
Decir que el silencio dice más que mil palabras pueden
decirlo aquellos que han tenido la posibilidad de decir mil y más palabras. Han
podido expresarse toda su vida, siempre han sido comprendidos en menor o mayor
medida. Por eso, cuando se tiene algo en exceso, evidentemente es fácil
imaginarse que la ausencia del exceso debe ser muchísimo más valioso que lo que
se tiene…así como el hombre tantas veces va en búsqueda de aquello que no
tiene, y cuando lo tiene (y por lo tanto ha dejado lo anterior), extraña lo
anterior.
Estar encerrado en un cuerpo que no puede expresarse… ¿cómo
se sentirá? Creo que ninguno de nosotros, personas sanas, podemos
imaginárnoslo. No hay forma de que podamos comprender lo que puede significar
no poder hablar, ni escribir, ni leer…tan sólo entender todo lo que te dicen,
pero no poder dar ninguna devolución, porque incluso tu cuerpo está tan
paralizado que no puede responder como quisieras. Dolor, angustia, muchísima
frustración…palabras tan débiles para describir esa sensación horrible de estar
encerrado en un cuerpo que ya no hace lo que uno le indica. Cuando la propia limitación
de la piel puede ser más asfixiante que una prisión…Ver el mundo que pasa por fuera
tuyo, y no poder ser parte de ese mundo. Es ahí donde te das cuenta que la
comunicación hace a la relación, y que sólo mediante un armonioso interjuego
entre palabras y silencio puede haber una verdadera interacción entre seres
humanos.
Y evidentemente la frustración e impotencia al enfrentarte a
una persona así…sentir que nada de lo que puedes hacer va a ayudarle a
expresarse mejor. Y que por mucho que el otro lo intente, no lográs
comprenderlo. Estudiás una carrera que trata de empatizar con el otro, lograr
comprenderlo, ponerte en sus zapatos, y de un minuto al otro te das cuenta que
frente a esta situación podés tirar todo ese conocimiento, toda esa teoría, al
tacho. Porque no aplica. No aplica cuando no conocés a la persona lo suficiente
como para poder interpretar los pocos gestos que logra hacer. No puedes saber
lo que quiere, lo que piensa, lo que siente. Tan sólo puedes verle la mirada de
sufrimiento luego de inútiles esfuerzos de transmitir aunque sea una palabra…y
ese momento crucial donde se da cuenta que no puede, y que nunca podrá. El
silencio que se produce después de un momento así es el peor silencio que llegué
a experimentar hasta ahora. Es un silencio denso y doloroso, que llega hasta lo
más profundo del alma. Es un silencio que milagrosamente sí puede interpretarse
y te dice de la manera más cruel que no hay comunicación, a pesar de un desesperado
intento de ambos.
Pocas veces llegué a sentir tanta impotencia en mi vida.
Pocas veces me sentí tan inútil y tan torpe con mis intentos de comunicación
como frente a una persona incapaz de comunicarse. Pocas veces me sentí tan pequeña,
y tan frustrada en ese cuarto lleno de silencio. Pero sobre todo, pocas veces mis
palabras han sido tan superficiales e inexpresivas, incomunicantes, como las
que expresé en esa situación. Yo, con el poder de la palabra en mis manos, con
plena capacidad de decir lo que quisiera, no fui capaz de generar una
comunicación agradable y útil en esa situación. Fracasé en todos mis intentos
de generar comunicación a través de la incomunicación. Pero sobre todo fracasé
en mis intentos de comprender la mínima comunicación que me llegaba del otro
lado.
Pero si hay algo que pude aprender, o mejor dicho notar de
todo esto, fue la gran capacidad del ser humano de empatizar. Por muy difícil o
casi imposible que es ponerle palabras que describan esos momentos, creo no
equivocarme al decir que lograba sentir el dolor ajeno…lograba vivir la misma
frustración e impotencia que estaba sintiendo el otro. Pero me di cuenta que manejar
esa empatía sin derrumbarse uno mismo es dificilísimo. Se siente tanto dolor, y
a su vez tanto miedo al lograr sentir lo que el otro está sufriendo, que parece
superar la propia capacidad de aguante y se teme la propia caída. Por eso
comprendí a la perfección cuando me dijeron que pocos van a visitar a personas
en estados similares por no querer enfrentarse a un posible futuro semejante. Y
no sé si es realmente eso, o simplemente la incapacidad de manejar ese inmenso
peso que recae sobre uno cuando logra sentir empáticamente en carne propia el
enorme sufrimiento ajeno.
Siento nuevamente, como tantas veces, que he puesto un
bloqueo frente a esa experiencia. Por eso se me hace tan difícil en este
momento revivir esos momentos para poder plasmarlos por escrito. Es como si
recordar fuera demasiado doloroso para manejarlo, por lo que mi memoria gira alrededor
de un agujero negro al que no puede acercarse, porque cada vez que se acerca, pierde
su dirección y ya no sabe hacia dónde se dirigía. Es una lucha constante contra
las propias defensas, que uno quiere derribar suavemente, una por una. Es
decirse a uno mismo “sé que me querés proteger, sé que me estás cuidando, pero
por favor, déjame ser libre, déjame sentir y experimentar todo aquello que sé
que se encuentra en mí.”
Pero evidentemente es una lucha que sólo yo puedo ganar y
poco a poco permitirme sentir. Y mientras tanto intentar recordar cómo sentía
la impotencia en la mirada del otro, cómo captaba el dolor, y cómo su dolor se
mezclaba con mi dolor y mi impotencia, y como los dos sucumbíamos al silencio
porque simplemente…no nos quedaba otra.